¿Es
necesario que un narrador de historias se comprometa? Y si fuera así: ¿Qué
significa comprometerse? ¿Y qué es la autenticidad?
El que levantó
las banderas de una literatura comprometida fue, hace muchísimos años, el
filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre, para quien el compromiso de un
escritor con los problemas de su época se imponía como un deber. Para él, una
literatura que solamente buscara entretener no era digna de consideración.
Si bien
Sartre apuntaba especialmente al compromiso social y político, esta postura -en
un sentido más amplio- propone una literatura que nos haga reflexionar acerca
de diversos asuntos, siendo éstos -en primer lugar- los grandes temas humanos,
como el significado de la vida, la existencia o ausencia de Dios, el amor en
todas sus formas, la búsqueda de la felicidad, la inevitabilidad del
sufrimiento y la muerte.
Esta visión
diferente del compromiso nos lleva a ciertos conceptos que formuló el gran
novelista ruso León Tolstoi.
En su tratado acerca del arte, Tolstoi propone la sinceridad como una
condición ineludible en el arte y la literatura, entendiendo a la sinceridad
como la necesidad interna del artista por expresarse, por decir su verdad.
Esta sinceridad marcaría una línea divisoria
entre las
narraciones escritas a partir de nuestra experiencia, atendiendo a los
fantasmas interiores (como diría Ernesto Sábato), y las que se producen para
cumplir con las expectativas del mercado, siguiendo tendencias y modas del
momento.
Después del éxito de “El código Da Vinci” (un best seller bien construído,
pero sobre todo bien promovido por una maquinaria editorial poderosa y
multinacional) se sucedieron innumerables novelas que repitieron la fórmula.
Esto es un ejemplo de literatura no comprometida.
Y me pregunto cuál es el destino de esa literatura diferente, esa
literatura que busca transmitir ideas, valores, temas esenciales,
significativos para su creador y quizás, también, para sus lectores. ¿Hay
futuro para esa literatura comprometida, esa que implica un compromiso con nuestra
verdad más profunda?
Porque el compromiso, como escritores, es
con nosotros mismos. El compromiso es con nuestra autenticidad, esa que nos permite ser y expresar lo que somos, para
que eso que somos aflore en lo que escribimos.
La
idea del compromiso ha sido denostada por los que exaltan al arte como un ejercicio de la
libertad, pero ¿qué más libre que escribir sobre aquello que nos interesa;
sobre lo que pensamos, creemos y sentimos; sobre lo que la vida nos ha
revelado…? ¿Qué más libre que el compromiso con nuestra verdad?
Los grandes escritores, los que han
trascendido, son los que han sido auténticos, los que se han comprometido con
su verdad, y han escrito no solamente para entretener (y no está mal entretener)
sino también para transmitir algo más, algo más que -en los más grandes- no es
explícito sino sutil. Y pienso en Cervantes, en Goethe, en Mann, en Tolstoi, en
Dostoiewsky, en Hesse, y en otros grandes narradores de todas las épocas, todos
profundamente auténticos.
Y
no dudo que esa literatura nacida desde
el compromiso con uno mismo, desde la autenticidad, es la única que perdura.
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