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La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

martes, 27 de junio de 2017

Maravilloso cuento de León Tolstoi (4)



Los dos ancianos peregrinos


Traducción y adaptación: Savitri Ingrid Mayer


   4.

   Al atardecer, Efim llegó al pueblo donde Elisey se había rezagado. Y apenas entró en el pueblo, una niña de camisa blanca salió corriendo de una casa y gritó: 
—¡Abuelo, abuelo, ven a nuestra casa!
  Efim quería continuar el viaje, pero la niña no se lo permitió. Riendo y agarrándose de su abrigo, lo empujaba en dirección a la casa.
   Una mujer con un niño salieron al patio, y ella también le hizo señas. 
—Entra, abuelo, cena con nosotros y pasa la noche aquí.
  Efim se acercó, pensando: “Podré preguntar acerca de Elisey, porque ésta es la misma casa en la cual él ingresó para conseguir agua”. Y entró. 
   La mujer tomó su bolso, le dio agua para que se lavara, lo hizo sentarse a la mesa… Y fue a buscar leche, queso y pan.   
   Efim le agradeció y la elogió por ser tan hospitalaria con los peregrinos. 
   Entonces la mujer movió su cabeza: 
—No podemos dejar de recibir peregrinos. De un peregrino recibimos la vida. Vivíamos olvidando a Dios, y Dios nos castigó de tal manera que estábamos todos esperando la muerte. El último verano llegamos a un punto en que estábamos todos enfermos y muriendo de inanición. Habríamos muerto sin duda, pero Dios nos envió a un anciano como usted. Él apareció un día, pidiendo algo para beber. Pero cuando nos vio, tuvo compasión de nosotros y se quedó en nuestra casa. Nos dio de comer y beber, y nos puso de nuevo sobre nuestros pies. Pagó nuestras deudas, y también nos compró un carro y un caballo. 
   En ese momento apareció la anciana y dijo: 
—No sabemos si era un hombre o un ángel del Señor. Fue bueno con todos, tuvo piedad, y se marchó sin dar su nombre, así que no sabemos por quién rezar a Dios. Lo recuerdo como si hubiera sucedido ahora… Yo estaba yaciente, esperando la muerte, y vi a un hombre que entraba, un hombre calvo, que pedía algo para beber. Y yo, pecadora, pensé que era un vagabundo, pero mire lo que hizo: cuando nos vio abrió su bolso, justo aquí, y…
  La niña la interrumpió:
—No, abuela, primero puso el bolso en el medio de la habitación y sólo después lo puso en el banco.
  Y ambas empezaron a discutir y a recordar sus palabras y acciones: dónde se había sentado, dónde había dormido, qué había hecho y qué le había dicho a cada uno. 
   Al atardecer, el hombre de la casa apareció en un caballo, y él también empezó a hablar acerca de Elisey. 
—Si él no hubiera venido, habríamos muerto en pecado, porque estábamos muriendo con desesperación y murmurando en contra de Dios y de los hombres. Pero él nos puso sobre nuestros pies, y gracias a él encontramos a Dios y empezamos a creer que hay gente buena. ¡Que Cristo lo salve! Antes vivíamos como animales y él nos ha hecho seres humanos. 
  Le dieron a Efim comida y bebida, y un lugar donde pasar la noche, y ellos también se fueron a dormir. Pero después de acostarse, Efim no logró dormirse: no podía dejar de pensar en su amigo y en cómo lo había visto tres veces en Jerusalem, en el lugar más destacado. “Así que ésta es la manera en que se me adelantó” pensaba.”No sé si mis ofrendas serán reconocidas, pero las suyas el Señor las ha reconocido sin duda.”
  Por la mañana, Efim se despidió de la gente. Ellos llenaron su bolso de pasteles y se fueron a trabajar. Y Efim empezó a caminar… 

   Había estado ausente exactamente un año y en la primavera llegó a su hogar. Su hijo no estaba cuando él llegó, y cuando volvió, Efim comprobó que estaba ebrio. Empezó a preguntarle acerca de la casa y se dio cuenta que las cosas no habían funcionado bien sin él. Su hijo había gastado todo el dinero y había descuidado los negocios. Efim lo reprendió y el hijo respondió con palabras rudas. Entonces  el viejo se enojó y golpeó a su hijo. 
   Al día siguiente, Efim fue a visitar al sacerdote más anciano para hablarle de su hijo. Cuando pasó cerca de la casa de Elisey, la mujer de su amigo, que estaba en el patio, lo saludó:
—Bienvenido, amigo… ¿Tuviste, querido, un viaje exitoso?
   Efim se detuvo. 
—Sí, gracias a Dios. Estuve en Jerusalem, pero perdí a tu marido en el camino. Supe que ha regresado.
 —Sí, hace bastante que ha regresado… ¡Nos pusimos tan contentos al verlo, era desolado sin él! No me refiero a su trabajo, porque está envejeciendo. Pero él es la cabeza. ¡Qué feliz estaba nuestro hijo! Dijo que sin él era como estar sin luz para los ojos. ¡Lo amamos tanto!”
—Bien… ¿Y está ahora en casa? —preguntó Efim.
—En casa está, vecino, trabajando con las abejas. Elisey dice que ha sido una buena estación, no recuerda cuando ha habido tan enorme cantidad de abejas. Dice que Dios nos da sin tener en cuenta nuestros pecados. ¡Ven querido! Elisey estará muy contento de verte.
  Efim caminó hasta el lugar de las abejas. Y vio a Elisey cerca de ellas, debajo de un árbol, sin protección en la cabeza, sin guantes, extendiendo sus brazos y mirando hacia arriba. Su cabeza calva brillaba, lo mismo que en Jerusalem en el Sepulcro del Señor. Encima de él, a través del árbol, el sol brillaba, y por encima de su cabeza las abejas revoloteaban en círculo formando una corona y no lo picaban. 
   Efim se detuvo. La mujer de Elisey le gritó a su esposo: 
—¡Aquí está tu amigo!
   Elisey se dio vuelta para mirar. Estaba feliz, y se acercó a su amigo, quitando suavemente  las abejas que estaban sobre su barba.
 —¡Bienvenido, amigo, bienvenido, querido! ¿Tuviste un viaje exitoso?
—Mis pies me llevaron hasta allí y te traje un poco de agua del río Jordán. Pero no sé si el Señor ha recibido mis ofrendas…”
—¡Gracias a Dios. Cristo te salve!  
  Efim quedó en silencio.
—Estuve allí con mis pies, pero tú estuviste allí en espíritu…
 —Es el trabajo de Dios, mi amigo, el trabajo de Dios.
—Al regresar me detuve en la vivienda donde te perdí.
  Elisey se alarmó, y se apresuró a decir:
 —Es el trabajo de Dios, mi amigo, el trabajo de Dios. Bueno, ven,  te daré algo de miel. 
  Y Elisey cambió de tema, y empezó a conversar sobre asuntos hogareños. 
   Efim suspiró. No habló sobre la gente que Elisey había auxiliado, ni dijo que lo había visto en Jerusalem. 
  Y comprendió que Dios ha señalado que cada ser humano, antes de morir, cumpla sus ofrendas con amor y buenas acciones. 

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