Traductor - Translation

La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

Capítulo 19 - La Luna

 LA LUNA

 

 

1.  

 

    Después de las fiestas, al comenzar los días fríos del invierno, quise recluirme en el ático para retomar mis prácticas espirituales, interrumpidas desde hacía tanto tiempo. 

   Pero mis prácticas no pasaron de ser una ilusión. Aunque me sentaba frente al altar y realizaba todos los rituales previos, cuando cerraba los ojos me perdía tras infinitas y vaporosas imágenes. Escenas y figuras del pasado, historias de otra época, me distraían... Y no podía evitarlo.

    Un rostro que aparecía una y otra vez era el de Pau. Al recordarlo me ponía triste...  Y comprendí que había mucho por esclarecer entre nosotros todavía.

    Después de largo rato absorta en las imágenes, me levantaba del almohadón, algo culpable, y me prometía sentarme el doble de tiempo al atardecer. Pero casi nunca cumplía con mis promesas. Y esto me apenaba. Añoraba mis tiempos de misticismo y sospechaba, melancólicamente, que esos tiempos no retornarían más.

    También empecé a tener unos extraños sueños, que me hacían despertar a mitad de la noche con gran angustia. Eran sueños tan intensos, tan reales, que más que sueños parecían recuerdos de algo vivido.

    Y así transcurrían mis días y mis noches en aquel enero: entre nostalgias, memorias, imágenes y sueños.

  

2.

 

    Estoy sentada frente a una anciana. Una gran mesa de madera tosca nos separa. Sobre la mesa: muchas cartas grandes y ajadas, con los colores desvaídos.

    He pasado la tarde diciéndole la buenaventura, y ahora es ella quien aconseja. Me dice, afligida, que una terrible amenaza pende sobre mí. Y me advierte que debo escapar...

    Y ahora estoy huyendo... Es de noche y corro por un bosque... Los rayos de la luna dibujan formas ominosas en la espesura; sombras gigantes como los árboles me acechan durante la fuga. Mis ropas están en jirones. Tengo hambre, frío y mucho miedo. Mis huesos están fatigados y grande es mi dolor, pero debo continuar huyendo...,  sin saber hasta cuándo...,  sin sosiego...

.....................................................................................................

 

    Me desperté bañada en sudor, con la sensación de haber estado verdaderamente ahí, corriendo a través de ese bosque, con hambre, frío y miedo. Y a las pocas noches el sueño se repitió, idéntico: la misma mujer avisándome del peligro, el mismo temor, el mismo bosque con sus tinieblas lunares.

    Consulté a mi Maestro Interno, y respondió:

 

                     Los sueños vívidos son recuerdos de otras vidas.

 

    Y aclaró que ese sueño era la clave para comprender mis conflictos con el Tarot. (Desde aquella charla con Amparo en Barcelona, había notado que la idea de trabajar profesionalmente con las cartas, inexplicablemente me angustiaba).

    Enseguida, diciéndome “puedo ayudarte a recordar”, sugirió que me acostara y relajara como lo hacía en una sesión de yoga.

    Y cuando estuve bien relajada, me indicó que rememorara el sueño...

 

 

3.

 

    Estoy sentada frente a una anciana. Una tosca mesa de madera nos separa. Sobre la mesa: muchas cartas. Mezclo y dispongo las cartas sobre la mesa, para decirle la buenaventura.

    Puedo verme: soy joven y agraciada; llevo una cofia, que cubre mis cabellos, y un traje oscuro de anchas mangas.

    Transcurren los años del Señor de 1583; y con mi madre viuda y mis hermanos y hermanas, moramos en esta aldea francesa. La nuestra es una casa humilde; empero, grande y bien abastecida. Tenemos muchos arcones con ropa limpia, trigo almacenado y una despensa repleta de viandas.

    De mi abuela aprendí a descifrar el porvenir con las cartas, y así ayudar en penas de amor y otros padecimientos. Mucha gente viene a consultarme; también de otras aldeas y villas vecinas. Merced a ello, proveo a las necesidades de mi familia con mayor abundancia que en vida de mi padre. Hemos prosperado a ojos vista  y eso ha originado algunas envidias.

    Así las cosas, la Inquisición llega a nuestra pequeña aldea. La anciana a quien digo la buenaventura es la esposa de un principal, pudiente y con influencias. Sabiendo que me han delatado y que van a prenderme, ha venido a prevenirme y a socorrerme, facilitando mi huida. En cierto modo me estaba preparando para esto: las cartas, desde muchos meses atrás, me anunciaban un gran peligro.

    Puedo verme: quemando las cartas... y despidiéndome, con gran zozobra, de mi madre y mis hermanos... ¡Quizás nunca más los vea!

    Y ahora huyo... Huyo sin pausa... Día tras día... Mes tras mes... Padeciendo muchas penurias y amargos trances... Pidiendo asilo en las casas... o durmiendo al raso. Permaneciendo un tiempo aquí, otro allá; nunca en demasía, porque las suspicacias de unos y otros me obligan a partir presto.

    Después de varios años y de muchos sinsabores y quebrantos, encuentro amparo en el hogar de una familia de labradores semejante a la mía: una madre viuda y muchos hermanos y hermanas. La madre es una mujer valerosa; me toma afecto  y me casa con uno de sus hijos.

    De allí en más, mi vida discurre apaciblemente, sin mayores desazones, con mucha labor y muchos hijos.

    Nunca más me sirvo de las cartas. Y el temor que ellas me inspiran continúa en mí para siempre.

 

 

4.

 

    Abrí los ojos... Ahora comprendía mi rechazo, tan profundo e incomprensible, al trabajo profesional con el Tarot. Y también mi desinterés por visitar París cuando regresé de Inglaterra, que podría explicarse por aquella penosa huida en Francia.

    Entonces, ¿acarreamos vida tras vida traumas y memorias dolorosas? Pese a que la experiencia de “recordar” había sido muy realista, casi como estar allí, viendo, oyendo, sintiendo y hasta oliendo, no pude evitar mis dudas. ¿No sería esto un espejismo, una alucinación de mi mente?

    Mi Maestro Interno sentenció:

 

                                     Todo es un espejismo, en última instancia,

                                     aunque no puedas comprenderlo todavía.

 

    También dijo que la mejor respuesta a mis dudas, era comprobar los beneficios de este “recordar”.

 

                                      Recordar el pasado

                                      es sacar a la luz viejos conflictos.

                                      Y eso sana las heridas.   

 

    En pocos días comprobé que mis temores habían disminuido. Y consideré seriamente, por primera vez, la posibilidad de trabajar profesionalmente con el Tarot.

 

 

5.  

 

    Una noche salí con Lupe, Paco y varios amigos. Fuimos a cenar y después a un “pub”, en la calle Caballeros.

    Y apenas entramos lo vi: estaba sentado junto a varias personas y parecía el de siempre, con su aire melancólico y sus ojos lánguidos.

    Me acerqué sin que me viera... y toqué su brazo.

—¡Hola, Pau!

    Se turbó bastante, pero enseguida se levantó y me saludó con otro ¡hola!

    Durante algunos segundos nos miramos en silencio, cohibidos y emocionados.  Entonces le propuse que nos sentáramos a charlar. Accedió, y encontramos una mesa tranquila en el piso alto del local. 

   Me contó que estaba en plena crisis. Lo de costumbre: que si la música, que si la arquitectura, que si su padre..., aunque ahora no recibía más el subsidio paterno. Le impresionó saber que yo estaba en el ático y me confesó que pasar cerca de la Plaza Redonda lo deprimía.

    Sentí algo cálido y familiar mientras lo escuchaba. Y me di cuenta que mi afecto por Pau estaba indemne, ya sin el matiz romántico, pero aún sólido y profundo.

    Y nuestro diálogo fue como el de dos buenos amigos, hasta que pronuncié la frase “porque cuando nos separamos”  y él, interrumpiéndome con una sonrisa irónica, corrigió:

—¡Cuando me abandonaste, querrás decir!

    Desconcertada, intenté replicar:

—Siempre hay alguien que se va, Pau... Nuestra relación estuvo deteriorándose durante mucho tiempo, sólo que vos no querías verlo, y entonces...

    Me interrumpió de nuevo, esta vez con dureza:

—¡No me apetece discutir este asunto!

    No le hice caso y continué. Resumí en pocas frases el derrumbe de nuestra pareja, sus exigencias egoístas y mis sentimientos dolorosos durante aquellos últimos meses, su falta de conciencia y la consiguiente incomunicación.

    Cuando terminé de hablar, vi que Pau estaba tieso, mirando fijamente algún punto en el suelo. Y de inmediato dijo:

—He de pedirte que te levantes de esta mesa.

    Me levanté con un dolor agudo en la boca del estómago. Y después de unos minutos con Lupe y los demás, me sentí tan mal que me fui: la actitud y las palabras de Pau me habían mortificado. 

   Y desde esa noche, una culpa ponzoñosa e inexplicable comenzó a corroerme, pese a estar segura de que no había motivos para sentirme así.

 

 

6.

 

    Los sentimientos de culpa respecto a Pau me acosaron durante varios días, hasta que intuí que eso venía de “antes”  y le pedí a mi Maestro Interno que me ayudara a recordar. En este caso no había sueños, entonces ¿cómo hacer?

 

                                  Es sólo relajarte e invocarlos,

                                  y los recuerdos aparecen.

 

    Y así fue: las escenas se sucedieron velozmente, como si fuera una película; cada una la percibí con toda su intensidad de colores, sonidos y movimientos; y en cada una, fuertes sentimientos de amor, de pena y de culpa me traspasaron.

........................................................................................................

 

    Me veo, sentada en el comedor junto a mi familia: mi madre, mi padre (que es médico) y mi hermano menor. El “samovar” está hirviendo y sobre la mesa hay varios platos con entremeses, dulces y pasteles, que mi madre sirve con el té. Vivimos en la ciudad rusa de Odessa y es el año de 1866.

    Soy muy joven aún; tengo grandes ojos negros y  cabellos oscuros peinados en una larga trenza. Todos dicen que mi carácter es afable y paciente, y que ayudo a mi madre con admirable esmero en las tareas de la casa y en el cuidado de mi hermanito. Él está postrado en una silla de ruedas, debido a una caída cuando montaba a caballo. Y mi padre, pese a todos sus afanes y desvelos, no ha podido aliviarlo de su invalidez. Con mi hermanito somos muy unidos; sentimos el uno por el otro un amor muy grande. Puedo verlo: bebiendo su té y mordisqueando un terrón de azúcar. Es pálido, enjuto, y tiene una mirada melancólica. 

    Una mirada idéntica a la de Pau.

    Pasan algunos años...  Después del fallecimiento de mi madre, atiendo a mi padre y a mi hermano con infatigable afecto. Mi devoción hacia ellos me conduce a rechazar más de un pretendiente. Y cuando mi padre también fallece, mi hermano me arranca una promesa: que nunca lo abandonaré, que seguiré soltera, que siempre viviremos juntos...

    Varios años más han transcurrido. Y a pesar de mi promesa, he cambiado de parecer. Ya no soy una niña: he cumplido veintinueve años; deseo casarme y tener hijos. Puedo verme: es el mismo comedor, el mismo “samovar”, el servicio de té de “peltre” y el exquisitamente labrado aparador con sus cristales y porcelanas. Me visita un colega de mi padre, bastante mayor que yo, quien ha venido a pedir mi mano. Y he contestado que sí. Mi futuro esposo quiere establecerse en otra ciudad y abrir allí una consulta. Mi hermano vendrá a vivir con nosotros...

    Mas, después de la boda se niega a seguirnos. Se siente traicionado, me recrimina por haber faltado a mi promesa. Y prefiere quedarse solo en la casa familiar, con la única compañía de la criada…

    Durante algunos años, procuro visitar a mi hermano con asiduidad, pero luego mis visitas escasean: debo atender a mi familia. Mi esposo y yo hemos insistido, más de una vez, para que se mude a nuestro hogar, pero él siempre se rehusa. Y cada vez que nos vemos me reprocha por haberlo abandonado…

    Con los años, su melancolía y su postración se agravan. Y finalmente, la congoja y la tisis acaban con si vida.

    Después de su muerte comienzo a sentir culpa. Por largos años me atormenta el remordimiento, hasta que  -ya anciana, viuda y con mis hijos casados- hallo consuelo y comprensión en el Espiritismo y la Teosofía.

                                     

                                                        

7. 


     Con asombro, maravillada, regresé a este espacio-tiempo. Ahora comprendía por qué mi afecto por Pau, tan profundo, parecía estar ya en mí cuando nos conocimos. Y me di cuenta que repetimos lo mismo vida tras vida: Pau posesivo, exigiéndome el sacrificio, y yo que accedo, hasta que cambio y me marcho.

    Había algo, sin embargo, que no terminaba de entender: la magnitud de mi culpa, tanto en esa vida como en la actual, no se correspondía con la realidad de los hechos.

    Entonces, mi Maestro Interno sugirió:

 

                                  Ve más atrás en el tiempo.

                                   Busca el origen.

 

    Volví a relajarme... y me sumergí en una época distinta.

.....................................................................................................

 

    Es el siglo I. Soy una esclava en Roma. Vengo de un pueblo oriental. Me han traído cuando era una niña, y ahora sufro esta esclavitud opresiva. Odio a mi amo. Odio mi sometimiento. Mi único deseo es huir…

    Mi amo me deja preñada. Nace una niña.

    En su triste mirada veo a Pau...

    Mi hija va creciendo; la repugnancia que siento por su padre y por mi vida de esclava también.

    Finalmente consigo huir. Pero tengo que abandonar a la pequeña, sabiendo que nunca más la veré…

    Luego de mucho tiempo huyendo, y de muchísimas penurias y vejaciones, me ofrezco a un mercader de esclavos para que me venda de nuevo, pues sino pereceré de hambre…

    Esta vez los dioses me favorecen: mi nuevo amo es muy bueno. Cuando él y toda su familia se hacen cristianos, me hago cristiana también, después de haber sido liberada de mi esclavitud.

    Entonces me percato de que abandoné a mi hija. Y comienzan la culpa y el arrepentimiento, que me acompañarán hasta el fin.

.....................................................................................................

 

    Abrí los ojos, más asombrada aun. Las imágenes, aunque veloces, habían sido muy nítidas. En esa lejana vida estaba el origen de mi culpa y de los sentimientos de abandono en Pau.

    Estuve reflexionando durante horas. Y descubrí interesantes paradojas. Dejar a mi hija estuvo mal, pero gracias a eso me hice cristiana. Y en mi vida rusa, la culpa influyó en mi apertura espiritual.

    Hubiera querido conversar con Pau: contarle mi “recordar”,  pedirle perdón por haberlo abandonado durante aquella vida en Roma y hacerle entender que en las otras no lo abandoné. Aunque..., si lo pensaba bien..., nadie abandona a nadie: estamos siempre separándonos y uniéndonos de nuevo.

    Y el amor por los demás no se desvanece en la nada... Lo llevamos de una a otra vida…, de  un encuentro a otro.

 

 

8.

 

    Pasé todo el invierno “recordando”. Y supe por qué no había podido continuar con mis prácticas espirituales: necesitaba hacer un trabajo interno diferente, otro tipo de práctica.

    Explorar otras vidas añadió nuevas dimensiones a mi existencia. Mi comprensión se amplió al verme y sentirme en seres tan diferentes y, sin embargo, iguales a mí en tantos aspectos.

    Y fui niño, joven, hombre y anciano... Fui la inocente seducida y el astuto seductor... Fui el pobre perseguido y el fanático perseguidor...

    Muchas memorias dolorosas, antiquísimos sentimientos de pesar, angustia y miedo, retornaron a mi conciencia, esclareciéndose y resolviéndose.

    Mi nostalgia por la época mística desapareció. “Recordar” también era parte del Camino.

 

  

 


No hay comentarios:

Violeta y el Camino de los 22 Arcanos, casi tres años en este blog

      Cuando publiqué tres de mis novelas en forma de blog, varias personas me aconsejaron que no lo hiciera. Sin embargo, no estoy arrepent...