Traductor - Translation

La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

Capítulo 2 - El Mago

 EL MAGO

 

 

1.

 

    Cuando llegué con el taxi Susana me estaba esperando junto al portón. Después de muchos besos, abrazos, comentarios, y exclamaciones de alegría, la seguí por una oscura escalera hasta el cuarto piso. Alquilaba un departamento bastante modesto, atestado de muebles pesados y antiguos, y con un empapelado casi marrón en las paredes. Pero había varias ventanas y un gran balcón, por los que entraba el sol y los sonidos vivaces de la ciudad.

    Desde el primer momento comprendí que para sentir que estaba en España tendría que salir a la calle, porque en lo de Susana continuaba siendo Buenos Aires. La pava para el mate silbaba a cada rato, haciéndole coro a un bandoneón rioplatense o a una guitarra pampeana; y el desfile de argentinos era incesante. Había entre ellos profesionales, artistas, exiliados políticos, y viajeros en busca de aventura y cambio.

    Susana, que era socióloga, trabajaba como muchos otros en la venta ambulante, ocupación habitual entre los recién llegados porque no requería permisos legales. Me encontré con profesores y licenciados vendiendo collares y pulseritas, y conversando acerca de “la venta”, “los lugares donde te dejan vender” y “las tiendas mayoristas más baratas”.

    Otro de los temas favoritos era la Argentina, lo que pasaba allá, y los tiempos idos, que volvían en ráfagas nostálgicas y dolorosas.

    Todos me brindaron afecto y atenciones, invitaciones a comer y asesoramientos de todo tipo. El mismo apoyo recibí de algunos psicoanalistas con quienes me relacioné: podía continuar mi formación psicoanalítica, legalizar el título y ejercer.

    Pero me sentía insegura: no sabía si deseaba trabajar como psicóloga, ni sabía qué hacer en general. No tenía voluntad ni empuje para iniciar nada. Las horas se sucedían, abúlicas y perezosas, entre mates, charlas, empanadas y recuerdos. Y yo no estaba a gusto en lo de mi amiga, pero no entendía bien el porqué.                                         

    Lo único que me sacaba de mi apatía era salir a recorrer Madrid. Caminaba al estilo de Juan, al azar, descubriendo sus barrios y sus paseos. Después me sentaba en algún restaurante, curiosa ante los sabores nuevos y los nombres desconocidos: gazpacho andaluz, judías verdes con jamón, natillas... Me agradaban los madrileños, los encontraba simpáticos y comunicativos, y usaba la excusa de preguntar por una calle, para ponerme a dialogar con señoras que barrían la vereda, o con vendedores de tienda, o con viejecitos que tomaban el sol en las plazas.

    Sí..., paseando por Madrid me sentía bien. Pero al regresar a la casa de mi amiga volvía esa sensación de estancamiento, de inercia…, la lenta y desganada sucesión de los mates y de las horas.

     Susana me presionaba para que hiciera algo: “Si querés te enseño lo de la venta y así trabajás hasta que te decidas” o “¿Por qué no vas comenzando los trámites para tener la residencia legal?”.  Pero con sus presiones sólo conseguía ponerme peor.

     Y de nuevo me escapaba a la calle… y me aturdía de imágenes y voces… y estaba más contenta por un rato.

  

2.

 

    En pocas semanas, Madrid también dejó de ser estimulante. Un amigo me sugirió, para renovar mi entusiasmo turístico, hacer excursiones de un día, a sitios cercanos como Ávila y Toledo. Demoré un poco en animarme, hasta que una mañana desperté extrañamente decidida y partí bien temprano rumbo a Toledo...

    Apenas salí de la estación me detuve para admirarla: erguida sobre un promontorio rocoso cercado por el río, con sus antiguos edificios, sus cúpulas y torres, de un ocre dorado. Crucé el puente y me interné por sus estrechas callecitas empinadas, con asombro ante la presencia intacta y deslumbrante del pasado.

    La mañana pasó velozmente…  Al mediodía, algo cansada y hambrienta, me senté en un bar. Mientras devoraba un bocadillo de jamón y queso, vi en otra mesa a un hombre cuyo rostro creí reconocer. Estaba absorto en la lectura de un libro, y lo observé durante algunos minutos hasta que recordé: ¡el Rastro!, ¡los cartománticos! 

   Una vez había ido con Susana al Rastro, abigarrado mercado dominguero donde se puede comprar de todo, desde vestidos hasta tornillos, nuevos y usados. Y en una de las calles, atestada de puestos y de gente, estaban las mesitas de los adivinos. Los había observado largo rato, con la tentación de preguntarle a las cartas cómo orientar mi vida, pero finalmente no me atreví.

    Lo miré de nuevo: era bastante feo aunque interesante, con muchas arrugas alrededor de los ojos, oscuros e impenetrables. ¿Cuántos años tendría...? ¿Cuarenta…, cuarenta y cinco? Llevaba una camisa de seda gris, medio abierta, y sobre el pecho lampiño una gran piedra opalescente. Había algo misterioso en él que me atraía y tuve ganas de conocerlo.

    En cierto momento levantó la cabeza y echándola ligeramente hacia atrás me observó, esbozando una mueca extraña que supuse era una sonrisa. Turbada, desvié la vista, pero al rato lo aceché de nuevo, y él a mí. Este juego de miraditas y disimulos duró un buen tiempo, hasta que súbitamente se levantó y con gran decisión se acercó a mi mesa. Me pidió permiso para sentarse y se presentó: Simón, chileno, y “me parece que tú eres argentina”.

    Me sorprendí: ¿cómo había hecho para darse cuenta?

   Aseguró que no era difícil reconocer de qué países eran las personas, bastaba con observar su aspecto, sus ademanes y movimientos. Además, nada tan fácil como reconocer a un argentino y sobre todo a una argentina. 

—¿Por qué…,  qué tienen las argentinas para que sea fácil reconocerlas?

—Cosa más clara, pues... Son muy lindas.

    Lo dijo como si fuera algo objetivo, con gravedad, y no percibí ninguna insinuación en sus palabras.

    Le conté que lo había visto en el Rastro. “¿En el Rastro?”… Había ido una sola vez ahí, explicó, no le gustaba para hacer lecturas de Tarot: demasiado bullicio, demasiada gente.

—Oye, ¿tú vas mucho por el Rastro? —preguntó, mientras llamaba al mozo con ademanes muy raros.

—No, fui sólo ese domingo.

—Me parece que teníamos que conocernos, pues  —dijo esbozando su sonrisa-mueca.

    Y después de pagar su cuenta y la mía, me invitó a pasear juntos por Toledo.

                                               

3.

 

    Mientras visitábamos museos, capillas, palacios y sinagogas, Simón me contó —con profusión de referencias ocultistas— la historia de Toledo. Lo escuché referirse a la Cábala, a la Alquimia, a la Magia, sin entender demasiado, pero con un interés que desde hacía mucho no sentía por nada. Simón parecía saber todo acerca de todo y respondía sin titubear mis preguntas, con una expresión seria, adusta, reconcentrada. Sus pequeñas manos se movían en ángulos y giros, como acompañando a su voz, suave y algo hipnótica.

    Después de recorrer la casa del Greco, donde se explayó delante de cada cuadro con interpretaciones artístico-esotéricas, sugirió que fuéramos a un paseo cercano a contemplar el atardecer.

    Nos sentamos sobre un muro de piedra, frente a los cerros y olivares, con las aguas del Tajo corriendo a nuestros pies.

    Y entonces comenzó a explicarme qué es el Tarot en realidad.

—Acontece que es mucho más que un juego de cartas para adivinar el futuro. El Tarot es un sistema de conocimiento, un Camino de Crecimiento y Aprendizaje. Yo lo llamo el Camino de los 22 Arcanos.

    Simón sacó de su bolso un paquetito envuelto en un pañuelo de seda y me mostró sus cartas.

—Estas son las veintidós cartas fundamentales, los Arcanos Mayores. Son símbolos y representan a Fuerzas o Energías arquetípicas y universales.

    Y con gran solemnidad manifestó:

Si una persona es iniciada en el Camino de los 22 Arcanos, transitará una por una las veintidós etapas regidas por los 22 Arquetipos. En cada una realizará un aprendizaje diferente. En cada una, sus experiencias, el modo en que piense, sienta y actúe, y hasta las personas que encuentre, todo estará sintonizado con la Energía arquetípica que predomine en esa fase.

    Mientras Simón me instruía  fue oscureciendo,  y decidimos regresar a Madrid. En el tren le conté lo que me estaba ocurriendo desde que llegara a España: la inercia, el desgano, la inseguridad. Después de escucharme con atención, me ofreció una lectura de Tarot, que acepté encantada. Y acordamos un encuentro para el día siguiente, en la Puerta del Sol.

 

4.

 

    Llegué antes que él al bar donde nos habíamos citado. A los pocos minutos vi su esmirriada figura acercándose, con pasos cortos y apresurados. Estaba vestido con unos pantalones y un chaleco negros, que le quedaban holgados y parecían antiguos, como comprados de segunda mano.

    Me saludó y me hizo cambiar de mesa, luego de dudar unos segundos entre una y otra. Y enseguida ordenó tapas de calamares y de pescaditos, vino blanco para él y una gaseosa para mí. Descubrí que le gustaba beber, y bastante, aunque no perdía la compostura. El vino parecía inspirarlo, estimular su elocuencia, y me dedicó una larga disertación acerca de Nostradamus y sus profecías.

    Al acercarse la noche, me propuso ir a otro sitio para hacer el Tarot; y fuimos caminando hasta el Parque del Retiro. Allí nos acomodamos en un banco, próximo al estanque, y Simón sacó de su bolsillo el paquetito de cartas. Lo deshizo, extendió el pañuelo sobre el banco, mezcló las cartas y las desplegó boca abajo, en forma de abanico. 

   Durante algunos instantes cerró los ojos y yo, sin saber por qué, hice lo mismo. Después me dijo que me contactara con las cartas y que escogiera cuatro... En algunas, los arabescos del dibujo parecieron cobrar relieve... Elegí esas.

   Simón las dio vuelta y las miró durante algún tiempo, muy concentrado. 

—Fíjate pues, Violeta… —dijo señalando una carta en la cual una figura, vestida como un juglar y con un hatillo al hombro, estaba por saltar a un precipicio—. Éste es El Loco..., éste es el Arcano que te acompañó al partir de Argentina. Y ahorita mismo estás bajo el dominio del Mago —enunció, mostrándome otra carta con un personaje masculino que expresaba poder y firmeza.

    Luego, con mucha gravedad, manifestó:

—Mira, como ya me lo sospechaba: tú estás en el inicio del Camino de los 22 Arcanos, e irás transitando una por una las veintidós etapas.   

    Yo lo escuchaba algo incrédula, aunque a la vez fascinada.

—El Mago ha salido invertido —continuó—. Cuando una carta sale invertida quiere decir que esa energía está desequilibrada, ya sea por una carencia, o por un exceso, o por una distorsión de sus cualidades.

   Y especificó que en mi caso había una carencia, y por eso mi apatía, mi desgano.                                                  

Debes armonizar esta energía en ti. Recién entonces podrás pasar a la etapa siguiente.

   Después me dijo que yo estaba afligida en la casa de Susana porque todas esas personas y esa situación pertenecían a mi pasado. 

   Y con mucha seguridad me espetó:

—¡Tienes que irte de ese piso!... ¿Ya?

—¡Ay Simón!, me siento incapaz de ir a otro lado... No sé adónde ir ni qué hacer…

—¿Y qué te gustaría hacer, pues Violeta?

—No sé... Viajar me hace bien: los paseos por Madrid, ayer en Toledo... 

—Cosa más clara, pues..., viaja durante algún tiempo.

—¿Y el dinero de dónde lo saco?

—¿Es que ya no te queda?

—Sí, pero en pocos meses se me va a terminar.

—Ándate, pues, de viaje... Cuando se acabe tu dinero vas a estar más enterada de lo que acontece en España y de lo que tienes que hacer... No te pre-ocupes.

 

5.

 

   Esa noche me costó dormirme, pero no debido a las revelaciones y consejos de Simón, sino por algo que se me había “revelado” en el Parque del Retiro. 

    Después del Tarot, y mientras me daba algunas nociones de Chamanismo, Simón había incrustado sus dos huesosas rodillas en mis piernas. Creyendo que era casual me moví hacia atrás, pero él insistió, y hasta percibí fugaces brillos libidinosos en su mirada. ¡Horror!... Aunque Simón era una persona interesantísima, y me fascinaba escucharlo y aprender de él, como hombre no me atraía en absoluto. Es más, me causaba cierta repulsión. Entonces, ¿qué hacer?... Después de dar muchas vueltas en la cama, pensé que lo mejor sería obedecer sus recomendaciones: no pre-ocuparme, e ir viendo cómo manejar la cuestión.

    Al día siguiente me llamó para invitarme a cenar. Cuando andábamos por el postre volví a sentir la presión de sus rótulas. Esta vez puse cara de disgusto, y ruidosamente desplacé mi silla. Ante este rechazo evidente se quedó tranquilo. Y tuve esperanzas de que continuara así.                                                

    Por varios días mantuvo una respetuosa distancia. Y prosiguieron nuestros paseos por Madrid, y sus largas conferencias sobre temas esotéricos. No tardé en notar que jamás hablaba de él ni de su vida privada. Lo único que me dijo es que vivía en Barcelona, y que había venido a pasar una temporadita donde unos amigos chilenos.

    A veces me animaba, y le hacía preguntas muy personales…

   ¿Se ganaba la vida con el Tarot? ¡Jamás! exclamó, sentado frente a un vaso de vino tinto. ¡El Tarot era vocación, conocimiento sagrado!; había otros oficios más viles para ganar el sustento diario. Pero no pude saber cuáles eran esos oficios viles ni de dónde sacaba dinero, aunque no parecía faltarle. ¿Tenía hijos? Con su copa de blanco en la mano, me dedicó un largo sermón acerca del significado oculto de la paternidad, pero no me contestó si los tenía o no. Cuando le pregunté por las mujeres en su vida, tuve que escuchar una perorata, que regó con abundante clarete, sobre el amor y la pareja según el Ocultismo. Y a eso se limitó su respuesta. Me harté, y quise protestar ¿Por qué nunca hablaba sobre él? Con mucha circunspección, replicó que un mago no debe hacerlo.

    Una tarde, sentados en un bar, y mientras me iniciaba en los misterios de la Astrología, sus rodillas se hicieron sentir de nuevo. Y a partir de ese momento sus toqueteos fueron aumentando en audacia, pese a mis claras demostraciones en contra. Me ponía rígida, le daba codazos, fruncía la cara; y él continuaba... impertérrito. 

     Roces, presiones, estrujamientos, choques con la cadera al caminar, masajitos breves en diferentes sitios de mi anatomía, su brazo en mi cintura y su aliento cerca de mi oreja. Yo lo iba esquivando, pero ¿hasta cuándo podría hacerlo? Me cuestionaba a mí misma por no sentirme atraída. ¡Un hombre tan interesante! ¿Por qué no me gustaba? Mis esfuerzos, sin embargo, eran inútiles: mi voluntad no quería funcionar sobre mis apetencias sexuales. El hecho de vivir ambos en casa de amigos me ayudaba; las únicas situaciones peligrosas eran por las noches, cuando Simón me conducía a bancos apartados en plazas oscuras. Entonces, pretextaba algo para irme rápido,  como “estoy cansada” o “Susana me espera”. Pero estaba segura de que este juego no podía durar eternamente: era sólo una manera de estirar las cosas.

                                                                                   

6.

 

    Una noche estábamos conversando y oyendo música en un “pub” cuando se armó una pelea. Hubo gritos, sillas derribadas y un par de heridos. Fue tal el disturbio que a los pocos minutos llegó la policía; y empezó a pedir documentos y a llevarse detenidos a los indocumentados. Sentí pánico.

—¡Simón, no traje mi pasaporte!

    Simón intentó tranquilizarme, mientras rodeaba mis hombros con su brazo.

—No te preocupes, fíjate que yo tampoco.

    Yo estaba nerviosísima, imaginando una noche tras las rejas.

—¡Tranquila!, no va a pasar nada —me susurraba al oído, frotando mi espalda al mismo tiempo.

    Cuando los agentes llegaron a nuestra mesa, Simón se levantó y, dando su nombre y el mío, profirió una serie de apabullantes explicaciones. Sonreía de tal manera que hasta parecía simpático. Enseguida escuché al oficial: “Vale, vale, pero en adelante salid a la calle con vuestros pasaportes”.

    Quedé cautivada por su desenvoltura y se lo confesé con admiración. Entonces, algo ufano, comentó:

Ninguna situación te domina si sabes enfrentarla con calma e inteligencia, si sabes emplear tu Poder Personal.

—¿Mi Poder Personal?

—Ya, todos tenemos un gran poder dentro de nosotros: el poder de la Voluntad. Si aprendes a usarlo, podrás orientar tu vida en la dirección que desees, y lograr así tus propósitos.

   Sus palabras me impresionaron fuertemente.

—¿Y si una no sabe lo que desea?

—Sería bueno que primero descubras lo que deseas, sino el Poder se dispersa en diferentes direcciones.

   Y acariciando mi barbilla me aconsejó que me quedara tranquila, que ya lo sabría.

   Esa misma noche, mientras me acompañaba a lo de Susana, le pregunté si era difícil aprender a usar el Poder Personal, y si llevaba mucho tiempo. Me aseguró que nada se aprende de un día para el otro, que hay que trabajarse a sí mismo con empeño para obtener una creciente perfección.

—Y a ti, ¿cuánto tiempo te llevó aprenderlo?

—Yo continúo siendo un aprendiz —musitó.

                                                                                      

7.

 

    Un domingo por la mañana me telefoneó para invitarme a comer en casa de sus amigos. Ellos se habían ido de paseo, y él estaba preparando un “ceviche”, tradicional plato chileno que se hace con pescado crudo. Tuve unos instantes de vacilación, ¿a solas con él?,  pero la curiosidad fue más fuerte y acepté. Conocer ese piso, ver su entorno, era un modo de conocerlo más.

    El departamento, en el barrio de Lavapiés, era similar al de Susana: antiguo y algo más oscuro, aunque arreglado con calidez: coloridas mantas de telar en camas y sillones, tapices en las paredes, adornos de cobre y de cerámica. Estuve husmeando mientras Simón terminaba de cocinar. Había muchas fotos de sus amigos: un matrimonio joven de aspecto simpático y sus tres niños. En una habitación pequeña descubrí la ropa de Simón y varios libros esotéricos.

    Después, lo ayudé a poner la mesa. Me sentía menos a la defensiva con él que de costumbre. Y cuando insistió en que probara el vino blanco chileno, no pude rehusarme. 

    El pescado, con papas cocidas y ensalada, estuvo riquísimo. Y el vino también: cuando llegamos al café yo estaba ligeramente ebria.

    Mientras disertaba sobre todas las formas del Poder de un mago, con su copa de pisco en la mano, Simón me invitó a sentarme en un sofá… Lo escuchaba a medias, totalmente distendida sobre los almohadones, y yo también con mi copita de pisco, que Simón me había casi obligado a compartir. Estaba como en una nebulosa, y cuando él comenzó con sus toqueteos, sin interrumpir su perorata, lo dejé hacer...

 

    De repente, ¡oh, sorpresa!, advierto su respiración agitada sobre mí, y su boca ansiosa mordiendo mis labios... ¡No consigo reaccionar!... Sus manos se mueven como enloquecidas,  y todo él tiembla con un frenesí pasional que me aprisiona, aplastándome contra el sofá e impidiéndome casi hasta respirar.

    Noto que empieza a desnudarme,  y yo, entorpecida como estoy por el alcohol, no me resisto… Me siento atrapada, vencida, en su poder... Me da asco, pero lo estoy dejando...

    Y ahora su boca muerde mi oreja derecha... Subyugada por él, hace un mes que me tiene hechizada con sus discursos... Y ahora su lengua se pasea por mi oreja izquierda... ¡No quiero hacer el amor con él!... Y su boca está descendiendo por mi cuello... Esto es ridículo, ¿qué estoy haciendo?..

  “Ninguna situación te domina se sabes emplear tu Poder Personal”.

    Súbitamente me incorporo y aparto con violencia a Simón, que ya andaba por mi ombligo… Me paro frente a él… El sopor del vino se ha esfumado y yo estoy gritando: ¡No quiero hacer el amor con vos, no me gustás!

    Velozmente, arreglo mi ropa y busco mi bolso, delante de un Simón paralizado y mudo. Y fulminándolo con la mirada, abro la puerta del departamento y salgo dando un portazo.

    Sé, mientras viajo en un taxi de regreso a casa, que lo ocurrido significa el fin de nuestra amistad. Sin embargo, no estoy ni mal ni triste. Hay algo nuevo en mí, una especie de fuerza, de potencia, como si todo se estuviera volviendo flexible y obedeciera al poder de mi Voluntad.

 

8.

 

    A los pocos días me llamó.

—Oye, perdóname la tontera del domingo, ha sido una lamentable equivocación...

    Quería despedirse porque regresaba a Barcelona, y nos citamos en el bar de la Puerta del Sol, donde nos encontráramos tantas veces.

    Estaba más serio que nunca, y volvió a disculparse. Había una inevitable tirantez, que traté de suavizar haciéndole preguntas sobre los temas de siempre, pero la conversación duró lo que duraron nuestros cafés.

    Después escribió algo en un papelito, y me lo extendió diciendo: “Toma este regalo que te tengo”. Era el teléfono y dirección de su maestra de Tarot: María de Ouro, una mujer muy sabia y maravillosa que le había enseñado mucho, y que vivía en Galicia. Me aclaró que esto era un privilegio, pues ella no permitía que dieran sus señas a cualquiera.

    Insistió en pagar, como siempre; y ya en la puerta del bar me dijo:

—Nuestros senderos se bifurcan, pues Violeta. Quisiera que me recuerdes bien..., a pesar de lo acontecido.

    Le aseguré que sí, agradeciéndole sus enseñanzas. Y después de un ligero abrazo, se marchó.

    Mientras lo miraba alejarse, sentí que estaba terminando un capítulo en mi vida, y que tenía que definir mi situación. No sabía cuáles eran mis metas aún, pero sí que debía irme de Madrid. ¿Y adónde?...                                             

    El nombre de María de Ouro resonó en mi cabeza como un eco, durante algunos días, hasta que me decidí.

—Me voy a Galicia para ver a una bruja —le dije a Susana, quien no entendía nada.

    Reservé mi billete de tren; me despedí de todos los compatriotas; y partí, una mañana, con destino a Santiago de Compostela.

 


No hay comentarios:

Violeta y el Camino de los 22 Arcanos, casi tres años en este blog

      Cuando publiqué tres de mis novelas en forma de blog, varias personas me aconsejaron que no lo hiciera. Sin embargo, no estoy arrepent...