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La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

Capítulo 13 - El Colgado

  EL COLGADO

                                                            

 

 

1.

 

    Ciertas experiencias durante la práctica de la meditación me convencieron de que necesitaba un Instructor,  y cuando consulté a mi Maestro Interno y al Tarot la respuesta unánime fue: Vidya-das. Escribí una carta a su centro en las Alpujarras y recibí como respuesta una invitación para participar de un retiro intensivo, durante el mes de octubre.

    Cuando le dije a Pau que me iba a Granada, se puso mal. Estuvo de malhumor hasta mi partida, y en la estación me despidió con cara de mártir y ojos acusadores.

    Llegué a Granada por la noche y me alojé en un hostal. El día siguiente lo dediqué a conocer la ciudad y la Alhambra; y a la otra mañana tomé bien temprano un autobús para las Alpujarras. Es una zona montañosa, al sur de Sierra Nevada, con pueblitos blancos que parecen colgar de las laderas verdes, altas cumbres y valles arbolados.

    Descendí en uno de esos pueblos,  y después de preguntar un poco encontré al único taxista, quien me llevó al Centro Aurora, meta de mi viaje.

   Al llegar vi varias edificaciones de curiosas formas y muchos jóvenes sonrientes que iban y venían, con ropajes de colores vivos y un brillo en los ojos que impresionaba. Una chica muy simpática y diligente me recibió con un abrazo, me dio algunas indicaciones, y me condujo a un gran dormitorio alegre y soleado.                                             

    Yo sentía algo extraño, aunque agradable, desde mi llegada: una especie de intensidad o vibración. Lo comenté con una compañera de cuarto y ella, riéndose, me explicó: “pues sí, lo notas apenas llegas...,  es que aquí hay mucha energía”.

    El salón de prácticas era una espaciosa construcción de forma circular, con muchas ventanas y una cúpula como techo. El piso, de madera, estaba cubierto por almohadones y colchonetas de colores cálidos. En el lado que siempre ocupaba Vidya-das: un grandísimo ventanal, que nos permitía ver las cimas más elevadas detrás de un cercano bosquecito de castaños y nogales.

    El retiro fue verdaderamente intensivo. Los que participábamos, instruidos por Vidya-das y sus asistentes, estuvimos entregados a un trabajo interno de ritmo febril, desde el amanecer hasta la noche. Podíamos entrevistarnos con Vidya-das para que aclarara nuestras dudas y nos ayudara a resolver las dificultades. Algunos iban a consultarlo con frecuencia; a mí me bastaron dos veces, que fueron inolvidables: cada una de sus palabras se grabó en mi memoria para siempre.

    Al cabo de diez días, con una larga charla, Vidya-das declaró concluido el retiro. Ya podíamos conversar; nos besamos y abrazamos unos a otros;  hubo una explosión de voces y de comentarios.

    A mí me zumbaban los oídos, y hubiera querido continuar en silencio. Participé sin mucho entusiasmo del festín de cierre, mientras observaba a los demás. Algunos estaban como yo, mudos y ensimismados frente a su plato; otros, con las mejillas arreboladas, reían y charlaban. Vidya-das nos había dicho que,  cuando termina un retiro, hay que desapegarse y reintegrarse a la vida normal, pero me costaba mucho. Con apatía preparé mi bolso, y aunque había lugar en un auto que iba a Barcelona, pedí que me llevaran únicamente hasta Granada: quería viajar a solas.

  

2.  

 

   En el bar de la estación, en Granada, espero el tren que me llevará a Valencia.                                             

   Me siento muy rara... Las voces, los sonidos, retumban... y me parece adivinar los pensamientos y sentimientos de la gente. Los de esa pareja, que discute en la otra mesa; o los del mozo, quien, mientras busco el dinero para pagarle, piensa: “¡date prisa, guapa!”  y a quien, sin darme cuenta, respondo: “¡No me apure!” 

   Me mira asombradísimo... Probablemente fue así: percibí lo que pensaba.

   Estoy en uno de esos estados de los que me habló Daniel, y a los que también se refirió Vidya-das durante estos días: un estado de conciencia inusual. 

  Todo parece brillar… Los colores son más intensos y hermosos, el cielo es más azul, las nubes más blancas... Y esas plantas, ¡tan vivas! en esos tiestos... Debo estar andando con mucha lentitud, ya que todos parecen ir corriendo... ¿O será que ando tranquila y los demás apresurados?

    Hay un indigente en el suelo,  apoyado contra un muro: barba enmarañada, una pelambrera en la cabeza y ojos apagados, quizás por el alcohol. Verlo me llena de tristeza, de compasión por su soledad y abandono. Y lloro.

  

3.

 

     Continué en ese estado durante todo el viaje...

    Cuando llegué a casa Pau no estaba. Luego de ducharme y beber un té, me encerré en mi cuarto. Desenvolví la estatuilla que había comprado en la tienda del Centro Aurora: era Krishna danzando y tocando la flauta. Lo puse en mi pequeño altar, junto al Crucifijo y el Buda. Prendí una varilla de incienso, me senté en mi almohadón y me fui para adentro...

    ¡Qué hermoso!... Sólo deseo estar así, sentada en silencio...

    Súbitamente, comienzo a vibrar, a estremecerme…

 

                                  Infinitas ondas me recorren...

                                  Suaves corrientes me electrizan...

                                  Temblores de Gozo me conmueven...

                                  Lloro de Felicidad...

                                  Río, en oceánico Deleite...

                                  Río, lloro, río...

                                  Es el Éxtasis.

                                     

 

    La experiencia, que las palabras escasamente pueden comunicar, duró apenas unos minutos. Cuando acabó, anhelé intensamente que retornara. Entonces recordé una advertencia de Vidya-das durante el retiro: 

  “Las experiencias vienen y van, en vuestra práctica y en vuestra vida.... La mejor actitud ante ellas es el Desapego... No os apeguéis a nada... Tampoco a los estados de deleite que resulten de vuestra práctica.”

    Con un suspiro resignado me levanté del almohadón: era hora de volver al mundo de afuera. Justo en ese momento oí la puerta del ático abriéndose… 


4.

 

    A los pocos días de haber vuelto a Valencia, comprendí que ya no era la misma. La Búsqueda Espiritual se había convertido —ahora sí— en lo más importante para mí.

    En una de las entrevistas, durante el retiro, Vidya-das me había dicho que yo era una devota  y que mi camino, en esta etapa, pasaba por la Entrega.

—¿Qué es la Entrega? —le pregunté.

Entrega significa encomendarse a lo Divino, abandonar tu voluntad para que su Voluntad decida por ti y aceptar todo lo que te suceda como algo que lo Divino te destina.

    Y lo que me sucedía era: un misticismo exaltado, una devoción desconocida, que me iban llevando a una indiferencia creciente por las cosas del mundo y de la sociedad, que me parecían bastante absurdas.

    No me ocurría lo mismo, en cambio, con la naturaleza. La belleza de un paisaje me hacía estremecer, asombrada ante el milagro de la creación y ante la perfección de todo lo creado. Hacía viajes breves, en tren o autobús, para caminar por el monte o sentarme a meditar frente al mar. Los árboles..., las flores..., los pájaros... Me comunicaba mejor con ellos, en un diálogo mudo, que con la gente.

    Porque con la gente era difícil.

    Mis amigos no lograban entender lo que me estaba sucediendo…

—Violeta, ¡tú estás colgada! —me dijo Lupe un día—. Nos tienes preocupados a todos... Me parece que exageras... Anoche tuve un sueño terrible. Soñé que entraba en una habitación, la cual estaba en penumbra, para descubrir un secreto. Había una mujer sentada de espaldas y yo sabía que eras tú, pero tenía miedo de ver tu rostro, pues sabía que era un rostro distinto. Y cuando tú ya te volvías y hubiera podido verte, me desperté, con una sensación de ahogo que no te cuento...                                           

    Abracé a Lupe e intenté tranquilizarla.

—Te aseguro que estoy muy bien, Lupe... Es más: nunca en mi vida estuve mejor. ¡Esto es maravilloso...,  es una felicidad permanente..., quisiera seguir para siempre así! Ahora comprendo a los que se hacen monjes o monjas, a los que se encierran en un monasterio o en una cueva a meditar... ¡Es tan hermoso lo que sentís, que todo lo demás deja de importarte!

    Lupe me escuchaba desconcertada, no sabiendo si creerme o no.

—Pues mira, lo que todos vemos es que estás muy extraña… No hablas con nadie, no sales de aquí... Pau está desesperado.

—Sí, ya lo sé. Pau es muy posesivo... Pero bueno, Lupe, no puedo evitarlo. Pau tendrá que entender y aceptar. Lo quiero muchísimo, pero si tuviera que elegir, mi Búsqueda es lo primero.

    Estuve hablando con Lupe toda la tarde, pero a pesar de mis explicaciones continuó recelosa, rechazando mi apasionado misticismo, que le resultaba incomprensible.

    Afortunadamente, la desconexión con Lupe y los demás no me dañaba. Eso también era enviado por lo Divino, tenía que entregarme y aceptarlo. La Entrega liberaba mi camino de inquietudes y conflictos, dándome paz.

                                                    

5. 

 

    A medida que mi Devoción y mi Entrega crecían, también crecía el disgusto y el resentimiento en Pau. Se sentía abandonado, y con razón: lo estaba abandonando. Como una marea me arrastraba el ímpetu divino y me llevaba a otras orillas, con mayor significado para mí que las de la pareja y el amor terreno.

    Cuando la indiferencia por las cosas del mundo alcanzó al sexo, Pau me abrumó con sus protestas…

—Violeta, ¡tú no estás bien! Siempre te ha gustado hacer el amor.

—La energía está yendo a los centros superiores, Pau. Eso nos explicó Vidya-das. También, si querés mirarlos, tengo unos libros sobre los chakras donde dice que...

—¡Estoy hasta la coronilla de tus libros y de tus maestros!  —me interrumpió, con una mirada furibunda—. ¡No es normal lo que te está pasando! 

—Claro..., el misticismo no es lo normal. Lo normal es pasarnos todo el día dedicados a satisfacer nuestra parte animal: comer, dormir, trabajar durante horas para poder comer, fornicar... ¡El cuerpo, siempre ocupándonos del cuerpo! Ocuparnos del espíritu, en cambio, nos parece anormal... ¡Ay, Pau, podría contarte tantas cosas!... Si supieras lo que siento cuando entro en éxtasis... ¡Cómo voy a desear hacer el amor!

—¿Y qué sientes?

    Era la primera vez que a Pau le interesaba saberlo. Nunca había podido contarle mis experiencias. Cada vez que lo intentaba, percibía en él una repulsión y un rechazo tan fuertes, que prefería callar.

—Te aclaro que es muy difícil de transmitir...

—Pues inténtalo.

—Es... una sensación inmensa..., oceánica..., parecida a un orgasmo..., pero el centro no está en los genitales sino en el corazón... Aunque, en realidad, la sensación no es corporal..., es puro sentimiento... y parece que una fuera a estallar... A veces siento que ardo..., otras, que floto..., me estremezco de Amor..., lloro y lloro de Alegría...,  lo Divino me inunda...

    Pau suspiró, con una expresión de impotencia y desaliento. Lo Divino era un rival inalcanzable... ¿Qué podía él hacer frente a Eso?

  

6.

 

    Pau la estaba pasando mal, pero no sólo por mi causa: estaba en conflicto con él mismo y con su vida. Continuaba sin encontrar empleo y su padre había empezado a presionarlo, diciendo que intentaría colocarlo por intermedio de sus conocidos. Eso iba a ser una tragedia para Pau, porque si su padre le conseguía trabajo, no tendría más remedio que aceptarlo. Y esa posibilidad lo ponía peor aun. Estaba enojadizo, discutiendo conmigo por cualquier cosa. Habíamos conseguido, con mucho trabajo, que no le vinieran más los ataques de mudez. Pero la mudez había sido reemplazada por la agresividad. Y cuando no estaba iracundo, se mostraba taciturno y afligido, dando vueltas por el ático como alma en pena.

    Como amaba a Pau intenté moderarme, recordando lo que nos había dicho Vidya-das en la charla de despedida:

    “Tenéis un largo camino por delante, no os volváis fanáticos…

      Todo es parte de la Búsqueda...  Todo es parte del Camino... Tratad de integrar vuestra práctica espiritual en la vida de todos los días”.                                     

   Entonces intenté, nuevamente, dedicarle todo el tiempo que podía, excepto mis largas horas frente al altar. Otra vez lo escuché atentamente cuando tocaba el clarinete; otra vez salí con él a cenar, al cine y a visitar amigos. Claro que me costaba mucho, pero mi esfuerzo logró que durante algún tiempo Pau estuviera mejor.

    A fines de abril recibí una carta del Centro Aurora, con la invitación para un próximo retiro intensivo. Alborozada, hice planes: el retiro, después algunas semanas para reintegrarme, y luego Peñíscola. Carlos y Amparo alquilarían nuevamente un local allá  y me habían ofrecido atenderlo.

    Pero a Pau lo del retiro le cayó fatal. Y al acercarse la fecha de mi viaje se puso insoportable.

—Esta comida no me gusta —decía, por ejemplo, con cara de asco—.  Ya sabes que detesto el jengibre y últimamente metes esos condimentos indios en todo lo que cocinas.

    O me llamaba cuando estaba en mi habitación haciendo mis prácticas.

—¡Violeta..., ven un momento…, te necesito con urgencia!

    Sus urgencias solían ser insignificancias, como pedirme que le pegue un botón en la camisa o avisarme que iba a salir.

    Sin embargo, acepté con resignación su malhumor, y traté de estar más afectuosa y de hacer más a menudo el amor, sólo para complacerlo.

  

7. 

 

    El día anterior a mi partida quise mimar a Pau con un almuerzo muy especial (y muy argentino): canelones de “humita” y dulce de leche casero, ambos platos muy trabajosos, pero que a Pau le encantaban.

    Después de levantarnos, me recluí en la cocina, y Pau se puso a tocar el clarinete. Estaba deprimido… y le salían unas tonadas muy tristes. En cambio yo pasé la mañana contentísima; la congoja de Pau no me afectaba. ¡Me sentía tan feliz por irme al retiro!

    A último momento, cuando estaba vertiendo la salsa sobre los canelones, me di cuenta que me había olvidado del queso, necesario para gratinarlos.

—¡Pau! —lo llamé—,  ¿podrías ir a comprar queso?

    Entró en la cocina como la imagen de la desolación  y arrojándose a mis brazos se lamentó:

—No puedo creer que te vayas.

—¡Pau, no seas ridículo..., son apenas diez días!                                         

    No dijo nada más. Me aferró con fuerza durante algunos segundos, y después de mirarme lastimosamente, se fue.

    Terminé de esparcir la salsa y apagué el horno: aunque el mercado no estaba lejos, Pau tardaría un poco.

    Entonces oí exclamaciones y gritos, que parecían provenir de la planta baja. Me quedé inmóvil..., expectante..., con la espantosa sensación de que algo le había sucedido a Pau.... Fue tan grande mi temor, que no me animé a abrir la puerta y asomarme por el hueco de la escalera para ver lo que pasaba. 

    Enseguida escuché unos pasos que subían..., pero no eran los de Pau... Luego, golpes en la puerta. Abrí: era la vecina del tercer piso, con expresión alarmada.

—¡Venga..., venga de prisa..., su marido ha tenido un accidente, se ha caído por la escalera!

    Bajé como una exhalación, rezando y saltando de dos en dos los empinados escalones, mientras la vecina detrás de mí gritaba: “¡tenga cuidado, hija, a ver si se cae usted también!”.

    Pau estaba tendido en el suelo, rodeado por varios vecinos. Terriblemente pálido, se quejaba y sudaba profusamente. Una voz masculina exclamó: “¡que no se mueva, ya hemos llamado a una ambulancia!”. 

    Me arrodillé junto a él.

—¡Pau, mi amor! ¿Qué pasó?

—No lo sé..., no lo sé..., me duele muchísimo...

—¿Dónde te duele?

—En la ingle..., en la cadera...

    La ambulancia llegó enseguida. Mientras ponían a Pau en una camilla, le pedí a la vecina del tercero que llamara a sus padres, y me metí tras él en la ambulancia.

    Durante el viaje hasta el hospital, no solté sus manos. Estábamos los dos muy asustados  y Pau, con voz débil, repetía: “me duele mucho, Violeta..., me duele mucho”.

    Lo vi desaparecer detrás de una puerta, cercado por médicos y enfermeras. Y me puse a llorar con gran angustia...

    Mientras lloraba, recordé unos maravillosos versos de Santa Teresa de Jesús:


 

                                  Dadme muerte, dadme vida,

                                  dad salud o enfermedad,

                                  honra o deshonra me dad,

                                  dadme guerra o paz cumplida,

                                  flaqueza o fuerza a mi vida,

                                  que a todo diré que sí.

                                  ¿Qué queréis hacer de mí?

         

                                  Dadme riqueza o pobreza,

                                  dad consuelo o desconsuelo,

                                  dadme alegría o tristeza,

                                  dadme infierno o dadme cielo,

                                  vida dulce, sol sin velo,

                                  pues del todo me rendí.

                                  ¿Qué mandáis hacer de mí?

 

    Al evocarlos, me serené. Con súbita calma  y absoluta confianza en lo Divino, acepté lo que estaba sucediendo. Me entregué… totalmente…, me entregué.

  

8.

 

    El diagnóstico fue “fractura de pelvis”. Afortunadamente no había ningún otro daño, pero le aguardaban tres o cuatro meses de inmovilidad en la cama. Su madre propuso llevarlo a la casa de ellos: estaban sus hijas para ayudarla y una empleada que iba a diario. Obviamente, Pau no quiso.

    Lo trajimos al ático. Su padre pagó unos días de enfermera y ella me instruyó para que cuidara a Pau adecuadamente. No debía moverse: todo el tiempo acostado boca arriba o apenas reclinado sobre almohadones.

    Al principio pensé que sería una verdadera prueba para Pau. No tardé en comprender que también iba a serlo para mí  y que esos meses serían sacrificados.

    Como es de suponer, Pau era un enfermo exigente y caprichoso. ¡Violeta!, gritaba a cada rato, mientras yo trajinaba por el ático. Si no era la chata, era un vaso de zumo de naranja, o que le alcance unos casetes, o que me siente junto a él para conversar. Y nada le venía bien...

—¿Qué me has hecho de cena?

—Arroz con verduras

—¡Oh, no..., otra vez arroz! No me apetece... Hazme tortilla de patatas y ensaladilla con atún.

—Pero Pau, ya lo preparé... Además el médico indicó una dieta liviana.

—¡Bah!, esas son tonterías del médico, mi sistema digestivo está de lo más bien, lo que se me ha roto es la pelvis.

    Resignada, iba a la cocina y le preparaba lo que me pedía. 

    Tuve que renunciar a todo lo que no fuera Pau. También a mis muchas horas frente al altar. Lamentablemente, eso significó el adiós a mis experiencias místicas: media hora de práctica al día no es lo mismo que tres o cuatro.

    Una mañana apareció su madre con un televisor de regalo. Y la televisión entró en nuestras vidas. Ya no pude disponer del silencio que mi escasa media hora vespertina demandaba: Pau tenía el televisor prendido toda la tarde, y esas voces intrusas llegaban hasta la intimidad de mi cuarto.

    Sin embargo, no había quejas en mí, ni siquiera secretas. Debido a mi amor por Pau, pero sobre todo, debido a mi Entrega.

 

9.

 

    A medida que pasaban las semanas, se le hizo más intolerable la inmovilidad. Su espalda y sus nalgas tenían excoriaciones; su fastidio e impaciencia iban en aumento.

    Tocar el clarinete podría haberlo tranquilizado, pero como estaba acostado se cansaba enseguida. Lo único que le hacía bien, decía, era que yo estuviese cerca: mimándolo, charlando, acompañándolo mientras comía, y hasta mirando las series de televisión junto a él.

    Resignada, respondía a todas sus exigencias con un sí. Mi devoción por lo Divino se había convertido en devoción a Pau.

    Y así pasaron más de tres meses.

    A fines de agosto, las radiografías mostraron que la pelvis se había soldado. Seguirían ahora unos meses de rehabilitación. Con ayuda de un fisioterapeuta y de un par de muletas, Pau empezaría a caminar, al menos dentro del ático.

    Y yo esperaba aliviarme, tener un poco más de tiempo, para trabajar con los muñecos  y para retomar mis prácticas espirituales.

    Todo iría volviendo a la normalidad. Bueno..., eso era lo que yo creía.


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