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La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

jueves, 11 de septiembre de 2014

Nueva traducción de un cuento de León Tolstoi - tercera parte

Aquello por lo que viven los seres humanos (3)
Relato de León Tolstoi

Traducción y adaptación
Savitri Ingrid Mayer


3.

   Una mañana (Matriona estaba poniendo la comida en el horno, los niños jugaban y corrían, Semión afilaba sus cuchillos y Miguel se ocupaba con unos zapatos) uno de los niños se arrimó a Miguel, mientras miraba por la ventana, y le dijo:
-Tío Miguel, mira… Se acerca una mujer con unas niñas pequeñas. Una de las niñas es renga.
   Cuando el chico dijo eso, Miguel dejó su trabajo, se acercó a la ventana y miró hacia la calle.
   Simeón se asombró:  Miguel nunca miraba a la calle, y ahora se había precipitado a la ventana y estaba observando algo…
   Simeón también miró por la ventana. Vio una mujer bien vestida, acompañada por dos niñas pequeñas. Las dos eran muy parecidas, pero una de ellas tenía una cojera en la pierna izquierda.
  La mujer entró en la casa, saludó y se sentó junto a la mesa, mientras las niñas se apretujaban contra ella. Parecían tímidas.
—Quiero que me hagan unas botas de cuero para las niñas.
  Simeón aclaró que nunca habían hecho un calzado tan pequeño, pero que podía hacerse… Y miró a su asistente, quien había dejado de trabajar y observaba a las niñas.
   Simeón volvió a asombrarse. Sin duda las niñas eran hermosas, pero incluso así no podía entender por qué Miguel las miraba como si fueran sus amigas.
  Discutió los detalles con la señora, llegaron a un acuerdo, y empezó a tomar las medidas. La mujer puso a la niña renga sobre sus rodillas y dijo:
—Tome dos medidas de esta niña, y haga una bota para el pie cojo y tres para el sano. Ellas tienen exactamente la misma medida en sus pies, son mellizas.
   El zapatero tomó las medidas y preguntó por qué la niña era coja, y si había nacido así.
—No, su madre la aplastó –respondió la mujer.
  Enseguida apareció Matriona, y le preguntó si ella no era la madre.
  La señora respondió que no, aclarando que las había adoptado.
—¡No son sus hijas, y sin embargo cómo se ocupa de ellas! –se asombró Matriona.
—¿Por qué no lo haría? Las alimenté con mis propios pechos… Yo tenía un hijo de mi vientre, pero Dios se lo llevó.
  Matriona preguntó de quién eran las niñas.
—Hace seis años, estas huérfanas perdieron a sus padres, en el lapso de una semana. Su padre fue enterrado un martes y su madre murió el viernes. Ellas nacieron tres días después de la muerte del padre y la madre no duró ni un día…  Por esa época yo estaba viviendo con mi marido en el mismo pueblo, éramos vecinos de ellos… El padre era un hombre solitario que trabajaba en el bosque. Un árbol cayó sobre él, matándolo…  La madre dio a luz tres días después, a solas, porque era pobre y no disponía de partera…
   Sola las dio a luz y sola murió…
   Yo fui por la mañana a verla, pero la pobrecita ya estaba fría… Al morir, cayó sobre esta niña, lastimándola…  La gente vino, la lavaron y vistieron, la pusieron en un cajón y la enterraron… ¿Qué hacer con las niñas?...  De todas las mujeres que aparecieron, solamente yo tenía un bebé. Era mi primer niño, y lo había estado alimentando durante ocho semanas… Me llevé a las niñas a mi casa hasta que se decidiera qué hacer…  Los paisanos se reunieron para decidirlo, y  me pidieron que las cuidara por algún tiempo, hasta que supieran qué hacer con ellas… Y yo amamanté a la niña que estaba sana,  no quería hacerlo con la niña lastimada, pero me dio pena y la alimenté a ella también… Así, las alimenté a las dos y al mío, todo con mis pechos… Era joven y fuerte, y Dios me proveyó de tanta leche, que a veces se derramaba… Yo alimentaba a dos a la vez, mientras el tercero esperaba… A mi propio niño lo perdí al segundo año y Dios no me ha dado más hijos… Nuestras cosas empezaron a marchar muy bien: ahora ganamos más, tenemos un buen pasar… Y no tengo más hijos… ¿Cómo viviría si no fuera por estas niñas?...  ¿Cómo no voy a amarlas?
  Con  una mano la mujer apretaba a la niña coja, y con la otra se secaba las lágrimas…
  Matriona suspiró y dijo:
—Como dice el proverbio: “Se puede vivir sin padres, pero no sin Dios.”

  Y así estaban conversando, cuando de pronto la habitación se iluminó y pareció que un resplandor venía desde el rincón donde estaba Miguel. Todos miraron y lo vieron sentado, con las manos plegadas sobre sus rodillas, mirando hacia arriba y sonriendo.
(continúa)









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