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La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

martes, 15 de agosto de 2023

Violeta y el Camino de los 22 Arcanos, casi tres años en este blog

 

    Cuando publiqué tres de mis novelas en forma de blog, varias personas me aconsejaron que no lo hiciera. Sin embargo, no estoy arrepentida, todo lo contrario. En este blog en concreto, que es el más exitoso, hubo un aumento en las entradas desde que colgué la novela y las estadísticas me muestran que hay gente que la lee. 


   No dudo de que muchas y muchos de los que entran en el blog no lo hacen debido a la novela, sino debido a la conexión con el Tarot, o al interés que puedan despertar algunos otros temas.

  

  Respecto a la conexión con el Tarot, nada mejor que leer un capítulo de la novela para tener una buena ilustración acerca de una carta-arquetipo en particular. Y aunque lo esencial en la novela no es el Tarot sino mostrar cómo es un camino evolutivo, gracias al interés por el Tarot hay mucha gente que lee la novela. 


  Así que, ya sea debido al Tarot o a mis postulados acerca de la Ficción Espiritual o a otros temas que aparecen en este blog, las visitas siguen aumentando. Y en las últimas semanas hubo ingresos no sólo desde Argentina, México y otros países latinoamericanos, sino también desde Brasil,  España, EEUU, Canadá, Rusia y Francia. 


   ¿Qué más puedo pedir? 

                                   ¡Gracias lectoras y lectores! 





 



     

   

lunes, 19 de octubre de 2020

Mis novelas en mis blogs

 



   Llegó el momento de publicar mis novelas en mis blogs

   Debido a que tengo muchos años y a que por mucho tiempo me atormentó recordar lo que le sucedió a Kafka*, y dado que por suerte estamos en una época distinta, donde los libros no necesitan quedar guardados como manuscritos en un cajón, he decidido publicar en Internet mis novelas, en forma paulatina y, por supuesto, totalmente gratuitas.  

  Comenzaré con las tres primeras, casi en forma simultánea, porque son tres novelas bien distintas y dirigidas a públicos diferentes (aunque esto es bastante relativo).  

   Y si la lectura de una de mis novelas los ha entusiasmado, les ha hecho bien; si además de entretenerlos, la novela les ha dejado algo, entonces será de agradecer que la recomienden en sus propios espacios. 

  En este blog está mi primera novela: ella fue el renacer de mi vocación y la quiero de una manera especial. Es la historia de un camino evolutivo, mediante las vivencias de su protagonista, y está escrita desde mi alma. 

  En el blog http://ahoraonuncaelfindelasprofecias.blogspot.com está mi segunda novela, que lleva el mismo nombre que el blog. Es una novela  donde pasan muchas cosas y a pesar de algunos dramas subyacentes, es muy entretenida, si bien también traté que la historia invite a la reflexión y a la búsqueda. 

   En el blog http://peregrinasyperegrinos.blogspot.com está mi novela más importante, porque en ella transmito las enseñanzas de mis maestros: padre Bede Griffiths, Sri Aurobindo y algunos otros. 

   Mis otras creaciones (un guión cinematográfico, un manual de autodescubrimiento y otras dos novelas) tendrán que esperar un poco, ya que necesito más tiempo para decidir si hago lo mismo con ellas.  

  

* Franz Kafka murió muy joven, convencido de que sus libros eran un fracaso y rogándole a su mejor amigo que después de su muerte los quemara. Su amigo no le hizo caso, publicó la obra de Kafka y… no necesito decir quién es: hay ensayos dedicados a él, se hacen seminarios y se dan conferencias sobre su obra. Pero Kafka… nunca lo supo. 


Gracias por anticipado si deciden leerme


Savitri Ingrid Mayer 







   


martes, 1 de septiembre de 2020

Autoayuda y Autodescubrimiento mediante la Literatura

Las grandes novelas son Novelas de Autoayuda

En las últimas décadas han proliferado un género de novelas que intentan transmitir enseñanzas mediante la ficción, como las de Bach, Coelho o Barrios, pero si miramos hacia atrás, descubriremos que siempre ha habido novelas que transmitían enseñanzas, y que en realidad toda gran novela que sondea en los múltiples aspectos de la naturaleza humana nos ayuda a conocernos y crecer. Las novelas de Tolstoi, de Mann, de Dickens, de Kazantzakis,  y de muchísimos otros grandes escritores (sólo nombro a algunos de los que conocí y admiré, pero hay muchísimos otros) son novelas que enseñan.

  Podemos mediante la identificación con los personajes y sus circunstancias, revivir nuestros propios dilemas y realidades. Y eso puede revelar en nosotros algo que no veíamos, y ayudarnos así a cambiarlo, sanarlo, transformarlo. Por ejemplo: ¿cuántas personas en el mundo se habrán identificado con el protagonista de El Lobo Estepario, la gran novela de Herman Hesse, y a partir de eso se habrán sentido parte de una solitaria muchedumbre con sus mismos rasgos y sus mismos conflictos y  anhelos? ¡Y cuántos nos vimos reflejados en los personajes de Jack Kerouac, en esos vagabundos del dharma!

 Claro que una novela puede también mostrarme una realidad diferente, y eso me da la posibilidad de soñar, de imaginar, de proyectar, lo cual sana y transforma. Cuando hace más de veinte años apareció Puente al Infinito, de Richard Bach, donde el autor plasmó magníficamente sus sueños e ideales respecto a la pareja, fuimos muchos los que vimos manifestado en ese modelo ideal nuestros propios sueños, y así los percibimos como  posibles.

 A veces una obra literaria cuenta historias que tranquilizan y alegran, o que inspiran, o que inquietan... Pienso en Resurrección del gran León Tolstoi, o en El filo de la Navaja, de William Somerset Maugham, o en muchas novelas de Hesse, o en Abaddón el exterminador, de Ernesto Sábato.

A lo largo de mi vida fueron muchas las novelas que me ayudaron a crecer, a descubrirme, a transformarme.

Y eso es lo que intento brindar con mis novelas. El tiempo y mis lectores dirán si lo consigo.

lunes, 31 de agosto de 2020

Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

 Breve introducción a la novela 



   La protagonista, Violeta, es una joven psicóloga que parte de la Argentina  durante el año 1977, época de éxodos y exilios. Se va a Europa, sin demasiada claridad acerca de sus metas o del rumbo a seguir.

   En Santiago de Compostela, gracias a las instrucciones de una maestra de Tarot, tiene un primer atisbo del porqué de su viaje. Y ese porqué se irá desvelando de a poco, mientras viaja por España y otros lugares de Europa a lo largo de nueve años, aprendiendo, creciendo interiormente, transformándose. Hay encuentros con diferentes personajes,  que la ayudan o le enseñan o avanzan junto a ella. Y como es una novela, hay romances, amigos y aventuras. 

   La evolución de Violeta, sus experiencias y comprensiones, son un tránsito por veintidós espacios arquetípicos: los  capítulos de la novela expresan e ilustran a los 22 Arcanos Mayores del Tarot, símbolos perfectos de Arquetipos universales. Y a medida que la protagonista transita por esos veintidós espacios, sintoniza -tanto internamente como en lo que experimenta externamente- con las energías arquetípicas correspondientes. 


viernes, 21 de agosto de 2020

Las grandes novelas son novelas integrales




   Después de haber leído mucho, a lo largo de mi vida, y después de bastante tiempo escribiendo, he llegado a la conclusión de que escribir pasablemente una obra de ficción es solamente una cuestión de técnica, de oficio. Con un buen manejo del lenguaje y un trabajo concienzudo en los aspectos narrativos, cualquier escribidor (término que le gusta a Vargas Llosa) confecciona una novela presentable. Por eso hay tantos best sellers, que venden mucho, pero novelas insustanciales, que solamente buscan entretener. No tengo nada contra eso, cada uno es libre de perder el tiempo como más le plazca, pero no es -a mi juicio- una literatura interesante.

   Me interesan las obras literarias que me dejan impresiones imborrables. Las que me enseñan, me sacuden, me conmueven.  Las que reflejan mis ansias e inquietudes.

   Ninguna gran novela deja de revelar la complejidad humana. Ninguna gran novela es artificiosa o superficial. Son profundas, aluden a lo esencial. Nos gusta releerlas, y en cada ocasión encontramos algo nuevo en ellas.

   Y me conmueven las que manifiestan seres reales, seres de carne y hueso. Cuando leía Sobre Héroes y Tumbas, de Ernesto Sabato,  era muy joven y trabajaba en una librería del centro de Buenos Aires. Iba al mediodía a comer a un bar que aparece en la novela, y allí me sumergía apasionadamente en sus páginas, casi con la presencia fantasmal de sus protagonistas, Martín y Alejandra, a quien no me hubiera asombrado ver aparecer en alguna mesa, tan intensamente me había sumergido en su mundo. Sabato los había creado de un modo magistral  y se habían vuelto casi reales para mí.

   Detrás de toda  gran obra de ficción,  suele haber un escritor y persona interesante, con ideas, con cierta experiencia de vida, con valores. Los grandes escritores son intelectuales, y una función de los intelectuales es la reflexión: reflexión acerca de sí mismos, acerca de los demás, acerca de la sociedad, acerca de la vida y acerca del universo. Los intelectuales indagan en los temas medulares, y los novelistas lo hacen mediante la ficción.
 
   Y los grandes escritores de ficción reflejan verdad en lo que escriben: se reflejan a sí mismos, a las personas que conocen, a las historias que han vivido, a las realidades que comprenden. Escriben con la verdad, y por eso las grandes novelas se sienten como algo auténtico: conscientemente o no los lectores perciben autenticidad en ellas, perciben verdad.

    Toda gran historia de ficción es integral, indefinible en géneros o temas. En ella está la vida misma, y en la vida misma hay de todo. ¿Cómo poner dentro de un género a Guerra y Paz, de Tolstoi, o a Sobre héroes y tumbas? Ningún aspecto de nuestra humanidad está ausente de las grandes narraciones, aunque se enfatice -en la trama- algunos aspectos sobre otros.

   Pero incluso en la literatura que se inscribe en un género, cuando se trata de un gran escritor, la realidad,  los temas importantes,  están presentes. Eso ocurre en los escritos de Ray Bradbury, que a pesar de ser fantasía o ciencia ficción muestran, aunque exagerada, distorsionada, a la realidad. O en el Realismo Fantástico de Gabriel García Márquez, quien por detrás de su desmesura imaginaria muestra profundas verdades.  O en  las novelas de Kafka, parecidas a los sueños, pero que tan fielmente reflejan aspectos esenciales de lo real.
  
   Y la gran literatura  no envejece. Todavía hay gente que lee al Quijote, (no solamente los estudiantes) y eso que leerla en ese castellano antiguo que exige recurrir al diccionario constantemente es trabajoso. Las obras de Shakespeare -incluyamos al teatro en nuestro comentario- siguen representándose en todos los teatros del mundo y se hacen películas basadas en ellas. Y muchos jóvenes están hoy en día descubriendo al gran Tolstoi y leyendo sus novelas escritas en el siglo XIX.

   ¿Y por qué ocurre esto? Porque al tocar los temas de siempre, los conflictos y anhelos humanos de siempre, las preguntas de siempre,  la gran literatura, la que es total, integral, alcanza lo imperecedero, se vuelve eterna.





Literatura, compromiso y autenticidad



    ¿Es necesario que un narrador de historias se comprometa? Y si fuera así: ¿Qué significa comprometerse? ¿Y qué es la autenticidad?

  El que levantó las banderas de una literatura comprometida fue, hace muchísimos años, el filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre, para quien el compromiso de un escritor con los problemas de su época se imponía como un deber. Para él, una literatura que solamente buscara entretener no era digna de consideración.

   Si bien Sartre apuntaba especialmente al compromiso social y político, esta postura -en un sentido más amplio- propone una literatura que nos haga reflexionar acerca de diversos asuntos, siendo éstos -en primer lugar- los grandes temas humanos, como el significado de la vida, la existencia o ausencia de Dios, el amor en todas sus formas, la búsqueda de la felicidad, la inevitabilidad del sufrimiento y la muerte.

   Esta visión diferente del compromiso nos lleva a ciertos conceptos que formuló el gran novelista ruso León Tolstoi.  

   En su tratado acerca del arte, Tolstoi propone la sinceridad como una condición ineludible en el arte y la literatura, entendiendo a la sinceridad como la necesidad interna del artista por expresarse, por decir su verdad.

   Esta sinceridad marcaría una línea divisoria entre las narraciones escritas a partir de nuestra experiencia, atendiendo a los fantasmas interiores (como diría Ernesto Sábato), y las que se producen para cumplir con las expectativas del mercado, siguiendo tendencias y modas del momento.

   Después del éxito de “El código Da Vinci” (un best seller bien construído, pero sobre todo bien promovido por una maquinaria editorial poderosa y multinacional) se sucedieron innumerables novelas que repitieron la fórmula. Esto es un ejemplo de literatura no comprometida.

   Y me pregunto cuál es el destino de esa literatura diferente, esa literatura que busca transmitir ideas, valores, temas esenciales, significativos para su creador y quizás, también, para sus lectores. ¿Hay futuro para esa literatura comprometida, esa que implica un compromiso con nuestra verdad más profunda?

   Porque el compromiso, como escritores,  es con nosotros mismos. El compromiso es con nuestra autenticidad, esa que nos permite ser y expresar lo que somos, para que eso que somos aflore en lo que escribimos.

    La idea del compromiso ha sido denostada por los que  exaltan al arte como un ejercicio de la libertad, pero ¿qué más libre que escribir sobre aquello que nos interesa; sobre lo que pensamos, creemos y sentimos; sobre lo que la vida nos ha revelado…?  ¿Qué más libre que el compromiso con nuestra verdad?

  Los grandes escritores, los que han trascendido, son los que han sido auténticos, los que se han comprometido con su verdad, y han escrito no solamente para entretener (y no está mal entretener) sino también para transmitir algo más, algo más que -en los más grandes- no es explícito sino sutil. Y pienso en Cervantes, en Goethe, en Mann, en Tolstoi, en Dostoiewsky, en Hesse, y en otros grandes narradores de todas las épocas, todos profundamente auténticos. 

   Y no dudo que esa literatura nacida desde el compromiso con uno mismo, desde la autenticidad, es la única que perdura.





Ficción espiritual


Acerca de la Ficción Espiritual

    Muchas  veces, desde que me inicié como autora de novelas (allá por 1996) me pregunté por qué no había más estudios sistemáticos o definiciones acerca del tipo de novela que yo escribía. Aunque siempre ha existido la narrativa con elementos espirituales, parecía que el género escapaba a las definiciones, si bien abunda  en nombres: ficción religiosa, metafísica, nueva era, de autoayuda, visionaria, evolutiva, espiritual… A mí me gusta llamarla Ficción Espiritual.
   Y hace poco apareció en la web un grupo de escritores de Estados Unidos (Visionary Fiction Alliance), que -partiendo de las ideas de Jung-  están tratando de definir a este género, llamándolo Ficción Visionaria: aquella donde  el crecimiento de la conciencia es el tema central, el que mueve a los personajes. 
  Más allá de que su iniciativa me parece interesante, creo que con sus definiciones están limitando los alcances de esta clase de ficción. Leyendo lo que dicen en sus páginas, vi que determinaban qué ficciones eran visionarias y cuáles no lo eran, y eso me parece arriesgado. Algunos de estos escritores lo reconocen, diciendo que es muy dificíl delimitar qué narraciones corresponden a  ficción visionaria, cuáles a  ficción espiritual y cuáles a ficción nueva era, siendo que estos géneros se consideran lo mismo -o casi- a efectos del marketing. 
   Y me llamó la atención que algunos de ellos declaran que esta clase de  ficción es un género nuevo. Supongo que siguiendo su intento excesivamente delimitatorio, esto podría ser cierto. Pero usando un criterio más amplio, jamás podría decir que éste es un género nuevo. 
   Ya de por sí, esto de marcar géneros literarios implica empobrecer las historias que se escriben, porque como digo en otro post, todas las grandes novelas son integrales. O sea, tienen de todo, y también –en alguna medida- espiritualidad.
    La espiritualidad es parte de nuestra condición humana y ha estado presente desde que existen las narraciones.  
    En la literatura épica de Oriente, que se transmitía en forma oral, el elemento espiritual es parte de la trama, como en el antiquísimo Mahabaratha de la India (que se registra a partir del siglo IV a.c.). Y en el folklore de Oriente y Occidente, hay a menudo –además de los elementos míticos y fabulosos- componentes éticos y espirituales. 
  Ya con la imprenta, en los siglos XVI y XVII, tenemos literatura espiritual escrita en castellano, quizás no con forma de novela, pero sí en el género autobiográfico (que es una variedad narrativa) y en la poesía. Como ejemplo los grandes místicos cristianos Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, quienes escribieron poesía mística muy inspirada y libros donde el lirismo es vehículo de una doctrina. Santa Teresa relató  su vida y sus experiencias en libros de profunda espiritualidad, que podrían incluirse en el género autobiográfico. 
   En otros idiomas hubo muchas obras de la literatura donde lo espiritual estuvo presente. Podemos mencionar al alemán Goethe y con el transcurrir del tiempo, al inglés Charles Dickens.   
  Las novelas de los rusos Tolstoi y Dostoievsky, y las de algunos escritores españoles del siglo XIX, tienen fuertes componentes espirituales. Entre los españoles citaría a Benito Perez Galdós, Emilia Pardo Bazán y Leopoldo Alas “Clarín”. (Acerca de Tolstoi, hay un post en mi blog http://creadoresmisticosytransmutantes.blogspot.com )
  En el siglo XX tenemos a muchos más. Por un lado la temática espiritual o metafísica en la obra de Herman Hesse, leído y admirado por varias generaciones de buscadores espirituales de todos los países. Y también podríamos mencionar a su compatriota Thomas Mann.
   El escritor inglés Aldous Huxley, además de ensayos, escribió ficciones, y el elemento espiritual de su obra, sobre todo la de sus años de madurez, es innegable. 
  Y están también los escritores que se definen claramente dentro de una narrativa católica, como el norteamericano Graham Greene. 
  En la Argentina, los narradores más famosos del siglo XX tienen componentes espirituales en sus historias. De un modo elusivo y esotérico en Borges y fuertemente sobrenatural en Cortázar. También en las novelas de Ernesto Sábato, de un modo explícito aunque sin poner demasiado el acento en eso. (Ver el post acerca de Sábato en mi blog Vivencias de una Peregrina) 
  En las últimas décadas sobresalieron el norteamericano Richard Bach y el brasileño Paulo Coelho, quienes escriben ficción que podría entrar dentro de esta temática. Y también hay otros, que no venden todavía tanto como ellos, pero que escriben muy lindas historias, como el chileno Barrios, la argentina Chaikovska, el norteamericano Albom, y muchos otros que continúan siendo desconocidos para el gran público, como la autora de este blog. 
  Alguna vez, cuando intenté que alguna editorial publicara mi primera novela, una de las respuestas que se repitió fue que el género estaba saturado. Y posiblemente es verdad… Una editorial no publica nuevos autores de géneros determinados, cuando ya tiene uno (o varios) que están vendiendo bien en ese género, porque le conviene seguir publicándolos a ellos. 
   El género de ficción que estamos comentando  no le gusta a todo el mundo, y hoy en día, de acuerdo a lo que investigué, lo que más se vende es: romántico, erótico, policial, de suspenso, de aventuras, y ciencia ficción. Los demás géneros venden menos, y el género que Amazon denomina “ficción religiosa y espiritual” es la categoría que menos libros tiene.
  Claramente, en nuestros días, esta clase de ficción es un género minoritario. Sin duda, era verdad lo que me dijeron hace quince años, que el género estaba saturado. Y aunque hay mucha gente a quien interesa la espiritualidad, he descubierto que no muchos de ellos leen novelas: prefieren leer no-ficción. 
   Pero… ningún género literario desaparece para siempre… Aquello que la gente busca para leer responde a tendencias sociales y culturales que cambian de una época a otra. 
 Y estoy convencida que la narrativa espiritual volverá a tener épocas de esplendor. 
   Aunque quizás falte mucho tiempo para eso…
  
    





  
   

¿Quién decide lo que leemos?

La respetable subjetividad al apreciar una obra literaria


   Gracias a mi participación en las redes sociales, particularmente en las redes sociales de recomendación de libros, estoy comprobando que l@s lector@s se animan más que antes a confiar en su propio juicio. He leído  comentarios de rechazo a ciertos autores que sin embargo son reconocidos best-sellers, o incluso grandes escritores.

  Y esto me parece bien, más que bien… Estamos acostumbrados históricamente a que los juicios de valor acerca de los productos culturales como libros, música, artes plásticas y películas, sean emitidos por expertos, encargados de juzgar y dictaminar si dicho producto cultural es valioso, si merece que le dediquemos nuestra atención o no.

   Desde tiempo inmemorial, han sido los críticos literarios y los editores los que decidían qué libros teníamos que leer. También las revistas y periódicos formaban parte de ese mundo que decidía por nosotros. Y como la mayoría de la gente consume lo que le recomiendan otros, y más si esos son críticos y expertos, los gustos y tendencias literarias han estado siempre parcialmente determinados por las decisiones de unos pocos. 

   En las últimas décadas, con el desarrollo de los medios de comunicación, esos mensajes acerca de qué leer o escuchar han venido a través de los periodistas y comunicadores. Y dado que los medios están muy unidos a intereses económicos y financiados mediante publicidad, dichos mensajes están estrechamente enlazados con dichos intereses (lo cual antes también ocurría, pero probablemente no en la misma medida).

    Por todo esto,  la inmensa mayoría de las personas estamos siempre siendo influenciados  acerca de qué leer o escuchar o mirar.

   Sin embargo, hay un espacio de absoluta libertad, un espacio donde nada puede influirnos.

   Y ese espacio es la confianza en nuestro propio juicio:

   Confiar en lo que sentimos, en lo que experimentamos al leer un libro (o al escuchar música o al ver una película o…)

   Si compramos un libro porque leímos en algún lado que es un autor con muchos premios, o un best seller, y luego resulta que no nos gusta,  es positivo que haya espacios donde podamos comunicar nuestro desacuerdo con dichas valoraciones. 

   Y también sería interesante que al encontrarnos con el producto de un creador desconocido, confiemos en nuestro juicio y le demos una oportunidad, aunque no tenga por detrás para respaldarlo a los medios o a los expertos.

  Gracias a Internet, esto ya está ocurriendo en nuestros tiempos. Todos pueden emitir opiniones y publicarlas en algunos espacios, como los que abundan en las redes sociales. Y son cada día más los que se animan a declarar, sin temores, que  una novela de un escritor premio nobel les resultó difícil de leer y la dejaron por la mitad, o que las novelas de un famoso best-seller son insoportables y no comprenden que pasó para que se convirtiera en best-seller.

   Ojalá esto continúe así, y en forma creciente…











lunes, 30 de septiembre de 2019

Cuando el arte invita a la reflexión: temas existenciales y espirituales en novelas y películas (10)

“Everest” o ciertos aspectos curiosos de nuestra condición humana

    En este film bastante reciente se reproduce una tragedia real ocurrida en el año 1995, cuando varios montañistas murieron al descender de la cima más elevada del mundo, entre ellos los líderes de dos organizaciones de renombre que se habían especializado en organizar subidas al Everest para no profesionales del montañismo. Más allá de culpas y culpables, que la película no soslaya (como subir aunque el pronóstico prevea tormenta, fallos en la organización y demoras debido a la gran cantidad de gente que escala al mismo tiempo), las dificultades y los riesgos del ascenso están bien planteados. Para un ser humano, por mucha preparación previa que tenga, las etapas finales antes de llegar a la cima se parecen a un martirio. Por encima de los ocho mil metros e incluso bastante antes, el cuerpo sufre enormemente y hay todo tipo de reacciones físicas (pulmonares, cerebrales, etc.) que pueden provocar la muerte. De hecho así se llama el tramo final —la zona de la muerte— y el riesgo es aún mayor al descender, como si el cuerpo consiguiera vencer el esfuerzo en la subida (en parte por factores psicológicos, como el gran anhelo por hacer cima), pero en la bajada, habiendo llegado más allá de su límite, comienza a colapsar. Histórica y estadísticamente, de cada cuatro montañistas muere uno, ya sea por accidentes en la subida o porque su cuerpo no resiste y no consigue  descender hasta los campamentos (que están a inferiores alturas). Como cada persona y cada cuerpo es único, es difícil saber por qué algunos logran resistir y otros no, aunque supongo que los especialistas en este tema tienen más claridad al respecto. En este grupo trágico, por ejemplo, un ahora famoso patólogo de Texas pasó toda la noche bajo la tormenta y milagrosamente, cuando ya se lo daba por muerto, se despertó en la mañana bajo los rayos del sol y tuvo la energía para llegar al campamento más cercano, aunque perdió las dos manos y la nariz, destruidas por el frío. 
   Y la gran pregunta es: ¿qué insensatez hay en estos seres humanos, quienes no obstante saber que subir al Everest es un elevado riesgo para sus vidas, lo hacen de todos modos?  
   En el libro “Mal de altura”, su autor (el periodista Jon Krakauer, uno de los participantes, quien sobrevivió y pudo contar en detalle lo sucedido) dice que el deseo de subir —y sobre todo el deseo de subir a la cima— es irracional, y que hay en eso algo mágico e inexplicable:

“Subir al Everest es un acto intrínsecamente irracional, 
un triunfo del deseo sobre la cordura. Cualquier persona 
que se lo plantee en serio es, casi por definición, ajena a 
la influencia de lo razonable…   La desproporción entre
 sufrimiento y placer era mayor que en cualquiera 
de las montañas que había escalado; enseguida caí en
la cuenta de que subir al Everest era sobre todo cuestión de
aguante, y ver que semana tras semana nos sometíamos al 
esfuerzo, el tedio y el padecimiento, me hizo pensar que la 
mayoría de nosotros probablemente no buscaba otra cosa que 
cierto estado de gracia...”

   Y curiosamente, al ver este film y leer este libro, sentí que la subida al Everest se parece bastante a muchas aventuras humanas. Esas ansias inexplicables y ese esfuerzo casi sobrehumano por llegar a la cima, respirando gracias al oxígeno, sintiéndose mal, sin fuerzas, debilitándose paso a paso… 
   ¿No hay acaso en las vidas de muchos seres humanos algo equivalente? Peleamos, nos sacrificamos, damos todo lo que tenemos en pos de alguna meta o ideal, se nos va en ello el dinero, la salud, la calma, la cordura, la estabilidad y… un largo etcétera. Y sin embargo lo hacemos, nos esforzamos una y otra vez, sin ponernos límites, dando de nosotros lo máximo, para quizás fracasar y morir al final de nuestras vidas sin haberlo conseguido. 
  
   En el caso de los escaladores, subir montañas se parece a una obsesión. Dice Krakauer: 
    “Yo también soñaba con subir algún día a la cima del Everest; 
durante toda una década fue una idea casi obsesiva para mí. 
A los veintitantos años la escalada se había convertido en el 
centro de mi existencia, excluyendo casi todo lo demás. Alcanzar 
la cima de una montaña era algo tangible, inmutable, concreto. 
Los peligros intrínsecos del alpinismo daban a esa actividad un 
rigor de propósito, del que carecía el resto de mi vida. 
Me emocionaba ante la mera perspectiva que suponía
forzar constantemente una existencia por lo demás vulgar.”

    La misma obsesión que hay en muchos, cuando queremos que nuestra existencia tenga más significado que el habitual, propósitos que la trasciendan y perfecciones por alcanzar. Aunque dejamos jirones de vida por el camino, insistimos y seguimos avanzando, con la esperanza de llegar alguna vez a la cima de nuestro Everest personal.


 

martes, 16 de abril de 2019

Novelas inmortales (4)

Nazarín, de Benito Pérez Galdós


    Así es la descripción del  personaje que da su nombre a la novela:          

Era  de  mediana  edad,  o  más  bien  joven  prematuramente  
envejecido, rostro enjuto tirando a escuálido, nariz aguileña, 
ojos negros, trigueño color, la barba rapada, el  tipo semítico  
más  perfecto  que  fuera  de la  Morería  he  visto:  un castizo 
árabe  sin  barbas. 
   
    Nazarín es un cura muy pobre, quizás santo o quizás loco (al fin y al cabo, los santos no son demasiado normales, algo de locos tienen), que vive en una mísera pensión y a quien, apenas comienza la historia, le han robado lo poco que tenía, incluyendo su ropa. Nazarín no cree en la propiedad privada y por eso no va a denunciar el robo. Ha elegido ser pobre, no quiere empleos fijos ni comodidades, cultiva la paciencia y la humildad. A todos ayuda, y para la dueña de la pensión es un santo. Pero la vida del sacerdote se complica cuando una mujer joven, una prostituta del barrio, le ruega que la esconda porque está herida, huyendo después de una riña. Nazarín no puede negarse, pero la desdichada, cuyo nombre es Andara, después de recuperarse provoca un incendio. El cura queda sin casa y sin trabajo, ya que sus superiores lo censuran por haber dado cobijo a esa mujer y dejan de llamarlo para las pocas misas que eran la única fuente de su sustento. Entonces, Nazarín decide volverse peregrino. Y descalzo, vestido de humilde paisano, se lanza al camino, con la esperanza de vivir de la caridad. Quiere hacer penitencia, anhela desgracias y padecimientos que lo purifiquen, y piensa que:

Dios, hablando a su espíritu, le ordenaba el abandono de todo 
interés mundano, la adopción de la  pobreza  y  el  romper  
abiertamente con  cuantos  artificios  constituyen  lo  que llamamos
civilización. Su anhelo de semejante vida era de tal modo irresistible, 
que  no  podía vencerlo  más.  Vivir  en  la  Naturaleza,  lejos  de  
las  ciudades opulentas  y corrompidas,  ¡qué  encanto! 

    Apenas alejado de Madrid, tiene diversos encuentros, entre otros con la incendiaria Andara, quien lo sigue y le ruega que la deje ir con él. Llegan a un pueblo donde una amiga de ella tiene a su pequeña hija enferma, casi moribunda. Andara le pide a Nazarín que vaya  a sanar a la niña. Él rechaza con enojo la fe de la mujer en su santidad, pero accede a llevar consuelo a la madre. En la humilde vivienda, las mujeres lo reciben con la esperanza de que sane a la pequeña enferma. La fe de las mujeres en Nazarín corre pareja con su negativa a  asumir lo que ellas esperan de él. Sin embargo, las invita a rezar y pone su mano en la frente de la niña. La profunda religiosidad de Nazarín, su compasión por los demás, corre pareja con su modestia. Lo que despierta en las mujeres es algo que solamente despiertan los santos. Ellas ven y perciben algo en el peregrino, que él mismo todavía no ve. A la mañana siguiente le comunican que la niña está mejorando y Nazarín decide continuar el viaje. Pero ahora, además de Andara, también lo sigue la tía de la niña, de nombre Beatriz.  Y esa misma noche, refugiados los tres en  una cabaña en ruinas,  empieza a impartirles enseñanzas religiosas. 
  La novela continúa mostrando las distintas peripecias y encuentros del santo y sus dos discípulas. Y aunque a veces hay humor en las descripciones, o cierta ironía, en ningún momento decae el respeto del narrador por la grandeza de su personaje. 
  Frente a cada situación, Nazarín imparte enseñanzas, da consejos…

.La ira es daño gravísimo que sirve de cebo a los demás pecados, 
y  priva  al  alma  de  la  serenidad  que  necesita  para  vencer  
el mal  en otras esferas… .Para  ser  buenos,  para  llegar  a  lo  que  
vulgarmente  llamamos perfección, debe empezarse por lo más fácil. 
Antes de atacar los vicios gordos, combatamos los menudos…
. Y  añadió  que  no  había  por  qué  ponerse  a  imaginar  los
sucesos futuros, fingiéndolos en nuestra mente favorables
o adversos, porque nunca sabemos, ni aun aplicando las regla
de la lógica, lo que pasará en las horas venideras. Caminamos  por  
la vida,  palpando  en  las  tinieblas,  como  ciegos,  y  sólo  Dios
sabe  lo  que  nos sucederá  mañana.

    No seguiré contando la historia, porque sería una anticipación de la trama, y creo que vale la pena leerla. Pero continuaré mencionando algunos fragmentos reveladores. 
    Como en todo místico, en Nazarín hay ciertos poderes psíquicos. Y el autor lo muestra cuando Beatriz va a confesarle algo a su maestro y éste le dice que ya lo sabía:

—¿Acaso lo adivinó? ¿Usted sabe lo que no ha visto, lo que 
no han dicho? 
 —A veces sí... Según quien sea la persona a quien le pasa 
lo que no veo. 
—¿Pero de veras, adivina?... 
—Esto no es adivinar..., es... saber... 

     Es muy interesante que lo que dice Nazarin acerca de los males de la sociedad, en el siglo XIX, sigue vigente ahora, en el siglo XXI:

Los pueblos  tienen  la  misma hambre que antes tenían. Mucho 
progreso político y poco pan. Mucho adelanto material, y cada día
menos trabajo y una infinidad de manos desocupadas. De la política
no esperemos ya nada bueno, pues dio de sí todo lo que tenía que dar….
En  la  Humanidad  se  notan  la  fatiga  y  el desengaño  de 
las especulaciones científicas, y una feliz reversión hacia 
lo espiritual…  Todo clama por la vuelta a los abandonados caminos 
que conducen a la única fuente de la  verdad:  la  idea  religiosa…

   Y a veces, Nazarín se convierte en filósofo y poeta:

 Dos cosas hay en este bajo mundo por donde nos pueda ser 
 comprensible lo infinito: el amor y la muerte…

   La influencia del santo sobre las dos mujeres, las va transformando. 
Así, dice el narrador sobre Beatriz: 

Su espíritu se iba encendiendo en el místico fuego, 
con las chispas que el otro lanzaba del rescoldo de su santidad. 
Habría ella  querido  llegar  al  caso  absurdo  de  no  comer 
absolutamente  nada;  pero como esto era imposible, se resignaba
a transigir con la vil materia… De madrugada  tuvo  frío,  y  bien  
envuelta  en su  manta  se  tendió  de  largo,  para descansar  
más  que  dormir,  y  con  la  conciencia  de  hallarse  despierta, 
vio cosas …¿Era  Dios, eran los ángeles, el alma de algún santo, 
o un purísimo espíritu que quería tornar forma sin poder conseguirlo...?

     La protección divina se manifiesta en milagros, como cuando,  refugiados los tres peregrinos en lo alto de un cerro y en peligro, debido a unos individuos que amenazaron subir con malas intenciones,  una súbita e inesperada neblina los oculta de los que suben.

   Nazarín es acusado por un alcalde bastante ilustrado de dárselas de apóstol y él dice:

 Yo no soy  apóstol,  ni  predico  a  nadie;  tan  sólo  enseño  la  
doctrina  cristiana,  la  más elemental y sencilla, a quien quiere 
aprenderla. La enseño con la palabra y con el  ejemplo.  Todo  
lo  que digo,  lo  hago,  y  no  veo  en  ello  mérito  alguno. 
  Entonces el alcalde  replica:
¿Y cómo he  de  creer  yo  que  un  hombre  de  sentido,  en
nuestros  tiempos  prácticos, esencialmente  prácticos,  o  si  se
quiere,  de  tanta  ilustración,  puede  tomar  en serio eso de 
enseñar con el ejemplo todo lo que dice la doctrina? 
¡Si no puede ser, hombre; si no puede ser!… Con el misticismo, 
que es lo que usted practica; no tendrá más que hambre, 
miseria pública y particular...
Y Nazarín le responde:
—Yo creo lo contrario. Tan puede ser, que es. 

    Más de un pasaje de la novela nos trae reminiscencias de la Pasión de Jesús y algunos críticos han dicho que Nazarín, de un modo quijotesco, intenta imitar fielmente a Cristo en una época materialista, por lo cual dicha imitación sólo puede verse como locura. Por mi parte, mientras leía las andanzas de Nazarín, no pude evitar la comparación con otra joya narrativa, un clásico de la literatura mística: “Memorias de un peregrino ruso”, de autor anónimo. 
   Es necesario, en nuestros días, superar el primer rechazo ante la prosa de Galdós, algo recargada, quizás adecuada para el siglo en que él escribía y muy del gusto de lectores con pasión literaria, pero que podría resultar un poco pesada para un lector actual y que no desea recurrir al diccionario para comprender un adjetivo o sustantivo inusual. Pero luego de superado ese primer rechazo, la novela atrapa, conmueve, despierta nuestros sentimientos más elevados. 
  En suma:  una gran novela, espiritual e inspiradora.  


  

domingo, 27 de enero de 2019

Cuando el arte invita a la reflexión: temas existenciales y espirituales en novelas y películas (9)



“Transcendence” 
Lo que puede ocurrir al transferir una conciencia humana a una computadora 

  “Transcendence” es una película de ciencia ficción del año 2014. En el centro de la trama: una pareja de científicos que investigan y experimentan con la “inteligencia artificial” (brillantes, jóvenes y enamorados) y un grupo terrorista que está en contra del avance tecnológico. Durante una conferencia, él (Will, interpretado por Johnny Deep) recibe un disparo por parte de uno de los terroristas y como la bala estaba envenenada con material radioactivo, le quedan apenas unas semanas de vida. Entonces, proyectan lo imposible hasta ese momento:  transferir la  conciencia de él a una super computadora, para que siga viviendo allí. 
   Esto de trasladar una conciencia humana a una computadora, aunque falta mucho aún para eso y todavía no sabemos si será realmente posible alguna vez, ya no pertenece sólo a la ciencia ficción. Hay científicos que están investigándolo y consideran que es una tecnología muy importante que podría prolongar la vida. Algo de lo que se necesita para conseguirlo ya existe o está siendo desarrollado, pero otros aspectos son apenas una posibilidad y muy difíciles de llevar a cabo. 
   El sistema nervioso central de un ser humano tiene más de ochenta billones de neuronas y cada una de esas neuronas está en contacto con miles de otras.  Transferir esa inmensa complejidad (cada neurona es en sí misma algo muy complejo) a una máquina, aunque podamos ya imaginarlo, es extremadamente problemático. Según los expertos, serían necesarios ordenadores mucho más avanzados que los que tenemos hoy, e incluso si eso sucediera en algún momento del futuro, continuaría siendo intrincadísimo transferir una mente.
      El gran obstáculo, el gran problema clave, es que la ciencia (concretamente la neurociencia) no conoce todavía cómo se genera la mente humana, no conoce qué es lo que hace funcionar a la conciencia, qué es lo que hace a un individuo ser como es. O sea, no ha logrado todavía explicar el modo en el cual nuestro cerebro trabaja: cómo, desde ese aparato biológico que es el cerebro, se crea una realidad que incluye recuerdos, pensamientos, sentimientos, fantasías, etc., etc. Esto es todavía un gran enigma, y si bien afirman que son las complejas conexiones de las neuronas las que crean esa realidad (un ser humano pensante y auto consciente), no solamente no saben aún cómo todo eso funciona sino que tampoco han podido demostrar que ese funcionamiento es el creador de lo que somos. Hay incluso, entre los mismos científicos, quienes dicen que la extrema complejidad del cerebro humano no se puede copiar, asegurando que es imposible codificar sentimientos, o facultades como la intuición y otras, propias de un ser humano. 
    En la película, con ayuda de un amigo tan brillante como ellos dos, consiguen que Will sea transferido (primero a varios procesadores cuánticos y luego a Internet) y empiece a vivir, a crear y a expandirse. Y aunque el amigo duda que sea él,  la esposa, hasta  casi el final del film, no duda, y se comporta como su colaboradora eficiente y fiel. 
   La pena con esta película, que presenta un tema interesantísimo, son las concesiones de sus realizadores al espectáculo, por lo cual termina siendo un thriller más, con las violentas y repetidas características del género. Sin embargo, el tema es lo suficientemente interesante como para invitar a la reflexión. 
    La gran pregunta sería:
   ¿Qué es la mente, qué es la conciencia? 
    Porque todas las investigaciones encaminadas a transferir la mente humana a un sistema informático se basan en una visión materialista de la realidad, en la cual la mente es un resultado del cerebro. 
   Pero desde una visión espiritual de la realidad, la mente no es un producto del cerebro, sino que el cerebro es el medio del cual se vale la Mente, la Conciencia, para funcionar en el plano físico. 
   En consecuencia, si el cerebro es apenas el transmisor de una Inteligencia que lo trasciende, y si un ser humano es más que una máquina biológica, es necesario que lo que se vuelque en una computadora sea algo más que los procesos neuronales y la memoria de un ser humano pensante. Sería necesario que el alma también se acomodara en —o se conectara con— el aparato cibernético. 
   Y esto tampoco es en principio imposible. ¿Por qué no? 
    Para respaldar esta idea, voy a recurrir a lo que dice Ken Wilber acerca de las energías sutiles (Toward a comprehensive theory of subtle energies, 2006)
    De acuerdo a las Tradiciones de Sabiduría, el alma es una chispa de Dios que sostiene la existencia individual en el plano de la materia. Y el alma (según Wilber y las Tradiciones) se ubica en la dimensión de las energías sutiles. 
  Y Wilber formula la siguiente hipótesis: 
   Para manifestarse o expresarse, la conciencia más elevada y las energías sutiles necesitan formas materiales de creciente complejidad. Aunque su existencia sea previa a la manifestación en la materia, para manifestarse necesitan alguna clase de cuerpo (o masa-energía) que las sostenga. 
  Y las energías rodean los cuerpos asociados a ellas en forma de campos. Wilber declara que estos campos pueden ser detectados con varios instrumentos, y que conocidos y respetados psíquicos perciben estos campos de energía, que son campos dentro de campos dentro de campos…
   Entonces, para que un alma individual (conciencia con un cuerpo energético sutil), pueda envolver o entrar en los circuitos de una super computadora, se necesitaría un soporte cibernético cuya complejidad igualara a la complejidad de un cuerpo o soporte biológico. Y esto, como vimos líneas más arriba, es la meta de los que investigan en este asunto. Si los científicos lo consiguieran, un alma podría, por ejemplo al desencarnar, volver a encarnar ya no en un cuerpo biológico, sino en un cuerpo de siliconas. 
    Si el alma es pura energía, energía que contiene recuerdos e información, que evoluciona y es eterna (tan eterna como el Espíritu Total del que emerge), esa energía, que se retira del cuerpo cuando éste muere y lo sobrevive, también podría circular por los circuitos de una computadora o conectarse con ese sostén cibernético de algún modo.   

  
       

viernes, 23 de noviembre de 2018

Novelas inmortales (3)



 “David Copperfield” - Charles Dickens
  
     Considerada una de las novelas más autobiográficas de Dickens, narra la vida de un inglés del siglo XIX, a partir de su nacimiento hasta su madurez.
     Desde las primeras páginas se percibe lo humanitario que era el autor, debido a los valores que la historia manifiesta. Aparece con fuerza el tema de la bondad y otras cualidades humanas positivas. Los personajes buenos son los predilectos, aunque también están idealizados, al punto de que algunos son casi santos. Pero no me parece mal, son un modelo de como todos deberíamos ser. Los sentimientos más elevados que un ser humano puede sentir por otro, los cuales incluyen el amor incondicional y la abnegación, lo sienten algunos entrañables personajes de la novela. Y lo notable es que la atmósfera de bondad y compasión, transmitida por el autor mediante la trama y los personajes, se contagia al lector.   
   Preparé a P para la llegada de S, que apareció pronto. Estoy persuadido de que no había diferencia para ella, y consideraba las cosas que había hecho S por mí como si las hubiera hecho por ella misma, y estaba dispuesta a recibirle con gratitud y devoción; pero sus alegres modales, tan francos, su buen humor, su hermoso rostro y el don natural que poseía para ponerse al alcance de todos aquellos a quienes encontraba y para tocar precisamente (cuando quería molestarse en ello) la cuerda sensible de cada uno, todo esto conquistó a P en un momento. Además, su modo de tratarme a mí habría sido suficiente para subyugarla. Así, gracias a todas estas razones combinadas, creo que en realidad sentía una especie de adoración por él cuando salimos de su casa aquella noche.
   Desde aquella noche siento por P. algo que no sabría definir. No era que reemplazase a mi madre, eso nadie hubiera podido hacerlo; pero llenaba un vacío en mi corazón que se cerró dejándola dentro, algo que no he vuelto a sentir nunca por nadie…
 
   Hay en la narración lirismo, mucho humor y cierta ironía. Como ejemplo de la ironía, un personaje habla con su abogado de un contrato que tendrán que confeccionar y dice:
     Y pronto tendrá usted que formalizar un contrato entre nosotros con todas las cláusulas obligatorias que hacen parecer a dos hombres de honor que se comprometen, dos pillos que desconfían el uno del otro.
    O este otro fragmento, en que hace alusión a lo que se siente después de beber alcohol:
   Después de cenar, encontrándome en un agradable estado de ánimo (de lo que saqué en consecuencia que hay momentos en los que el envenenamiento no es tan desagradable como dicen), decidí ir al teatro.

   Como todo gran novelista, Dickens tenía mucha penetración psicológica y posiblemente era una persona que se observaba y se veía a sí misma. Me he sorprendido más de una vez ante reflexiones acerca de cómo somos, ante fragmentos de reveladora introspección, que parecen propias de un ser humano del presente (en que la psicología nos puso al tanto de tantas verdades acerca de nosotros mismos) y no de alguien que está viviendo en el siglo XIX:
   No solamente nuestro carácter también sufre a veces, sino que tenemos la grave responsabilidad de no estropear a todos los que entran a nuestro servicio o que tienen que ver con nosotros. Empiezo a temer que no esté toda la culpa en un lado solo, y que si todos esos individuos se estropean, quizás sea porque tampoco nosotros vamos muy bien.
   Si algún niño ha sentido una pena sincera, era yo; sin embargo, recuerdo que la importancia de mi desgracia me causaba cierta satisfacción cuando me paseaba por el patio mientras los otros niños continuaban en clase 
     Nada se consigue hacer en una vida de perpetua intranquilidad y tristeza …
    Mi cabeza nunca puede escoger mis pensamientos. Van y vienen por ella como quieren…

   Sus ideas acerca de los males de la sociedad están claramente expuestas: 
      Las personas ocupadas también toman parte en el mal del mundo, puede usted estar seguro, y si no, ¿qué es lo que han hecho desde hace un siglo o dos los que más han trabajado en adquirir poder o dinero? ¿Cree usted que no han hecho también bastante daño?...

    Y es patente la simpatía del autor por las gentes humildes o por ciertos personajes que aunque buenos tienen defectos muy humanos, como Mr. Micawber (probablemente inspirado por su padre), quien gasta más de lo que gana y va a prisión por deudas impagas. Así, es marcado el contraste entre su descripción de los ambientes humildes (cálidos, sinceros, llenos de emoción y espontaneidad) y los ambientes burgueses. En estos últimos hay a veces frialdad, emociones que no se expresan, orgullo y desdén. En una graciosa escena que describe una comida entre gente de clase alta, el narrador se burla de ciertos rasgos muy burgueses (y por mi propia experiencia, muy británicos):
   En varias ocasiones pensé que habríamos estado mucho mejor siendo menos amables. Éramos tan exageradamente amables, que el círculo de la conversación resultaba muy limitado.

   Ciertas cualidades importantes son destacadas y ensalzadas: la fidelidad, el respeto, la benevolencia, el agradecimiento, la caridad, la solidaridad… Dickens era cristiano, muy creyente (y también le atraía lo oculto) y expresa de una forma exquisita los pensamientos y sentimientos más elevados que un ser humano puede tener.
  Todos podemos hacer el bien en este mundo únicamente con querer hacerlo…
   Pensaba en todos los lugares solitarios en que había dormido y le pedí a Dios que me hiciera la gracia de no volver a encontrarme sin asilo y de no olvidar nunca a los que no tienen un techo donde cobijarse.
   Y el extraño sentimiento (que quizá no es extraño a todos) de que aquello había sucedido ya antes en un tiempo indefinido y que sabía de antemano lo que iba a decirme, se apoderó de mí.
  Al principio me extrañaba bastante el consuelo que encontraba dibujando esqueletos, y durante cierto tiempo le consideré como una especie de asceta que trataba de recordar por medio de aquel símbolo de mortalidad lo limitado de todas las cosas…
      
  Se ha acusado a Dickens de un exceso de sentimentalismo, y por momentos es cierto. Hay abundancia de sentimientos en esta novela, predominando los amorosos pero también los de odio y desprecio, como el que repetidamente siente el protagonista por un personaje algo repulsivo. Pero los sentimientos de amor y amistad, de lealtad y camaradería, están narrados con tanta sensibilidad, que hay por momentos como un  brotar de amor y alegría desde las páginas que (y lo repito) se contagia al lector.
    En suma: una novela que aún se puede leer con placer, entretenida, emotiva y profundamente inspiradora.





Violeta y el Camino de los 22 Arcanos, casi tres años en este blog

      Cuando publiqué tres de mis novelas en forma de blog, varias personas me aconsejaron que no lo hiciera. Sin embargo, no estoy arrepent...