Traductor - Translation

La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

martes, 27 de junio de 2017

Maravilloso cuento de León Tolstoi (3)


Los dos ancianos peregrinos

Traducción y adaptación: Savitri Ingrid Mayer


   3.

   Estaba amaneciendo. Elisey se acomodó bajo un árbol, abrió su bolso y empezó a contar el dinero que le quedaba: tenía sólo diecisiete rublos. “Con esta suma no puedo viajar más allá del mar y si mendigo en nombre de Cristo sólo aumentaré mis pecados. El amigo Efim llegará al lugar y encenderá una vela en mi nombre. Y yo evidentemente nunca cumpliré mi promesa. Pero el Maestro es piadoso y me perdonará” reflexionó Elisey. 
   Entonces se levantó y dio la vuelta, haciendo un rodeo para evitar el pueblo donde había estado. 
   El viaje de ida le había resultado difícil, pero en su camino de regreso Dios le facilitó las cosas, porque no supo lo que era el cansancio: caminar fue como un juego para él. 
  Y llegó a su hogar… 
  Era la época de la cosecha. La gente de su casa se alegró al verlo. Elisey le dio a su esposa el dinero que le quedaba y preguntó acerca de los asuntos de la casa. Se habían ocupado muy bien de ella, y todos estaban viviendo en paz y armonía.  Su familia y los vecinos le preguntaron de todo, por qué había dejado a su compañero y por qué no había ido a Jerusalem, pero Elisey no les dijo nada. “Dios no permitió que lo haga” decía. “Gasté mi dinero durante el camino y quedé alejado de mi compañero. Por eso no fui.” 
  Y la gente se preguntaba cómo un hombre tan listo había actuado de un modo tan torpe. Se lo preguntaron durante un tiempo, pero luego se olvidaron del asunto. También Elisey lo olvidó. Y empezó a trabajar en su casa. Con su hijo tuvieron la leña lista para el invierno, con las mujeres trillaron el grano, y Elisey también arregló los techos de los cobertizos y se ocupó de las abejas… 

  Todos esos días que Elisey había pasado con la gente enferma, Efim lo esperó. Esperó y esperó, sin que su compañero apareciera. Cuando llegaba a un pueblo preguntaba por él: si no habían visto a un anciano calvo. Pero nadie lo había visto. Efim estaba sorprendido, pero siguió caminando. “Nos encontraremos en algún lugar de Odesa” pensaba, “o en el barco”. Y dejó de preocuparse. 
   Efim llegó a Odesa sin incidentes. Allí esperó durante tres días a que llegara el barco. Había muchos peregrinos, quienes habían venido de todos lados. Efim gestionó un pasaporte y compró pan para el viaje. Y de nuevo preguntó por Elisey, pero nadie lo había visto. 
   Ya embarcado, tuvo durante el día una buena travesía, pero en la tarde se levantó el viento, cayó lluvia, y el barco empezó a balancearse y a ser bañado por las olas. La gente se inquietó, las mujeres empezaron a chillar, y algunos corrían por el barco tratando de hallar un lugar seguro. Efim también estaba asustado, pero no lo demostró. Se mantuvo durante toda la noche y el día siguiente, en el mismo lugar sobre el suelo donde se había sentado al abordar el barco. 
   Al tercer día el tiempo se calmó. Y al quinto día llegaron a Constantinopla. Algunos de los peregrinos se bajaron, para visitar la Catedral de Santa Sofía, pero Efim se quedó en el barco. Y solamente compró más pan.     
   Se quedaron allí un día y después salieron de nuevo al mar. Hubo una parada en la ciudad de Esmirna y en otra ciudad llamada Alejandría, y sin percances llegaron a la ciudad de Jafa. En Jafa todos los peregrinos descendieron: desde allí llegarían a pie a Jerusalem. 
   Y llegaron al tercer día de caminar. Se detuvieron en las afueras, donde se les selló los pasaportes y comieron, y luego siguieron rumbo a los sitios sagrados. Era demasiado temprano para que se les permitiera el acceso al Sepulcro del Señor, así que se dirigieron al Monasterio del Patriarca. Allí estaban reunidos todos los devotos; las mujeres separadas de los hombres. Se les ordenó sacarse los zapatos y sentarse en un círculo. Y enseguida apareció un monje llevando una toalla, y empezó a lavar los pies de todos. Los lavaba, los secaba, los besaba, y así recorrió el círculo completo. Hubo también misas y los peregrinos fueron alimentados. 
  Al día siguiente visitaron la celda de María de Egipto, donde ella se había refugiado. En ese lugar encendieron velas y se celebró una misa. Desde allí fueron al Monasterio de Abraham, donde vieron un jardín: el lugar donde Abraham quiso sacrificar su hijo a Dios. Más tarde fueron al lugar donde Cristo se le apareció a María Magdalena y a la Iglesia de Jacobo, el hermano del Señor. Para la cena regresaron al albergue. 
   El siguiente día se levantaron temprano y fueron a una misa en la Iglesia de la Resurrección, en el Sepulcro del Señor. En la iglesia había una multitud de devotos: griegos, armenios, turcos y sirios.  Efim llegó con la gente hasta la Puerta Sagrada. Un monje que los conducía los llevó al lugar donde el Sabio fue sacado de la cruz y ungido. Les mostró y explicó todo, y allí Efim encendió una vela. Luego los monjes los condujeron al Gólgota, donde estuvo la cruz. Allí  Efim rezó. Más tarde se les mostró el lugar donde las manos y los pies de Cristo habían sido clavados a la cruz, y también la roca donde Cristo se sentó cuando le pusieron la corona de espinas… Finalmente todos corrieron a la gruta del Sepulcro. Una misa extranjera estaba terminando e iba a comenzar la misa rusa. 
   Efim siguió a la gente hasta la gruta del Sepulcro del Señor. Quería estar cerca, pero eran tantos que no era posible moverse. Se quedó de pie, rezando y mirando el lugar donde estaba el Sepulcro, encima del cual treinta y seis lámparas brillaban. Efim miraba, y bajo las lámparas vio a un hombre anciano, cuya cabeza calva brillaba y que se parecía mucho a Elisey. 
   “Se parece a Elisey”, pensó Efim. “Pero, ¿cómo puede ser? No puede haber llegado aquí antes que yo. El barco anterior zarpó una semana antes que el mío. No pudo haber estado en ese barco. Y en el mío no estaba, porque vi a todos los peregrinos”.
   Mientras Efim pensaba así, el anciano que se parecía a Elisey empezó a rezar, e hizo tres reverencias: una frente a él para Dios y dos a ambos lados de él, para todos los cristianos ortodoxos.
   Cuando el anciano dobló su cabeza a la derecha, Efim lo reconoció. Sin duda alguna era Elisey: su barba negra y rizada, sus cejas, sus ojos, su nariz, su rostro. Era Elisey. 
   Efim se alegró por haber encontrado a su compañero y se asombró de que hubiera llegado allí antes que él. “¿Y cómo había Elisey conseguido ese lugar tan adelante?” se preguntaba Efim. “Sin duda conoció a alguien que supo cómo ubicarlo allí. Cuando todos salgan, me acercaré.” Y Efim no le quitaba el ojo a Elisey, para no perderlo. 
   Cuando las misas terminaron, la gente empezó a moverse. Y mientras iban a besar el Sepulcro se amontonaban, por lo cual Efim fue empujado hacia un costado. Cuando logró salir, caminó y caminó, tratando de encontrar a Elisey. Y vio a mucha gente, comiendo, bebiendo e incluso durmiendo, o recitando sus plegarias. Pero a Elisey no lo encontró. Entonces regresó al refugio, pero tampoco lo encontró allí. 
   Al día siguiente, Efim fue de nuevo al Sepulcro del Señor, y quiso encontrar un lugar adelante, pero fue imposible, así que se paró junto a una columna y se puso a rezar. Al mirar al frente vio a Elisey, bajo las lámparas, en el mismo Sepulcro del Señor. Había extendido las manos, como un sacerdote ante el altar, y su calva brillaba. “Ahora no lo voy a perder” pensó Efim. Y se abrió paso hasta la parte delantera, pero Elisey ya no estaba. 
   La mañana siguiente fue de nuevo al Sepulcro del Señor y vio a Elisey parado en el sitio más sagrado, frente a todos, con las manos extendidas. Miraba hacia arriba, como si viera algo por encima de él, y su calva brillaba. 
  “Ahora no lo voy a perder. Saldré y me pararé a la entrada, así que no podrá escapárseme” pensó Efim. Y salió, y estuvo allí parado bastante tiempo. Estuvo hasta después del mediodía, hasta que toda la gente hubo salido, pero Elisey no estaba entre ellos. 

  Efim pasó seis semanas en Jerusalem y visitó todos los lugares. Y tuvo un sello puesto sobre una camisa, para ser enterrado con ella. Y llenó una botella con agua del Jordán, y consiguió algo de tierra y velas bendecidas. Y en ocho lugares dejó nombres para la misa de los difuntos. Gastó todo su dinero y solamente le quedó lo que necesitaba para volver a casa. 
   Así que partió, llegó a Jafa, se subió a un barco, descendió en Odesa y empezó a caminar hacia su hogar. Recorrió el mismo camino por el que había venido. Y a medida que se acercaba a su pueblo, empezó de nuevo a preocuparse respecto a cómo irían las cosas sin él. “En un año corre mucha agua” pensaba. “Lleva toda una vida construir un hogar, pero no lleva mucho tiempo arruinarlo”…
   Cuando llegó al lugar donde se había separado de Elisey, lo encontró  irreconocible. El año anterior se había padecido penuria y ahora había abundancia. En el campo todo crecía. La gente nuevamente cosechaba y se olvidaba de su pasada miseria. 
                                                                                                                   (continúa)

No hay comentarios:

Violeta y el Camino de los 22 Arcanos, casi tres años en este blog

      Cuando publiqué tres de mis novelas en forma de blog, varias personas me aconsejaron que no lo hiciera. Sin embargo, no estoy arrepent...