Aquello por lo que
viven los seres humanos (2)
Relato de León
Tolstoi
Traducción
y adaptación
Savitri Ingrid Mayer
2.
Al
despertar por la mañana, Simeón vio que los niños aun dormían, y que su mujer
había ido a lo de los vecinos a pedir pan prestado. El forastero estaba sentado
en un banco y miraba hacia arriba: su rostro brillaba más que el día anterior.
Simeón le dijo:
—Bueno, mi amigo: la barriga pide pan y el
cuerpo desnudo pide ropa… Debemos ganarnos la vida… ¿Puedes trabajar?
—No sé hacer nada.
—Es solamente desearlo, la gente puede
aprender…
—Si la gente trabaja, yo también trabajaré.
—¿Cuál es tu nombre?
—Miguel
—Bueno, Miguel…, no quieres hablar acerca de
ti mismo… Es tu asunto…, pero un hombre tiene que vivir… Si trabajas como yo te
lo ordene, te alimentaré.
—Dios te salve…, aprenderé… Muéstrame lo que
tengo que hacer.
—No es difícil, ya lo verás…
Y
Simeón empezó a enseñarle su oficio. Miguel comprendía todo enseguida, y al
tercer día estaba ayudando al zapatero como si no hubiera hecho otra cosa en la
vida. Trabajaba sin descanso, comía poco, era silencioso, y todo el tiempo
miraba en dirección al cielo. No salía a la calle, no decía nada superfluo, y
no bromeaba ni reía.
Solo
una vez había sonreído, la primera noche, cuando Matriona le había dado la
cena.
Un
día siguió al otro, una semana a la otra, hasta que pasó un año. Miguel seguía
trabajando y viviendo con ellos. Y se corrió la voz de que nadie cosía una bota
de un modo tan resistente y prolijo como el ayudante de Simeón. Y la gente de
todos los pueblos vecinos empezó a acudir para que les hicieran las botas, y
los ingresos del zapatero empezaron a aumentar.
Un
día, durante el invierno, Simeón estaba sentado junto a Miguel, ambos
trabajando, cuando un vehículo se detuvo a la puerta.
Miraron por la ventana: un carruaje se había detenido frente a la casa,
y un muchacho estaba saltando del pescante para abrir la puerta del mismo.
Descendió un caballero con abrigo de pieles, quien se dirigió a la vivienda…
Matriona le abrió la puerta y el caballero entró.
Simeón se inclinó ante el caballero, nunca había visto un hombre así: su
rostro era colorado, su cuello parecía el de un toro.
El
hombre resopló, se sacó el abrigo, se sentó, y preguntó quien era el maestro
zapatero. Simeón se presentó, mientras el hombre le gritaba a su sirviente que
le trajera el cuero.
El
chico vino corriendo con un paquete, que el caballero colocó sobre la mesa. Y
le dijo a Simeón:
—¡Escúcheme, zapatero! ¿Está viendo el cuero?
—Lo veo, respetable señor.
—¿Usted comprende qué clase de cuero es éste?
Simeón lo tocó y dijo:
—Es muy bueno.
—¡Seguro que lo es! No creo que usted haya
visto algo así antes. Es importado, me costó una fortuna.
Simeón aseguró no haber visto nunca algo así, y estaba atemorizado. El
caballero le preguntó si le podía hacer botas con ese material. Y al responder
Simeón que sí, el caballero exclamó:
—¡Eso es, usted puede! Pero debe comprender para quien va a
trabajar, y con qué material… Hágame un par de botas que duren un año sin
romperse. Si puede hacerlo, tome el trabajo y corte el cuero. Si no puede, no
tome el trabajo y no corte… Y se lo digo ya: si las botas se gastan demasiado o
se rompen antes que se cumpla un año, lo haré encarcelar. En cambio, si no se
gastan ni se rompen, le daré una buena suma por el trabajo.
Simeón
estaba asustado y no sabía qué decir… Le pidió su opinión a Miguel… Y Miguel
asintió, diciéndole que aceptara el encargo.
Luego, diciéndole a Miguel que su vista era más aguda y sus manos más
ágiles, Simeón le pidió que cortara el cuero.
Miguel extendió el material sobre la mesa y empezó a cortar…
Matriona entendía un poco del oficio y
se puso a mirar al ayudante mientras cortaba, y vio que no lo estaba haciendo
como lo hacía su marido, sino dándole una forma distinta. Pero no dijo nada.
Y Miguel
hizo su trabajo, y el calzado estuvo listo.
Pero
no eran botas sino unas zapatillas.
Por
la noche, Simeón vio lo que había hecho Miguel. Y se preguntó: “¿Cómo puede
ser? ¡Ha estado conmigo por un año, nunca cometió un error, y ahora me ha creado
semejante problema!… El caballero encargó botas y Miguel ha hecho zapatillas,
arruinando el material. ¿Cómo voy a resolver esto ahora?”
Y se
lo dijo a Miguel, quejándose y recriminándole…
En
ese mismo momento se oyó un golpe en la puerta. Miraron por la ventana. Vieron
a un hombre atando su caballo. Abrieron la puerta y descubrieron que era el
sirviente del caballero.
El
muchacho dijo que lo enviaba su señora, y que su patrón ya no necesitaba las
botas, porque había muerto al llegar a su casa. Y su patrona lo había enviado
con el encargo de que no hicieran las botas y usaran el cuero para un par de
zapatillas.
Miguel tomó las zapatillas ya terminadas y el material que había
sobrado, y se lo entregó al emisario.
Pasó
otro año, y otro, hasta que se cumplieron seis años de la llegada de Miguel.
Él
seguía como siempre. No iba a ningún lado, no decía ni una palabra innecesaria,
y en todo ese tiempo había sonreído solamente dos veces: una la primera noche,
cuando le dieron la cena, y la segunda vez cuando vino el caballero.
Semión no se cansaba de admirar a su ayudante. Y ya no le preguntaba de
dónde había venido…, su único temor era que se fuera algún día.
(continúa)
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