Traductor - Translation

La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

Capítulo 14 - La Muerte

 LA MUERTE

 

 

 

1. 

 

—Violeta, ¿estás despierta?

    Acostada en mi colchón, puesto junto a la cama (regalo de su padre) desde el accidente, para evitar percances, simulé dormir.

—¡Violeta...,  que son las diez..., despiértate ya..., hazme el desayuno!

    Seguí quieta por un rato, hasta que me oí decir, con dureza:

—¡Levantate y preparalo vos!... Ya podés.

    Se acercó y me abrazó, mientras insistía:

—No seas mala..., aún no estoy bien del todo..., sabe mejor cuando lo preparas tú...

    Sin decir más nada me levanté y fui a la cocina, con malhumor, como cada mañana.

    Pau estaba prácticamente curado. Llevaba más de dos meses en pie y ya ni tenía que usar las muletas, sólo un bastón. Sin embargo, se obstinaba en que yo continuase de enfermera, o mejor dicho, de esclava, atendiéndolo a él y a la multitud de personas que nos visitaban a diario: sus compañeros músicos, sus amigos, sus parientes. No se animaba a salir aún, si bien el médico lo había autorizado, y el ático se había convertido en un club. Ruido..., voces..., música..., humo... Y yo corriendo de la mañana a la noche, sirviendo a todos, además de limpiar, lavar, hacer las compras y cocinar.                                          

    No me quedaba tiempo para nada: ni para los muñecos, que deseaba vender en Navidad y Reyes, ni menos aun para mis prácticas y mis estudios. Todo el tiempo para Pau y las visitas:

—Violeta, ¿sería mucha molestia pedirte un cafecito?

—Ya se los llevo —gruñía, pensando “¡encima cafecitos; si al menos tomaran mate, no tendría tantas tazas para lavar!” 

                                            

2. 

 

    Sí..., era una esclava y estaba hartándome de serlo. Y Pau no podía, o no quería, darse cuenta. Había intentado, una y otra vez, conversar con él, pero era imposible: cambiaba de tema o me tapaba la boca con besos o se defendía con reproches…

—Estoy extenuada, Pau, ¿no podrías decirle a la gente que viniera menos?

—¡Qué mala eres! —exclamaba, mirándome con disgusto—. Vienen a verme... ¡Estuve tres meses impedido!

    Entonces yo enmudecía, sufriendo en silencio su incomprensión.

    A veces me escapaba… y estaba conmigo por un rato. Me iba a caminar por esas calles que antes había recorrido feliz y que ahora me parecían deprimentes, asfixiantes,  sin vida,  como si la ciudad reflejara mi estado de ánimo.

    Cuando necesitaba desahogarme recurría a Lupe, como siempre...

—¡Violeta, qué cara traes!

    Sentada entre sus pinceles y sus lienzos, Lupe me miraba con preocupación. 

    Me observé en el espejo: los ojos apagados, la expresión desfallecida, la piel amarillenta.

—Tenés razón, parezco un espectro. Pau, en cambio, está cada día más saludable... Incluso engordó varios kilos... ¡Ay, Lupe! —estallé en llanto—.  ¡No puedo más, Lupe, no puedo más!... Sigue usando su accidente como una excusa... Es un tirano, un terrible egoísta... No le importa nada lo que me pasa... 

    Lupe me abrazó, pronunciando palabras de consuelo.

—Bueno, mujer, no te pongas así... Estás agotada, es lo lógico, pero las cosas volverán a estar bien, ya verás... Pau te quiere.

—¡Eso no es querer, Lupe! ¿Esa dependencia de mí sofocante? ¿Esas actitudes que me agobian, que me oprimen, impidiendo que haga mi vida? ¡Eso no es amor!... Además, ya no nos comunicamos: él no quiere ver lo que pasa... ¡No puedo más!... ¿Qué hago, Lupe?

    Lupe repitió que todo iba a componerse, pero no le creí. Nuestra pareja estaba extinguiéndose, en una lenta agonía. Mi amor por Pau estaba muriéndose de a poco; y yo estaba muriéndome también.

                                                                                                                                        

3.

 

    En diciembre, Carlos y Amparo me pidieron que durante las fiestas los ayudara en la tienda. Eso me reanimó. Desde el accidente, Pau y yo estábamos subsistiendo con el dinero de su padre, lo cual me molestaba bastante. Y quería volver a trabajar.

    Pau reaccionó con quejas y amenazas...

—¿Es que vas a dejarme solo todo el día?

—Ya estás curado, Pau... y casi siempre hay alguien en casa, excepto unos pocos momentos.

—Pues mira si precisamente en uno de esos momentos que estoy solo me ocurre alguna cosa...

    Y mientras mimosamente me abrazaba, se puso a especular con funestas posibilidades, como “volverse a caer”, “quedarse paralítico”  y otros percances.

    Durante varios días amenazó... y amenazó..., hasta que consiguió lo que deseaba: me quedé sin fuerzas, sin voluntad.

    Cuando les dije a Carlos y Amparo que no contaran conmigo, no pudieron comprenderlo. No me extrañó: era difícil de comprender para mí también.

    Continué al servicio de Pau, pero me sentí aún peor. La pesadumbre me aplastó, hundiéndome en la más feroz de las depresiones: todo el día triste y sin ganas de nada.

    Una noche, tirada junto a Pau en la cama, miraba con escaso interés una película violenta. Dos individuos pegaban a un tercero, otros estaban tiroteándose, y otros dos se acuchillaban. En medio de esa matanza, un hombre avanzaba con una mujer desangrada y moribunda en sus brazos.

    La escena me impresionó y me puse a llorar en silencio...

    Durante el intervalo publicitario, Pau se dio cuenta:

—¡Eh!, ¿qué te pasa?... Tú estás muy sensible últimamente. 

    Y siguió mirando la pantalla, mientras me acariciaba en forma mecánica.

    De pronto, sin ninguna reflexión previa, me levanté y empecé a mover mi colchón,  para trasladarlo a mi cuarto.

—¿Qué haces? —preguntó Pau, repartiendo su mirada entre la pantalla y mis movimientos.

—Ya lo ves..., desde hoy dormiré en mi pieza.

—¡Venga!, ¿te has enfadado conmigo?... Últimamente te doy poca faena. 

    Era verdad. A partir de una horrenda cena con sus padres y de una espantosa pelea después que ellos se marcharon, yo había dejado de cocinarle. Lo único que hacía eran las compras, y como Pau no quería cocinar se alimentaba con bocadillos.

—¿Te llevas, de verdad, el colchón?

—¡Sí, Pau, sí!...  Y no sólo eso... ¡Quiero que nos separemos!

    No reaccionó. Continuó enfrascado en la pantalla, donde otra vez todos gritaban y se agredían... Después de largos segundos me miró, impávido:

—Deja ya de decir tonterías —afirmó.

    Y volvió a concentrarse en la película.

    Yo saqué de su habitación unas pocas cosas más... Y antes de cerrar la puerta de la mía pude oír: “¡a ver si se te pasa el berrinche!”, en medio de un estrépito de disparos y alaridos.

 

4.

 

    Ese fue un largo y helado invierno…

    Un amanecer de fines de enero, después de una noche en vela, me torturaba con penosas cavilaciones. Sabía que nuestra relación estaba muriéndose, pero ¿por qué de esa manera, tan lenta y dolorosa?... Era una verdadera agonía. 

    Sin embargo, me faltaba el ánimo, o el poder personal, para irme... ¿Por qué era tan difícil..., por qué tenía que ser así?

    Entonces se hizo oír mi Maestro Interno, confortándome:

 

                                  Esta muerte es un proceso,

                                  por eso es lenta y difícil.

                                 Y en toda muerte hay dolor,

                                 pero el dolor purifica. 

  

 

5.

 

    Las palabras de mi Maestro Interno me serenaron, como siempre. Hubo una tregua en mi agonía: quedó en suspenso, helada como ese invierno. 

     Empecé a salir con más frecuencia,  y cuando estaba en casa me recluía en mi habitación. Y no solamente dejé de dormir con Pau, sino que dejé de hacer el amor. Fue como desatar el lazo final, lo último, quizás, que nos unía. Por supuesto, él interpretó equivocadamente mi rechazo.                                             

—¡Vaya, de nuevo mística y frígida! —solía decir.

    No le respondía. Ya no me importaba comunicarme con él: era imposible. Nuestra comunicación se había reducido a las minucias cotidianas...

—¿Has comprado queso manchego?

—Sí, Pau, y bastante pan  y ensalada.

—¡Estupendo!..., hoy vienen muchos a comer.

—Bueno, pero dejen la cocina limpia.

—Vale.

    Nos estábamos convirtiendo en dos extraños. Y él continuaba sin enterarse. 

    Pero yo me sentía mejor. Gracias a mi Maestro Interno, al Tarot y a la Meditación, tuve claridad, consejos e intuiciones, que me auxiliaron durante ese período de muerte y purificación.

    Y así llegaron los días previos a Pascua. Amparo me había encargado unos modelos nuevos de muñecos, y pasé muchas horas ocupada con ellos. Fue un tiempo tranquilo y laborioso. Encerrada en mi cuarto, los sonidos musicales repetitivos y las voces me llegaban como algo lejano, de una realidad que ya no era la mía. Con bastante calma esperaba algún impulso, en mí, en él, o por parte del destino, que pusiera punto final a nuestra convivencia.

    Lejos estaba de imaginar, en esos días, que iba a experimentar algo prodigioso, algo único y trascendental en mi vida.

 

 

6. 

 

    El jueves de Pascua salí para entregar muñecos; merendé con Carlos y Amparo; cené con Lupe y su familia. Cuando llegué al ático era muy tarde y estaba muy cansada. Pau miraba televisión en su cuarto.

    Lo saludé desde el baño, y me sumergí en el calor de la ducha, benéfica y purificadora. Me aflojó de tal manera que, mientras bebía una tisana, sólo quería irme a dormir. Sin embargo, al entrar en mi habitación, tuve un súbito deseo de sentarme a meditar...

    Me ensimismé profundamente… y estaba tan relajada que me costaba mantener la postura... Sin darme cuenta, busqué estirarme y yacer… y me dejé caer sobre el colchón blando, sobre la colcha blanca...

 

    Estoy tan floja y tan quieta, en este dulce reposo...

            

                                  De pronto...

                                  Mi cuerpo vibra, vertiginosamente.

                                  Giro, como si fuera un trompo,

                                  y floto..., floto...,  me deslizo...

                                  Ingrávida, leve como una pluma,

                                  floto hacia arriba...

                                  ¡No puede ser!... ¿Qué estoy viendo?

                                  Mi cuarto..., la colcha blanca..., mi rostro pálido...

                                  Mi cuerpo tendido...

                                  ¡Esa soy yo!

                                  ¡Y ésta también!... Aquí,

                                  en esta nubecilla de Energía,

                                  ligera y flotante, cerca del techo.

                                  ¡Qué sensación de libertad!

                                  Como si fuera un pájaro...

                                  Real y completa,

                                  en este globo de Luz...

                                  ¡Esto es glorioso!...

                                  Pero un temor aparece:

                                  ¿podré volver a mi cuerpo?

 

    Enseguida abrí los ojos y vi, desde la cama, el punto en el techo que acababa de abandonar.

 

 

7.

 

    El más precioso de los secretos me había sido revelado, una Verdad fundamental. Hasta ahora: algo a creer o no. Desde ahora: algo experimentado, y por lo tanto, absolutamente verdadero. Cada mañana me despertaba feliz y con un asombro que se renovaba al recordar lo sucedido.

    Mi Maestro Interno me explicó que había tenido una experiencia iniciática, que había participado del Misterio. Y lo sintetizaba así:

 

                                  Tenemos un cuerpo.

                                  Pero somos un Espíritu,

                                  una Conciencia encarnada, 

                                  una Energía  inteligente.

                                       

    Mi anhelo por contar la experiencia era enorme. Hubiera ido gritando por las calles:  ¡Somos un espíritu encarnado!... ¡Existimos sin necesidad de un cuerpo!...

     Pero mi Maestro Interno me aconsejó que no se lo dijera a nadie, porque no me creerían. Tuve que callar… y haciendo un gran esfuerzo, ya que todos notaban un repentino cambio en mí. Curiosos, preguntaban qué me ocurría… No les respondía.  Sólo sonreía, enigmáticamente, aunque no podía ocultar mi exaltación.

  

8.

 

    Y hubo algo más, en esos días posteriores a la experiencia: me distancié totalmente del drama con Pau. Ahora comprendía eso que afirmaba Vidya-das: que cada vida es como una película. Uno viene; encarna en un cuerpo; vive diferentes historias y aprendizajes; y al morir esa película se acaba, si bien uno continúa.

    Mi relación con Pau era una historia más, de una película más, de mi dilatada existencia. 

    Y quise poner término al episodio de nuestra separación: había llegado la hora.

    Una mañana radiante de abril,  salí para telefonear a Lupe. Había un suave aire primaveral, con aroma a flores. Y en mi corazón había certidumbre y alivio.

    Esa misma tarde vino Lupe y me ayudó a empacar lo que faltaba. Pau estaba con algunos amigos. Al ver las bolsas y paquetes amontonados junto a la puerta, apareció por mi habitación.

—¿Qué pasa?... ¿Te estás yendo?

—Sí, Pau... 

—¿Es que te has vuelto loca?

—No..., me volví cuerda.

    Los amigos de Pau nos ayudaron a bajar las cosas, mientras él, con una palidez de muerte, nos observaba.

    Con anticipada nostalgia me despedí del ático...

    A Pau intenté darle un beso y decirle unas palabras, pero me rechazó. Inmóvil en una silla, miraba un punto fijo en el suelo con expresión inerte. Lo contemplé durante algunos segundos, con una última tristeza.

    Después salí, cerrando suavemente la puerta.

    Y el olvido comenzó.

 


No hay comentarios:

Violeta y el Camino de los 22 Arcanos, casi tres años en este blog

      Cuando publiqué tres de mis novelas en forma de blog, varias personas me aconsejaron que no lo hiciera. Sin embargo, no estoy arrepent...