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La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

Capítulo 15 - La Templanza

 LA TEMPLANZA

 


 

1. 

 

    Los primeros días en lo de Lupe, me dediqué a pintar y decorar mi pequeño cuarto, desde cuya ventana veía los techos de Valencia y el cielo azul. Y enseguida me adapté al ritmo de la casa, agitado como de costumbre. Lupe y las niñas me necesitaban a cada momento y yo trabajaba igual o más que antes; sin embargo, ahora no me molestaba. Tranquila y contenta, envuelta en una paz inusitada, cocinaba, limpiaba y atendía a todos. Cualquier circunstancia me era igualmente agradable: estar con mis amigos o estar sola, salir a la calle o quedarme en casa... Con flexibilidad me adaptaba a lo que cada instante traía.

    Y conseguí algo que antes hubiera sido imposible: meditar con muchas voces y ruidos de fondo. Incluso, a veces, entraba en meditación espontáneamente, mientras lavaba los platos o mientras escuchaba música, sentada en el sofá rosa de la sala.

    Y me preguntaba: ¿por qué tanta serenidad?  ¿Es por haberme separado de Pau..., o por haber salido de mi cuerpo..., o por las dos cosas?

    Pero esta vez no me impacienté por saber. ¡Era tan lindo sentirse así! ¿Por qué siempre quería explicarlo todo?

  

2. 

 

    Entonces algo nuevo se presentó: algo maravilloso, de absoluta pureza, que percibí por primera vez durante una conversación con Carlos.

    Había ido a la tienda con un pedido de muñecos y encontré a Carlos muy afligido: su padre estaba grave, con un infarto, y él viajaba esa misma noche para Argentina.

—El viejo se está muriendo —me dijo casi llorando—,  pero eso no es lo único que me tiene mal. Lo que me pone loco es pensar que uno tiene que morirse... ¡No lo soporto!

    Lo escuché en silencio. Y de pronto advertí una Presencia a mis espaldas..., una Sensación..., un Susurro...,  alentándome. 


   No hay palabras, sólo esta Presencia que me impulsa…

—Carlos...,  la muerte no existe...,  es apenas un cambio de estado.

    Me mira desconcertado... 

    Yo dudo, me callo... 

     Pero esta Sospecha Alada, detrás de mí, me anima a continuar.

—Tal vez no me creas… Yo estuve fuera de mi cuerpo.

    Le cuento mi experiencia. Carlos me escucha, atento y sorprendido. 

    Y el Soplo Armonioso continúa estando aquí.

—A lo mejor mañana pienso que todo lo que me dijiste es un disparate, Viole, pero te juro que en este momento te creo —me dice al despedirnos, casi sonriente.

 

    Salgo a la calle. Y la Presencia sale conmigo.

    Es un día claro y sereno. El aire está tibio. Todo es apacible.

    Hay un perfume a hojas, a flores…, y esta Presencia que toca todas las cosas con su        

                                              Quietud, sensitiva y perfecta.


 

3.

 

    En junio empecé a montar un puesto en el Parterre. Es una bonita plaza, arbolada y florida, cerca de las grandes tiendas, donde prosperaba un mercado artesanal.

    Sobre la mesa ponía los leones, los osos, los ciervos y las jirafas; y del toldo verde, que me ayudara a fabricar Lupe, colgaba los monos y los papagayos. Entre todos formaban una colorida selva en miniatura.

    Había que llegar temprano para ocupar el lugar, aunque recién a eso de las once aparecían los primeros clientes. Después de armados nuestros tenderetes, los vendedores solíamos desayunar en el bar de enfrente. Y ese largo período matutino era una ocasión que todos aprovechábamos para conocernos más. Había compañerismo: nos cuidábamos los puestos; nos convidábamos con café, bocadillos o golosinas; y muchas amistades o romances se iban creando día a día.

    Yo siempre llevaba algún libro conmigo, y cuando no estaba sociable, pasaba las primeras horas de la mañana leyendo... 

    Ese sábado el bar estaba lleno de vendedores, parroquianos y turistas. Me senté a una mesa algo escondida: quería estudiar, y  había traído el libro de María y también las cartas. Durante un rato me concentré en el texto,  hasta que oí una voz femenina saludándome y vi la cara algo crispada de Toñita, una chica de Asturias que vendía relojes de sol y con quien había conversado algunas veces.

 

    De inmediato siento a la Presencia, silenciosa y sutil, que me abraza con su aura.

    Toñita me cuenta que está muy mal con su marido, el padre de su niña, y que está por separarse. Después se pone a llorar. 

    Y este Hálito Sagrado que sugiere, que insiste...

—Si querés te hago un Tarot —le digo tímidamente.

    Nunca le hice una lectura a nadie, pero la Presencia me alienta. Y Toñita dice que sí, que encantada.

    Extiendo el pañuelo de seda color lila sobre la mesa; mezclo las cartas. Afortunadamente, nadie se acerca ni mira, como si nos hubiéramos vuelto invisibles, como si la Presencia nos envolviera y nos ocultara. 

     Y durante la lectura,  siento al Soplo Benéfico armonizándonos a las dos.

    Cuando la consulta finaliza, Toñita me abraza.

 —¡Me ha hecho muy bien tu Tarot! —dice con una sonrisa agradecida.

    Después salimos del bar, la Presencia y yo.

 

             El día es hermoso. El cielo, de un azul muy límpido.

             El aire, fresco y puro, oloroso a magnolias.

             Los árboles y las plantas están inmóviles.

             La gente parece deslizarse, amable, sonriente.

             Y hay una luz dorada que hace que todo brille.

                                              

 

4.

 

    Muchas otras personas conversaron conmigo y me contaron sus pesares durante ese verano. Los que eran amigos o conocidos me pedían que les hiciera una lectura del Tarot. Y a todos dije que sí.

    Cuando Amparo, al finalizar una larguísima sesión en la sala de Lupe, me dijo que yo era muy buena con las cartas y que debería dedicarme a eso más seriamente, decidí llamar a María de Ouro.

    Se alegró al oírme y el nuestro fue un verdadero diálogo entre maestra y discípula. Le pregunté si estaba bien que hiciera lecturas para los demás. María no solamente me alentó, sino que me confesó que desde el primer momento supo que yo trabajaría con el Tarot. También me aconsejó que intercambiara la energía y que para ello pidiera siempre algo a cambio de mi lectura.

    Este consejo no fue difícil de poner en práctica. Y recibí pendientes, collares, pañuelos, cajitas, camisetas...  y un abanico.

    En agosto, Lupe, Paco y las niñas se fueron de vacaciones. Me quedé sola en el piso, o mejor dicho, con el perro, los gatos, las plantas…  y a veces la Presencia.

    Por la mañana venía Toñita y me llevaba a la plaza en su coche. Supimos que éramos vecinas durante aquella lectura de Tarot, y se había ofrecido para buscarme a diario. Fue un gran alivio, pues ya no tuve que acarrear bolsas.

    Algunas veces, la Suave Quietud se posaba en mis hombros desde muy temprano y unidas llegábamos al Parterre, donde no tardaba en aparecer alguien que necesitaba ayuda.

      Como ese día...

 

    Sentada detrás del puesto, veo acercarse a una señora joven de mirada triste. Al llegar junto a mi zoológico expresa sorpresa:

—¿Estaba usted en Peñíscola, en una tienda, hace tres años?

—Sí  —le sonrío.

—Mi marido le compró un juguete para mi Javi...

    Sé que va a revelarme algo doloroso: el Susurro Alado lo está anunciando.

—Mi Javi estaba bien entonces..., ahora se nos ha puesto mal.

    Le pregunto qué le ocurre al niño. Con lágrimas, me dice el nombre de una enfermedad muy rara, que desconozco. Me cuenta..., me confía su angustia. Yo la escucho..., simplemente la escucho. 

    Y la Quietud Perfecta nos envuelve con su aura, benéficamente...

    Cuando la señora se va, después de comprarme una jirafa, hay otra mirada en sus ojos.

    Y yo no hice nada... Fue la Presencia... 

  

5.

 

    ¡Qué verano maravilloso! A menudo se repitieron los encuentros sanadores, Presencia de por medio. Y una placentera calma teñía todas mis horas, desde que despertaba...

 

    Abro la ventana: el cielo tiene un color de ensueño y una paloma blanca se posa sobre las tejas. Escucho el tañido de las campanas...

    Plácidamente, me lavo y me visto. Y después de un ligero desayuno con frutas, desciendo saltarina por la escalera y me siento junto al portón a esperar que llegue Toñita.

    La ciudad recién despierta y hay un fresco vientecillo marino. 

    ¡Ah, qué bien me siento!

    ¡Qué alegría serena, en mí y en todo!  

    ¡Y qué bendición su Presencia, que armoniosamente me acompaña!


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