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La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

Capítulo 6 - El Sumo Sacerdote

 EL SUMO SACERDOTE


 

1.

 

   Los primeros días en Valencia los dediqué a mis amigos…

   Pau había vuelto muy contento de su gira, y reanudamos nuestra relación, que continuaba siendo más una amistad que un romance. Nos veíamos una o dos veces por semana, sin ansiedades ni exigencias, compartiendo charlas y paseos. Teníamos un encuentro más íntimo alguna que otra noche, en su cuarto, y después Pau me acompañaba hasta la parada de taxis, donde me despedía con un abrazo fraternal y un neutro “adiós, hasta otro día”.

   La casa de Lupe era, como siempre, un jaleo de gente que entraba y salía. Pero yo estaba menos sociable que antes. Con dinero en el banco para muchos meses y tiempo de sobra, pensé que había llegado el momento de saber más acerca de los temas que me interesaban. Quería conocer, desentrañar los misterios. Y sobre todo, quería comprender mejor la intuición que había tenido en Compostela: esa búsqueda afín al Camino de Crecimiento y Aprendizaje.

   Comencé visitando las librerías; y durante algún tiempo leí muchísimo, aunque desordenadamente: esoterismo, espiritualidad, enseñanzas tradicionales, visiones nuevas. Me atiborré de conceptos y teorías, tratando de encontrar respuestas para mis interrogantes,  pero no conseguía discriminar entre tantas nociones y tener una síntesis.                                              

   Cuando lo conversaba con Pau solía decirme:

—Me parece que necesitas alguna persona que te guíe en tus lecturas, que te aconseje...

—¡Ay, Pau, eso sería fantástico! Pero… ¿dónde la encuentro?

    Y Pau se encogía de hombros: no había entre nuestros amigos nadie demasiado ilustrado al respecto.

    Mi desorientación se veía agravada por el hecho de que cada doctrina usa un lenguaje distinto. Y así descubría términos semejantes para indicar cosas diferentes y términos diferentes para indicar cosas semejantes.

    Pero como estaba sedienta por saber proseguí, a pesar de las confusiones, leyendo todo lo que podía. 


2.

 

    Una mañana, a principios de febrero, estaba mirando libros en un escaparate, con la idea de obsequiarme algunos para mi cumpleaños que se avecinaba, cuando advertí un cartel reflejado en el vidrio. Estaba pegado sobre el tronco de un árbol, a mis espaldas, y me di vuelta para mirarlo bien. Una frase, en grandes letras moradas, me sobresaltó: “La Búsqueda y el Camino”. Anunciaba una disertación, que daría un renombrado instructor espiritual en su próxima visita a Valencia.

   Alborozada, invité a Lupe y a Pau para que fueran conmigo. Lupe dijo que no: era reacia a las conferencias, y su interés por lo esotérico-espiritual se limitaba a consultar videntes y cartománticos cada vez que tenía un problema. Pau, en cambio, aceptó.

  Cuando entramos al salón de actos de la Facultad de Ciencias de la Educación, me asombré ante la gran cantidad de público, jóvenes en su mayoría. Algunos eran gente conocida, estuvimos un buen rato saludándolos, y me pareció que todos estaban igual de expectantes que yo. 

  Era la primera disertación de este maestro español en Valencia, y según supe, leyendo un folleto que me entregaron, Vidya-das (que significa “servidor de la sabiduría”) había estado durante muchísimos años en Oriente, aprendiendo con varios maestros. Al regresar a España había fundado un centro en las Alpujarras, cerca de Granada, donde residía junto a varios discípulos y donde impartía sus enseñanzas.


3.

 

    Cuando apareció Vidya-das hubo un súbito silencio… Su presencia y su voz ocuparon cada rincón… Había algo en él que impresionaba, una intensidad o fuerza indefinible. Era muy alto, con una cabeza imponente: copiosa cabellera oscura, barba larga y tupida, frente espaciosa. Me pareció deslumbrante.

    Se expresaba con calma y vehemencia a la vez, haciendo largas pausas entre frase y frase. Pocos minutos después de que comenzara, me conmoví al escuchar:

   “Tú has venido hoy aquí porque eres un buscador, una buscadora... Estás en procura de Algo que te obsesiona, y que aún no sabes cómo nombrar... Yo te lo diré... Eso que buscas es la Verdad... La comprensión de lo que es..., de lo que somos... La comprensión de la Realidad Esencial... Y para alcanzar esa Comprensión..., para avanzar en esa Búsqueda..., debes recorrer algún Camino de Evolución Espiritual.” 

    Sentí que me miraba, que hablaba sólo para mí… Vidya-das estaba aclarando, con unas pocas frases, lo que desde hacía meses se entreveraba en mi cabeza.

    Entendí que lo que él llamaba Camino de Evolución Espiritual era semejante a lo que María y Simón denominaban Camino de Crecimiento y Aprendizaje, o Perfección de nuestra Naturaleza. También entendí que hay muchísimos caminos, y que si bien todos conducen a nuestra evolución, son algo distintos entre sí: cada persona se siente más cómoda en un camino que en otro. “Caminos diferentes para personas diferentes”, dijo Vidya-das.

    Luego explicó que sus enseñanzas eran una síntesis de antiguas Tradiciones, una transmisión de prácticas espirituales que podrían llevarnos, antes o después, al encuentro con esa Verdad.

  “Llegarás a esa Verdad con todo tu ser, mediante una gran experiencia mística... Una experiencia que cada Tradición nombra de otro modo: la Realización del Yo..., el Despertar..., el Reino de los Cielos..., el encuentro con lo Divino..., la Iluminación...  Los nombres son distintos, la experiencia es la misma... Aunque únicamente podemos hablar de ella con metáforas, porque no se parece a nada que conozcas...”

                                                     

4.

 

    Salí de la Facultad muy entusiasmada con Vidya-das. Pau se reía, algo burlón, de mi arrebato.

—¡Vaya!, estás fascinada.

—¡Es que fue increíble, Pau! Me aclaró todo, puso todas mis ideas en orden.

—¿Todas?  —preguntó con incredulidad.

—Bueno..., no sé si todas..., pero al menos las más importantes... ¿Qué..., a ti no te gustó?

—Sí, claro, el tío es un sabio...

—¿Vas a ir al retiro?

    Vidya-das iba a conducir un retiro de dos días cerca de Valencia, en fecha y sitio a confirmar.

—Pues mira, no lo sé...

—Pau, creo que a ti no te gustó tanto como a mí...

    No me contestó. Caminaba, según su costumbre, mirando el suelo.

—Pensar que a mí me deslumbró —continué—. Y además me pasó algo rarísimo: por momentos me pareció que me miraba. ¿Te parece posible?

—No lo creo, vamos..., ten en cuenta que éramos muchísimos. ¿Cómo podría distinguir a cada uno que estaba sentado?

—Debes tener razón, pero yo sentí que me miraba... Y no sólo eso. Varias veces surgieron preguntas en mí,  y un rato después él las contestó.

    Pau dejó de mirar el suelo y me dirigió una mirada escéptica.

—Te parece que exagero, ¿no?

—No lo sé, Violeta... Tú has sentido eso que me cuentas..., pero bueno, puede haber sido una impresión tuya… Yo no sentí lo mismo.

    Y se puso a comentar, con bastante indiferencia, los conceptos que habían sido una revelación para mí.

     Algunas semanas después, cuando le avisé que iba a inscribirme para el retiro, puso una excusa para no asistir. “Debo estudiar, Violeta, de aquí a poco tengo exámenes... Además, el sábado ensayo y el domingo quedé en ir a casa de mis padres”. 

     Me dio pena… Y tuve que reconocer algo evidente: Pau no compartía mi búsqueda, su interés por lo espiritual era todavía débil, vacilante. Pero yo tenía esperanzas de que eso cambiara en el futuro.

 

5.

 

    Partí para el colegio donde se hacía el retiro un viernes por la tarde, y después de media hora de autobús estuve allí.

    El colegio tenía varios edificios, ubicados entre jardines. Y el dormitorio que me asignaron, y que compartí con una chica de Castellón, también daba a un jardín y había una fragante planta de laurel junto a mi ventana.

    El retiro fue una sencilla introducción a las enseñanzas de Vidya-das: asistíamos a sus charlas y teníamos mucho tiempo libre para pasear, reflexionar y conversar con los demás.

   En el discurso de apertura, el viernes por la noche, Vidya-das enfatizó que la Búsqueda es interna, pues lo que buscamos está dentro de nosotros…, y que en vez de respuestas, iba a darnos métodos para encontrarlas.

    La charla matutina del sábado giró alrededor de la cuestión ética. Su voz resonó en la sala con gran fuerza al decir:

   “El primer paso en este Camino es respetar la gran Ley Moral. 

    ¡Sé con los demás como quisieras que fuesen contigo! ”

   Y Vidya-das nos exhortó a pensar, hablar y actuar en armonía con esta Ley.

   Pasé toda la tarde del sábado cavilando acerca de la Ley Moral y de lo que implicaba. Comprendí que si bien se reducía a una sencilla máxima, debía suponer un gran esfuerzo ponerla en práctica.

 

6.

 

    Vidya-das concedía entrevistas a quienes lo solicitaran. A mí me dieron turno para el domingo de mañana.

    Esperé junto a otras personas en un jardín con plantas florecidas, delante del saloncito donde nos recibía. Sentada sobre el césped, entre unos rosales, repetí mentalmente las preguntas que tenía preparadas. No eran demasiado sustanciales: lo que más me importaba era verlo y escucharlo de cerca.

    Aguardé bastante tiempo. Al fin la coordinadora me hizo una seña, después que saliera del saloncito una chica con sonrisa y mirada extasiadas. Algo nerviosa me aproximé al umbral, y abriendo la puerta lentamente me asomé y pedí permiso para entrar...

 

    Vidya-das está sentado sobre un almohadón, con las piernas cruzadas, y me saluda del modo que lo hace al comenzar y terminar sus discursos: une las manos a la altura de su corazón e inclina levemente la cabeza.

—Pasa, siéntate —me sonríe, señalando un almohadón frente a él.

   Al acercarme, veo reflejos blancos en su barba y su cabello..., veo sus ojos refulgentes. Y después de sentarme percibo algo muy extraño: una sensación de amplitud, como si me estuviera dilatando.

    La mirada de Vidya-das es luminosa... Todo en él resplandece... Y me cuesta mucho hablar.

—Tenía algunas preguntas para hacerle, pero es como si se me hubieran borrado.

—Bien..., bien... —afirma sonriendo—. De todos modos, las preguntas nunca se acaban. Respondes unas y se presentan otras... Y cuanto más crezcas en sabiduría, más te percatarás de tu ignorancia.

    Luego me pregunta mi nombre… y qué estoy haciendo por estas tierras. Le cuento todo brevemente. Su mirada expresa simpatía. Y me aconseja:

—Debes poner la búsqueda de la Verdad en el primer lugar. ¡Eso debe ser lo más importante en tu vida!  

   Asiento con la cabeza, algo emocionada. Y Vidya-das me despide, sugiriéndome que participe de algún retiro intensivo en su centro de las Alpujarras.

   Al salir todos me miran... Lo que siento debe notarse en mi cara, como a la chica anterior a mí... Busco un lugar apartado… y lo encuentro bajo un ciprés. Allí me acomodo para reflexionar sobre sus palabras.

 

7.

 

    Durante la tarde Vidya-das dio la última charla. Y enseguida hubo una celebración como cierre, con jugos de fruta, pastelillos integrales, y un gran intercambio de comentarios, risas y abrazos. Vidya-das también estuvo en la fiesta, y conversó brevemente con unos y otros.

   Yo estaba frente a un chico que contaba anécdotas de los retiros intensivos, cuando lo vi enrojecer y callar. Vidya-das acababa de sumarse al grupo de los que escuchábamos, con un vaso de jugo de naranja en una mano y un pastelillo en la otra. Todos nos quedamos inmóviles, expectantes…

—Yo llego y vosotros os calláis, ¿eh? —dijo riéndose.

   Eso nos aflojó, y nos reímos todos. Algunos hicieron preguntas, los demás lo mirábamos embobados… ¡Tan cercano y accesible!

   Estuvo unos minutos con nosotros y luego se despidió, abrazándonos uno por uno.

 

8.


    Si la conferencia de Vidya-das en febrero había implicado una mayor comprensión, el retiro entrañó cambios radicales, en mí y en mi manera de comportarme.

    La primera muestra de ello la tuve una tarde, al salir de una tienda donde había comprado unas sandalias. Me pareció que la cajera se había equivocado en el vuelto y al contarlo descubrí muchas pesetas de más.

    Por un breve instante reaccioné del modo habitual: con codiciosa alegría ante ese golpe de suerte. Pero de inmediato un pensamiento más poderoso, un “¿estoy actuando correctamente?” se impuso, y dando media vuelta fui a devolver el dinero.

    La chica no había notado aún su equivocación. Cuando se lo dije, extendiéndole los billetes, quedó boquiabierta,  y con gran asombro me dio las gracias. 

   Y yo me puse contentísima, con un sentimiento nuevo. Era un sentimiento de integridad, de gozoso acatamiento a la Ley Moral.


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