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La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

Capítulo 11 - La Rueda de la Fortuna

 LA RUEDA DE LA FORTUNA



1.

 

—¡Violeta...,  qué bueno que has vuelto!

    El abrazo de Lupe fue interminable, las niñas se colgaban de mí  y Paco, quien ahora vivía con ellas, me preguntaba muchas cosas al mismo tiempo.

    Estuve todo el día al borde de las lágrimas… ¡Qué lindo reencontrarse con los amigos!... ¡Qué lindo volver a casa!...  ¡Qué lindo tener un lugar donde volver!

    De a poco fueron llegando los demás, enterados de mi arribo y deseosos de oír mis aventuras y contarme las suyas. Y se armó espontáneamente un festín, que se prolongó hasta la medianoche.

    Pau llegó entre los primeros, contento, excitadísimo; me tenía de la mano delante de todos, cosa que nunca hiciera antes, y a cada rato repetía “¡te eché mucho de menos!”

    Cuando fui a la cocina a preparar café me siguió, y arrinconándome detrás de la puerta me besó y abrazó con una vehemencia desacostumbrada en él. “¿Por qué demorabas tanto en responder mis cartas, eh?”, me decía entre beso y beso. “¿Por qué no viniste cuando se te hizo difícil..., qué me habías prometido en el aeropuerto?”

   Envuelta por sus brazos que me apretaban fuertemente y sorprendida por esa inusitada calidez, sentí con alegría que Pau estaba distinto. Aún no entendía por qué, pero estaba  distinto.

  

2. 

 

    Pau estaba estudiando para rendir sus últimas materias, y como ahora insistía en verme a diario, lo visitaba y le hacía compañía por las tardes…

    Sentada con un libro sobre la alfombra, miraba de tanto en tanto su rostro concentrado en los apuntes o sus manos delgadas que se atareaban sobre la mesa de dibujo. A veces lo interrumpía..., o él se levantaba..., y con abrazos, besos y caricias nos encontrábamos, susurrándonos muchos “¡te quiero!” y muchos “¡yo también!”.

    De noche cocinaba para los dos alguno de mis platos vegetarianos, que siempre le gustaban. Y después de cenar escuchábamos música, conversábamos, hacíamos el amor.                                              

   Nunca me quedaba a dormir, aunque a él le hubiera encantado. Prefería dormir sola y despertarme en mi cuarto, para sentarme a meditar por las mañanas. Pero me iba de su casa muy tarde y Pau me acompañaba hasta lo de Lupe caminando. Aseguraba que le apetecía,  porque de paso estiraba las piernas.

    Andábamos por las calles casi desiertas tomados de la mano… Y al llegar a casa, permanecíamos algún tiempo abrazados junto a la entrada. Y nos costaba separarnos.

                                                                                     

3.

 

    Estábamos ya en julio y aunque no tenía ganas, debía ponerme a organizar mi verano laboral, y con rapidez. Viajar a Barcelona, recorrer las tiendas mayoristas, mirar la bisutería en jade comparando precios, elegir y comprar. Luego, viajar a la costa a encontrar un sitio. ¿Permitirían también este año vender en Javea? ¡Qué pocas ganas! Daniel me había explicado que al meditar uno se va, a veces, tan para adentro, que cuesta enfrentar los deberes de la vida cotidiana. ¿Sería esa la causa de mi desgano?

    Una mañana, sentada en mi almohadón, escuché a mi Maestro Interno:

                                  La Rueda del Destino gira sin cesar.

                                  Hay que girar con ella.

    No entendí su mensaje y recurrí al Tarot para esclarecerlo. Y ¡oh!, salió la Rueda de la Fortuna. Entonces comprendí: girar con la Rueda significaba aceptar los cambios. Ahora se trataba de ponerme a trabajar; ya habría tiempo después del verano para reanudar la vida contemplativa. Así que recurrí a todo el poder personal del que disponía,  y me preparé para viajar a Barcelona.

   Pero no fue necesario.

   La víspera de mi partida, cuando ya tenía el bolso listo, me visitaron Carlos y Amparo, una pareja amiga. Argentino él y catalana ella, dueños de una tienda de regalos y artesanías en el centro de Valencia. Habían alquilado un local en Peñíscola, un pueblo turístico cerca de Castellón,  y venían a ofrecerme que lo atendiera. El sueldo era bueno y ya me habían reservado alojamiento: un cuarto con baño privado a pocos metros del local.

    Sin dudarlo acepté, contentísima. Y recordé que, si la interpretaba oracularmente, la Rueda de la Fortuna significaba  suerte y ayuda en todo.

  

4.


   Como despedida Pau me invitó a cenar, y fuimos a una casa de comidas cercana a las Torres de Cuarte.

    Había rendido bien una materia y estaba eufórico, imaginando lo que haría después de graduarse.

—Supongo que será un gran cambio —reflexionó delante de su plato casi intacto—. Tendré que trabajar mucho más, mi padre no continuará ayudándome.

—¿Y cómo te sentís frente a eso?

—No lo sé...  Me apetece y me fastidia, todo a un tiempo.

    Entonces me miró muy amorosamente y buscó mis dos manos sobre la mesa.

—Violeta...,  necesito que estemos más juntos.

   Supe lo que iba a decirme.

—¿Te apetecería vivir conmigo?

    Me quedé en silencio, con muchos pensamientos entrecruzándose vertiginosamente... Pau aguardaba, expectante, urgiéndome a responder.

    Convivencia..., pareja..., ¿otra vez?...  Tuve reminiscencias de mi fallido matrimonio: la pasión convertida en aburrimiento, las ilusiones en desencanto, la comunicación en indiferencia... ¿Iba a arriesgarme de nuevo?

    Besé las manos de Pau, que aferraban las mías, y musité: 

—Es posible Pau..., pero dejame que lo piense un tiempo.

    Esa noche, en mi cama, me abrumaron obsesivas cavilaciones. ¿Vivir con Pau?... Cierto que nuestro cariño era más intenso ahora, pero seguía habiendo cosas que no podía compartir con él. Sus reticencias respecto a lo espiritual me decepcionaban, y más teniendo en cuenta que ya no se callaba como antes y que a veces manifestaba cierta oposición.

   Sin embargo, esa seguridad nueva en él me gustaba. Lo veía más fuerte, más maduro. ¿Vivir con Pau?... Cierto que debía irme de lo de Lupe: con Paco en la casa eran como una familia y yo había empezado a sentirme de más. Pero..., ¿no sería mejor vivir sola?... Mis proyectos para después del verano eran estudio y meditación,  y Daniel me había advertido que para eso es preferible la soledad. Además, si le decía que sí, ¿dónde viviríamos…, en esa casa con sus amigos?...  Jamás.

    Así continué durante horas… Con las luces del amanecer escuché la voz de mi Maestro Interno:


                              Te inquieta el futuro...

                              Aprende, porque ya es hora,

                              a  vivir en el Aquí y Ahora.


   ¿Qué implicaba eso exactamente?...  ¿Cómo vivir en el Aquí y Ahora?... Le pedí más explicaciones,  pero no las obtuve hasta varios días después.

  

5.

 

    Peñíscola me cautivó, con sus casas blancas enroscadas alrededor del peñón, el castillo en la cima, las callecitas caracoleantes, y todo asomado a un mar turquesa.

    Mi habitación era preciosa. Tenía acceso directo desde la calle, lo cual casi la convertía en departamento, y un pequeño balcón rebosante de plantas, desde donde se veían el cielo y el mar.

    Amparo me había llevado en su auto y se había quedado un par de días en un hotel, acomodando la tienda conmigo. Dispuso las artesanías con mucho estilo y el local quedó tan bonito que invitaba a entrar. Tenía que abrirlo temprano y estar allí todo el día, excepto un largo rato a la siesta, cuando —desaparecidos los veraneantes— podía irme a comer y a descansar un poco.

    De tanto en tanto venían Carlos o Amparo para reponer la mercadería y hacer cuentas. Entonces disponía de varias horas libres y me iba a pasear por Peñíscola, o a la playa, a darme una zambullida en el mar.

    Pau me visitaba a menudo:  me ayudaba en la tienda y se quedaba esa noche a dormir conmigo. Y me gustaba dormir abrazada a él, nuestros cuerpos estrechamente unidos en la cama angosta.

    A veces me sorprendía al advertir cómo había cambiado todo... Me recordaba en Londres, corriendo tras los pájaros en Hyde Park, y me veía ahora, trabajando cómodamente en una tienda, al resguardo del sol y de la lluvia.

    Cuando yo hacía estas reflexiones, mi Maestro Interno comentaba:


              Todo está en permanente cambio, siempre.

               A los tiempos malos suceden los tiempos buenos,

               y a los tiempos buenos suceden los tiempos malos


    Y no dejaba de repetir, una y otra vez, que la Rueda del Destino gira sin cesar  y que hay que aprender a girar con ella.

    Pero demoró en aclararme cómo vivir en el Aquí y Ahora, hasta que una noche, acodada en mi balcón, lo escuché  decir:


                           Olvida el pasado.

                           Olvida el futuro.

                           Sé, simplemente,

                           instante a instante.

 

6. 

 

    Aprendo a vivir en el Aquí y Ahora. Y es fácil., aquí, ahora, en Peñíscola. Sin ninguna preocupación,  me ocupa por entero lo que se presenta a cada momento: una clienta..., acomodar mercadería en los estantes..., o andar, como lo estoy haciendo ahora, sobre la arena tibia…  y sumergirme en la fresca blandura del agua.

    Buceo..., floto..., las olas me acunan...,  giro..., destellos en el agua... y un agradable escalofrío.

    ¡Qué suerte que Pau aprovechó la venida de Amparo para viajar con ella!...  ¡Y tengo vacaciones todo el día!

    Pau se acerca nadando, su sonrisa brilla entre la espuma... ¡Ay, Pau, que me ahogás!... Huyo riendo de él y de sus juegos... Nado hacia la orilla... ¡Vivir es maravilloso!

                                                  

7.

 

    Después de la playa tenemos hambre. Y entramos con Pau en la taberna de Manuel, un andaluz simpatiquísimo, de pelo gris y enorme barriga.

    Mientras nos sirve  (pescado para Pau y ensalada para mí),  Manuel pregunta si vamos a bailar por las noches.

—¡Pero no, Manuel!  —le contesto riéndome—,   no me queda tiempo para eso. 

   Y Manuel dice que hacemos mal… Y batiendo sus palmas, casi cantando, nos alecciona:

—¡Ea, bailar, chiquillos, bailar!... ¡Gozar más de la vida!...  Por cuatro días que vamos a vivir...

    Manuel está siempre así: contento, parlanchín, canturreando y taconeando detrás del mostrador.

    Pau,  súbitamente serio y algo escondido detrás de su jarra de cerveza, me pregunta:

—¿Me dirás que sí?

—¿Que sí a qué?

—A eso de vivir juntos...

—No lo sé, Pau... Ya veremos cuando acabe el verano.

    Apaciguo su ansiedad con un beso... Y sigo comiendo, deslizándome de un instante al otro, espontánea y feliz.

                                                                                     

8.

 

    Caminamos abrazados... Y nos cruzamos con veraneantes, con señoras en delantal, con niños de ojos alegres que juegan...  ¡Los niños!

—Mi Maestro Interno dice que los niños viven siempre en el Aquí y Ahora —le comento a Pau.

    Como toda respuesta me besa.

    Hay aromas marinos… y a guiso… y a pan recién horneado;  el turquesa del mar es casi añil;  y ya se ve una estrella pálida por encima del castillo.

—¡Qué felices parecen los turistas, Pau!  ¿Será más fácil vivir en el Aquí y Ahora cuando uno está de vacaciones?

  Pau no sabe qué contestar; su brazo me envuelve con más fuerza y me susurra al oído: ¡te amo! 


9.

 

    Junto al coche de Amparo, quien ya está al volante, nos quedamos con Pau largo tiempo abrazados... Finalmente, Amparo nos interrumpe con chistes y bocinazos.

    Les digo adiós con la mano, hasta que el auto dobla. Y vuelvo, caminando despacio, a mi hogar veraniego, a mi cuarto blanco, a mi pequeño balcón.

    Sentada entre las macetas, escucho el susurro amistoso del océano. Hay una brisa tibia y salina que eriza mi piel...  Y brillos incalculables en un cielo aterciopelado.

    Pau sigue conmigo: hablándome..., besándome..., poniéndose melancólico..., quejándose,  en broma,  de-que-no-lo-quiero-bastante.

    ¡Pau!... ¡Pau!... Dulce, gentil, amoroso Pau... Veo tus ojos sensibles... Oigo tu risa afectuosa...  Siento tu cuerpo cálido, tu abrazo entrañable...

    ¡Oh, cielos!... ¡Estoy completamente enamorada! 

 

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