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La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

lunes, 31 de agosto de 2020

Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

 Breve introducción a la novela 



   La protagonista, Violeta, es una joven psicóloga que parte de la Argentina  durante el año 1977, época de éxodos y exilios. Se va a Europa, sin demasiada claridad acerca de sus metas o del rumbo a seguir.

   En Santiago de Compostela, gracias a las instrucciones de una maestra de Tarot, tiene un primer atisbo del porqué de su viaje. Y ese porqué se irá desvelando de a poco, mientras viaja por España y otros lugares de Europa a lo largo de nueve años, aprendiendo, creciendo interiormente, transformándose. Hay encuentros con diferentes personajes,  que la ayudan o le enseñan o avanzan junto a ella. Y como es una novela, hay romances, amigos y aventuras. 

   La evolución de Violeta, sus experiencias y comprensiones, son un tránsito por veintidós espacios arquetípicos: los  capítulos de la novela expresan e ilustran a los 22 Arcanos Mayores del Tarot, símbolos perfectos de Arquetipos universales. Y a medida que la protagonista transita por esos veintidós espacios, sintoniza -tanto internamente como en lo que experimenta externamente- con las energías arquetípicas correspondientes. 


viernes, 21 de agosto de 2020

Las grandes novelas son novelas integrales




   Después de haber leído mucho, a lo largo de mi vida, y después de bastante tiempo escribiendo, he llegado a la conclusión de que escribir pasablemente una obra de ficción es solamente una cuestión de técnica, de oficio. Con un buen manejo del lenguaje y un trabajo concienzudo en los aspectos narrativos, cualquier escribidor (término que le gusta a Vargas Llosa) confecciona una novela presentable. Por eso hay tantos best sellers, que venden mucho, pero novelas insustanciales, que solamente buscan entretener. No tengo nada contra eso, cada uno es libre de perder el tiempo como más le plazca, pero no es -a mi juicio- una literatura interesante.

   Me interesan las obras literarias que me dejan impresiones imborrables. Las que me enseñan, me sacuden, me conmueven.  Las que reflejan mis ansias e inquietudes.

   Ninguna gran novela deja de revelar la complejidad humana. Ninguna gran novela es artificiosa o superficial. Son profundas, aluden a lo esencial. Nos gusta releerlas, y en cada ocasión encontramos algo nuevo en ellas.

   Y me conmueven las que manifiestan seres reales, seres de carne y hueso. Cuando leía Sobre Héroes y Tumbas, de Ernesto Sabato,  era muy joven y trabajaba en una librería del centro de Buenos Aires. Iba al mediodía a comer a un bar que aparece en la novela, y allí me sumergía apasionadamente en sus páginas, casi con la presencia fantasmal de sus protagonistas, Martín y Alejandra, a quien no me hubiera asombrado ver aparecer en alguna mesa, tan intensamente me había sumergido en su mundo. Sabato los había creado de un modo magistral  y se habían vuelto casi reales para mí.

   Detrás de toda  gran obra de ficción,  suele haber un escritor y persona interesante, con ideas, con cierta experiencia de vida, con valores. Los grandes escritores son intelectuales, y una función de los intelectuales es la reflexión: reflexión acerca de sí mismos, acerca de los demás, acerca de la sociedad, acerca de la vida y acerca del universo. Los intelectuales indagan en los temas medulares, y los novelistas lo hacen mediante la ficción.
 
   Y los grandes escritores de ficción reflejan verdad en lo que escriben: se reflejan a sí mismos, a las personas que conocen, a las historias que han vivido, a las realidades que comprenden. Escriben con la verdad, y por eso las grandes novelas se sienten como algo auténtico: conscientemente o no los lectores perciben autenticidad en ellas, perciben verdad.

    Toda gran historia de ficción es integral, indefinible en géneros o temas. En ella está la vida misma, y en la vida misma hay de todo. ¿Cómo poner dentro de un género a Guerra y Paz, de Tolstoi, o a Sobre héroes y tumbas? Ningún aspecto de nuestra humanidad está ausente de las grandes narraciones, aunque se enfatice -en la trama- algunos aspectos sobre otros.

   Pero incluso en la literatura que se inscribe en un género, cuando se trata de un gran escritor, la realidad,  los temas importantes,  están presentes. Eso ocurre en los escritos de Ray Bradbury, que a pesar de ser fantasía o ciencia ficción muestran, aunque exagerada, distorsionada, a la realidad. O en el Realismo Fantástico de Gabriel García Márquez, quien por detrás de su desmesura imaginaria muestra profundas verdades.  O en  las novelas de Kafka, parecidas a los sueños, pero que tan fielmente reflejan aspectos esenciales de lo real.
  
   Y la gran literatura  no envejece. Todavía hay gente que lee al Quijote, (no solamente los estudiantes) y eso que leerla en ese castellano antiguo que exige recurrir al diccionario constantemente es trabajoso. Las obras de Shakespeare -incluyamos al teatro en nuestro comentario- siguen representándose en todos los teatros del mundo y se hacen películas basadas en ellas. Y muchos jóvenes están hoy en día descubriendo al gran Tolstoi y leyendo sus novelas escritas en el siglo XIX.

   ¿Y por qué ocurre esto? Porque al tocar los temas de siempre, los conflictos y anhelos humanos de siempre, las preguntas de siempre,  la gran literatura, la que es total, integral, alcanza lo imperecedero, se vuelve eterna.





Literatura, compromiso y autenticidad



    ¿Es necesario que un narrador de historias se comprometa? Y si fuera así: ¿Qué significa comprometerse? ¿Y qué es la autenticidad?

  El que levantó las banderas de una literatura comprometida fue, hace muchísimos años, el filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre, para quien el compromiso de un escritor con los problemas de su época se imponía como un deber. Para él, una literatura que solamente buscara entretener no era digna de consideración.

   Si bien Sartre apuntaba especialmente al compromiso social y político, esta postura -en un sentido más amplio- propone una literatura que nos haga reflexionar acerca de diversos asuntos, siendo éstos -en primer lugar- los grandes temas humanos, como el significado de la vida, la existencia o ausencia de Dios, el amor en todas sus formas, la búsqueda de la felicidad, la inevitabilidad del sufrimiento y la muerte.

   Esta visión diferente del compromiso nos lleva a ciertos conceptos que formuló el gran novelista ruso León Tolstoi.  

   En su tratado acerca del arte, Tolstoi propone la sinceridad como una condición ineludible en el arte y la literatura, entendiendo a la sinceridad como la necesidad interna del artista por expresarse, por decir su verdad.

   Esta sinceridad marcaría una línea divisoria entre las narraciones escritas a partir de nuestra experiencia, atendiendo a los fantasmas interiores (como diría Ernesto Sábato), y las que se producen para cumplir con las expectativas del mercado, siguiendo tendencias y modas del momento.

   Después del éxito de “El código Da Vinci” (un best seller bien construído, pero sobre todo bien promovido por una maquinaria editorial poderosa y multinacional) se sucedieron innumerables novelas que repitieron la fórmula. Esto es un ejemplo de literatura no comprometida.

   Y me pregunto cuál es el destino de esa literatura diferente, esa literatura que busca transmitir ideas, valores, temas esenciales, significativos para su creador y quizás, también, para sus lectores. ¿Hay futuro para esa literatura comprometida, esa que implica un compromiso con nuestra verdad más profunda?

   Porque el compromiso, como escritores,  es con nosotros mismos. El compromiso es con nuestra autenticidad, esa que nos permite ser y expresar lo que somos, para que eso que somos aflore en lo que escribimos.

    La idea del compromiso ha sido denostada por los que  exaltan al arte como un ejercicio de la libertad, pero ¿qué más libre que escribir sobre aquello que nos interesa; sobre lo que pensamos, creemos y sentimos; sobre lo que la vida nos ha revelado…?  ¿Qué más libre que el compromiso con nuestra verdad?

  Los grandes escritores, los que han trascendido, son los que han sido auténticos, los que se han comprometido con su verdad, y han escrito no solamente para entretener (y no está mal entretener) sino también para transmitir algo más, algo más que -en los más grandes- no es explícito sino sutil. Y pienso en Cervantes, en Goethe, en Mann, en Tolstoi, en Dostoiewsky, en Hesse, y en otros grandes narradores de todas las épocas, todos profundamente auténticos. 

   Y no dudo que esa literatura nacida desde el compromiso con uno mismo, desde la autenticidad, es la única que perdura.





Ficción espiritual


Acerca de la Ficción Espiritual

    Muchas  veces, desde que me inicié como autora de novelas (allá por 1996) me pregunté por qué no había más estudios sistemáticos o definiciones acerca del tipo de novela que yo escribía. Aunque siempre ha existido la narrativa con elementos espirituales, parecía que el género escapaba a las definiciones, si bien abunda  en nombres: ficción religiosa, metafísica, nueva era, de autoayuda, visionaria, evolutiva, espiritual… A mí me gusta llamarla Ficción Espiritual.
   Y hace poco apareció en la web un grupo de escritores de Estados Unidos (Visionary Fiction Alliance), que -partiendo de las ideas de Jung-  están tratando de definir a este género, llamándolo Ficción Visionaria: aquella donde  el crecimiento de la conciencia es el tema central, el que mueve a los personajes. 
  Más allá de que su iniciativa me parece interesante, creo que con sus definiciones están limitando los alcances de esta clase de ficción. Leyendo lo que dicen en sus páginas, vi que determinaban qué ficciones eran visionarias y cuáles no lo eran, y eso me parece arriesgado. Algunos de estos escritores lo reconocen, diciendo que es muy dificíl delimitar qué narraciones corresponden a  ficción visionaria, cuáles a  ficción espiritual y cuáles a ficción nueva era, siendo que estos géneros se consideran lo mismo -o casi- a efectos del marketing. 
   Y me llamó la atención que algunos de ellos declaran que esta clase de  ficción es un género nuevo. Supongo que siguiendo su intento excesivamente delimitatorio, esto podría ser cierto. Pero usando un criterio más amplio, jamás podría decir que éste es un género nuevo. 
   Ya de por sí, esto de marcar géneros literarios implica empobrecer las historias que se escriben, porque como digo en otro post, todas las grandes novelas son integrales. O sea, tienen de todo, y también –en alguna medida- espiritualidad.
    La espiritualidad es parte de nuestra condición humana y ha estado presente desde que existen las narraciones.  
    En la literatura épica de Oriente, que se transmitía en forma oral, el elemento espiritual es parte de la trama, como en el antiquísimo Mahabaratha de la India (que se registra a partir del siglo IV a.c.). Y en el folklore de Oriente y Occidente, hay a menudo –además de los elementos míticos y fabulosos- componentes éticos y espirituales. 
  Ya con la imprenta, en los siglos XVI y XVII, tenemos literatura espiritual escrita en castellano, quizás no con forma de novela, pero sí en el género autobiográfico (que es una variedad narrativa) y en la poesía. Como ejemplo los grandes místicos cristianos Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, quienes escribieron poesía mística muy inspirada y libros donde el lirismo es vehículo de una doctrina. Santa Teresa relató  su vida y sus experiencias en libros de profunda espiritualidad, que podrían incluirse en el género autobiográfico. 
   En otros idiomas hubo muchas obras de la literatura donde lo espiritual estuvo presente. Podemos mencionar al alemán Goethe y con el transcurrir del tiempo, al inglés Charles Dickens.   
  Las novelas de los rusos Tolstoi y Dostoievsky, y las de algunos escritores españoles del siglo XIX, tienen fuertes componentes espirituales. Entre los españoles citaría a Benito Perez Galdós, Emilia Pardo Bazán y Leopoldo Alas “Clarín”. (Acerca de Tolstoi, hay un post en mi blog http://creadoresmisticosytransmutantes.blogspot.com )
  En el siglo XX tenemos a muchos más. Por un lado la temática espiritual o metafísica en la obra de Herman Hesse, leído y admirado por varias generaciones de buscadores espirituales de todos los países. Y también podríamos mencionar a su compatriota Thomas Mann.
   El escritor inglés Aldous Huxley, además de ensayos, escribió ficciones, y el elemento espiritual de su obra, sobre todo la de sus años de madurez, es innegable. 
  Y están también los escritores que se definen claramente dentro de una narrativa católica, como el norteamericano Graham Greene. 
  En la Argentina, los narradores más famosos del siglo XX tienen componentes espirituales en sus historias. De un modo elusivo y esotérico en Borges y fuertemente sobrenatural en Cortázar. También en las novelas de Ernesto Sábato, de un modo explícito aunque sin poner demasiado el acento en eso. (Ver el post acerca de Sábato en mi blog Vivencias de una Peregrina) 
  En las últimas décadas sobresalieron el norteamericano Richard Bach y el brasileño Paulo Coelho, quienes escriben ficción que podría entrar dentro de esta temática. Y también hay otros, que no venden todavía tanto como ellos, pero que escriben muy lindas historias, como el chileno Barrios, la argentina Chaikovska, el norteamericano Albom, y muchos otros que continúan siendo desconocidos para el gran público, como la autora de este blog. 
  Alguna vez, cuando intenté que alguna editorial publicara mi primera novela, una de las respuestas que se repitió fue que el género estaba saturado. Y posiblemente es verdad… Una editorial no publica nuevos autores de géneros determinados, cuando ya tiene uno (o varios) que están vendiendo bien en ese género, porque le conviene seguir publicándolos a ellos. 
   El género de ficción que estamos comentando  no le gusta a todo el mundo, y hoy en día, de acuerdo a lo que investigué, lo que más se vende es: romántico, erótico, policial, de suspenso, de aventuras, y ciencia ficción. Los demás géneros venden menos, y el género que Amazon denomina “ficción religiosa y espiritual” es la categoría que menos libros tiene.
  Claramente, en nuestros días, esta clase de ficción es un género minoritario. Sin duda, era verdad lo que me dijeron hace quince años, que el género estaba saturado. Y aunque hay mucha gente a quien interesa la espiritualidad, he descubierto que no muchos de ellos leen novelas: prefieren leer no-ficción. 
   Pero… ningún género literario desaparece para siempre… Aquello que la gente busca para leer responde a tendencias sociales y culturales que cambian de una época a otra. 
 Y estoy convencida que la narrativa espiritual volverá a tener épocas de esplendor. 
   Aunque quizás falte mucho tiempo para eso…
  
    





  
   

¿Quién decide lo que leemos?

La respetable subjetividad al apreciar una obra literaria


   Gracias a mi participación en las redes sociales, particularmente en las redes sociales de recomendación de libros, estoy comprobando que l@s lector@s se animan más que antes a confiar en su propio juicio. He leído  comentarios de rechazo a ciertos autores que sin embargo son reconocidos best-sellers, o incluso grandes escritores.

  Y esto me parece bien, más que bien… Estamos acostumbrados históricamente a que los juicios de valor acerca de los productos culturales como libros, música, artes plásticas y películas, sean emitidos por expertos, encargados de juzgar y dictaminar si dicho producto cultural es valioso, si merece que le dediquemos nuestra atención o no.

   Desde tiempo inmemorial, han sido los críticos literarios y los editores los que decidían qué libros teníamos que leer. También las revistas y periódicos formaban parte de ese mundo que decidía por nosotros. Y como la mayoría de la gente consume lo que le recomiendan otros, y más si esos son críticos y expertos, los gustos y tendencias literarias han estado siempre parcialmente determinados por las decisiones de unos pocos. 

   En las últimas décadas, con el desarrollo de los medios de comunicación, esos mensajes acerca de qué leer o escuchar han venido a través de los periodistas y comunicadores. Y dado que los medios están muy unidos a intereses económicos y financiados mediante publicidad, dichos mensajes están estrechamente enlazados con dichos intereses (lo cual antes también ocurría, pero probablemente no en la misma medida).

    Por todo esto,  la inmensa mayoría de las personas estamos siempre siendo influenciados  acerca de qué leer o escuchar o mirar.

   Sin embargo, hay un espacio de absoluta libertad, un espacio donde nada puede influirnos.

   Y ese espacio es la confianza en nuestro propio juicio:

   Confiar en lo que sentimos, en lo que experimentamos al leer un libro (o al escuchar música o al ver una película o…)

   Si compramos un libro porque leímos en algún lado que es un autor con muchos premios, o un best seller, y luego resulta que no nos gusta,  es positivo que haya espacios donde podamos comunicar nuestro desacuerdo con dichas valoraciones. 

   Y también sería interesante que al encontrarnos con el producto de un creador desconocido, confiemos en nuestro juicio y le demos una oportunidad, aunque no tenga por detrás para respaldarlo a los medios o a los expertos.

  Gracias a Internet, esto ya está ocurriendo en nuestros tiempos. Todos pueden emitir opiniones y publicarlas en algunos espacios, como los que abundan en las redes sociales. Y son cada día más los que se animan a declarar, sin temores, que  una novela de un escritor premio nobel les resultó difícil de leer y la dejaron por la mitad, o que las novelas de un famoso best-seller son insoportables y no comprenden que pasó para que se convirtiera en best-seller.

   Ojalá esto continúe así, y en forma creciente…











Violeta y el Camino de los 22 Arcanos, casi tres años en este blog

      Cuando publiqué tres de mis novelas en forma de blog, varias personas me aconsejaron que no lo hiciera. Sin embargo, no estoy arrepent...