Traductor - Translation

La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

martes, 27 de junio de 2017

Maravilloso cuento de León Tolstoi (2)



Los dos ancianos peregrinos


Traducción y adaptación: Savitri Ingrid Mayer


2.

  Elisey distinguió una casa. Era pequeña y humilde. Entró al patio y vio que un hombre muy delgado y sin barba yacía cerca de un montículo de tierra. Estaba despierto y los rayos del sol caían a pleno sobre él. Elisey lo llamó, pidiéndole que le de algo para beber, pero el hombre no respondió. “O está enfermo o es poco amable” pensó Elisey, yendo hasta la puerta. 
   Escuchó el llanto de un niño dentro de la casa. Golpeó la puerta, pero no hubo respuesta. Golpeó de nuevo, sin suerte. Y estaba por irse, cuando escuchó gemidos. “Me pregunto si alguna desgracia le ha sucedido a esta gente. Tengo que saberlo”. 
   La puerta no estaba cerrada. Elisey entró y recorrió el vestíbulo. Llegó a la sala. Había un horno en un lado, y en otro lado un altar y una mesa. Junto a la mesa había un banco y sobre el mismo una anciana. Su cabeza se apoyaba sobre la mesa y cerca de ella estaba un niño pequeño y delgado, con el rostro amarillo como la cera y el vientre hinchado. El niño tiraba de la manga de la anciana, llorando a viva voz y pidiendo algo. 
   Elisey entró en la habitación. El aire era sofocante. Vio a una mujer tirada sobre el piso, detrás del horno. Yacía sobre su rostro y emitía ronquidos. De ella venía el olor asfixiante: era evidente que estaba enferma. 
   La anciana, al ver al hombre, levantó la cabeza. 
—¿Qué quiere? —dijo—. No tenemos nada. 
   Elisey se acercó a ella. 
—Sierva de Dios... He venido por un poco de agua. 
—No hay nada, le digo, no hay nada. No hay nada aquí para que usted tome. Váyase.
   Elisey le preguntó:
—¿No hay ningún hombre aquí para ayudar a esta mujer?
—Aquí no hay nadie. El hombre está muriéndose en el patio, y nosotros aquí. 
   El niño se había quedado quieto al ver al extraño, pero cuando la anciana empezó a hablar, había nuevamente tironeado de su manga.
—¡Pan, abuela, pan!  
   Y se largó a llorar. 
   Elisey iba a preguntarle algo más a la anciana, cuando el hombre apareció. Caminó junto a la pared y quiso sentarse sobre el banco, pero antes de alcanzarlo se cayó. No trató de levantarse y empezó a hablar. Decía una palabra, tomaba aliento, y decía nuevamente algo. 
—Estamos enfermos… y hambrientos… El niño se muere de hambre… 
   El hombre indicó al niño con la cabeza y empezó a llorar. 
   Elisey puso su bolso sobre el banco y lo desató. Sacó pan y un cuchillo, y cortando una rebanada se la ofreció al hombre. Pero éste no la tomó, sino que señaló al niño, indicando que se lo diera a él. 
   Elisey le dio el trozo de pan al niño. 
   Enseguida, detrás del horno apareció una niña. Se arrastraba y miraba el pan. Elisey le dio también a ella un pedazo. Luego cortó otra rebanada y se la dio a la anciana. 
—Si usted nos trajera un poco de agua —dijo ella—. Quise traer un poco ayer u hoy, no recuerdo cuándo, pero me caí y dejé el balde tirado por algún lado. 
   Elisey preguntó dónde estaba el pozo de agua. La anciana se lo indicó. Elisey salió, encontró el balde, trajo agua, y les dio de beber a todos. Los niños comieron más pan con el agua y la anciana también comió algo más, pero el hombre no quiso. 
—Mi estómago no lo soportaría —dijo.
   La mujer no se levantó ni se acercó. 

   Elisey fue hasta el pueblo y en una tienda compró comida. Al volver encontró un hacha, cortó leña, e hizo fuego en el horno. La niña lo ayudó. Cocinó una sopa y un guiso, y alimentó a la gente.  
   El hombre comió un poco y la anciana también. La niña y el niño dejaron sus platos limpios y se durmieron abrazados. 
   Entonces, el hombre y la anciana le contaron a Elisey lo que había sucedido. 
—Cuando la cosecha se malogró, nos comimos durante el otoño todo lo que teníamos. Cuando no quedó más nada, empezamos a pedir a los vecinos y a alguna gente buena. Primero nos dieron algo, pero después se negaron. Muchos hubieran querido ayudarnos, pero ellos tampoco tenían. Además nos avergonzó mendigar: le debíamos dinero a todos, y también harina y manteca. 
 —Yo busqué trabajo —dijo el hombre—, pero no encontré. También otros estaban buscando trabajo para poder comer, y por todos lados… La abuela y la niña se alejaban una buena distancia para mendigar, pero las limosnas eran pobres. Sin embargo, algo para comer conseguíamos. Pero en la primavera ya casi nadie nos ayudó. Y se puso cada vez peor: un día conseguíamos algo para comer y durante dos días no conseguíamos nada… Empezamos a comer pasto. Y debido a eso, o por alguna otra causa, mi mujer se enfermó. Ella quedó postrada y yo ya no tuve fuerzas…
—Yo era la única —dijo la anciana— que trabajaba, pero me fui debilitando. La niña también se fue debilitando y perdió coraje… Una vecina vino hace unos días, pero al vernos se fue. Está sola y no tiene con qué alimentar a sus propios niños… Así que estábamos aquí, esperando la muerte. 

   Cuando Elisey oyó lo que le contaron, cambió de idea respecto a alcanzar a su compañero y se quedó allí durante la noche. Y la  mañana siguiente empezó a trabajar en la casa como si fuera suya. Preparó el pan con ayuda de la anciana e hizo fuego en el horno…  
   Se quedó con ellos un día, y el siguiente, y el siguiente. El niño pequeño recobró su fuerza y empezó a caminar y a hacerse amigo de Elisey. La niña también estaba feliz y lo ayudaba en todo. Corría detrás de él, gritando: ¡Abuelo, abuelo!
   El hombre comenzó a caminar sosteniéndose en la pared. Sólo la mujer seguía postrada. 
   “Bueno, no pensaba quedarme tanto tiempo. Ahora debo irme” reflexionaba Elisey. 
   Durante el cuarto día, fue una vez más al pueblo y compró leche, harina y otras cosas. Y también fue a misa. 
   Al volver, cocinó y horneó con ayuda de la anciana. Ese fue el día en que la mujer se levantó. 
   El hombre se afeitó, se puso una camisa limpia y fue a ver a un paisano rico para pedirle un favor. Su tierra y sus herramientas estaban hipotecadas por ese vecino rico y fue a pedirle que le permitiera usar las herramientas y la tierra hasta la nueva cosecha. Pero volvió muy abatido: el paisano rico había exigido que le llevara el dinero antes.  
   Elisey se puso a reflexionar… ”¿Cómo van a vivir a partir de ahora? La gente va a empezar a sembrar, pero ellos no pueden, tienen todo hipotecado. El centeno va a madurar y comenzará la cosecha, pero ellos no pueden esperar nada, porque su tierra está embargada. Si me voy, van a caer de nuevo en la pobreza.”

   Por la noche, Elisey recitó sus plegarias y se acostó, pero no logró quedarse dormido. 
   “Tengo que irme, ya gasté mucho tiempo y dinero, pero siento pena por ellos… Claro que no se puede ayudar a todo el mundo… Quise traerles agua y darles pan, pero mira lo lejos que he llegado. Y ahora tendré que levantar la hipoteca de sus herramientas y su campo… Y podría también comprar una vaca para los niños y un caballo para el hombre, porque lo va a necesitar…”
   Elisey le estuvo dando vueltas al asunto, sin llegar a una conclusión… Tenía que irse, pero sentía pena por esa gente… Y no sabía qué hacer… Recién consiguió dormirse cuando cantaron los gallos…
   Y de pronto sintió como si alguien lo hubiese despertado. Se vió vestido, con su bolso y su cayado. Y tenía que pasar a través de una puerta, que estaba apenas abierta, apenas lo suficiente para permitir a un hombre deslizarse por ella. Fue hasta la puerta, y su bolso quedó enganchado de un lado. Él estaba por liberarlo, cuando sintió que tironeaban de una de sus piernas. Era la niña, que gritaba:  ¡Abuelo, abuelo, pan!... Miró a sus pies y allí estaba el niño agarrado, mientras la anciana y el hombre miraban por la ventana… 
   Elisey se despertó y comenzó a decirse en voz alta: “Voy a recobrar el campo y las herramientas, y voy a comprar un caballo, y harina para que dure hasta la próxima cosecha, y una vaca para los niños. Porque…, ¿cómo sería ir más allá del mar para buscar a Cristo, si lo pierdo dentro de mí?

  Elisey se había despertado temprano. Y enseguida salió, para hacer todo lo que había pensado… 
   En algún momento de ese día, se cruzó con dos mujeres que conversaban. 
—¿Viste que cantidad de cosas les ha comprado? Yo misma lo vi comprando un caballo y un carro para ellos. Es evidente que hay gente así en la tierra. Tengo que ir a verlo.
  Cuando Elisey escuchó eso, comprendió que lo estaban alabando. Entonces se apresuró a terminar su cometido… 
  
  Esa noche, cuando todos se fueron a dormir, Elisey se preparó para partir.  
   Y al día siguiente, después de levantarse, se vistió, ató su bolso y salió al camino, con la idea de alcanzar a Efim. 

(Continúa)

2 comentarios:

Raíces y Sabiduría dijo...

Gracias! Esperamos la parte siguiente

Savitri Ingrid Mayer dijo...

Gracias Peregrino Errante

Violeta y el Camino de los 22 Arcanos, casi tres años en este blog

      Cuando publiqué tres de mis novelas en forma de blog, varias personas me aconsejaron que no lo hiciera. Sin embargo, no estoy arrepent...