Nazarín, de Benito Pérez Galdós
Así es la descripción del personaje que da su nombre a la novela:
Era de mediana edad, o más bien joven prematuramente
envejecido, rostro enjuto tirando a escuálido, nariz aguileña,
ojos negros, trigueño color, la barba rapada, el tipo semítico
más perfecto que fuera de la Morería he visto: un castizo
árabe sin barbas.
Nazarín es un cura muy pobre, quizás santo o quizás loco (al fin y al cabo, los santos no son demasiado normales, algo de locos tienen), que vive en una mísera pensión y a quien, apenas comienza la historia, le han robado lo poco que tenía, incluyendo su ropa. Nazarín no cree en la propiedad privada y por eso no va a denunciar el robo. Ha elegido ser pobre, no quiere empleos fijos ni comodidades, cultiva la paciencia y la humildad. A todos ayuda, y para la dueña de la pensión es un santo. Pero la vida del sacerdote se complica cuando una mujer joven, una prostituta del barrio, le ruega que la esconda porque está herida, huyendo después de una riña. Nazarín no puede negarse, pero la desdichada, cuyo nombre es Andara, después de recuperarse provoca un incendio. El cura queda sin casa y sin trabajo, ya que sus superiores lo censuran por haber dado cobijo a esa mujer y dejan de llamarlo para las pocas misas que eran la única fuente de su sustento. Entonces, Nazarín decide volverse peregrino. Y descalzo, vestido de humilde paisano, se lanza al camino, con la esperanza de vivir de la caridad. Quiere hacer penitencia, anhela desgracias y padecimientos que lo purifiquen, y piensa que:
Dios, hablando a su espíritu, le ordenaba el abandono de todo
interés mundano, la adopción de la pobreza y el romper
abiertamente con cuantos artificios constituyen lo que llamamos
civilización. Su anhelo de semejante vida era de tal modo irresistible,
que no podía vencerlo más. Vivir en la Naturaleza, lejos de
las ciudades opulentas y corrompidas, ¡qué encanto!
Apenas alejado de Madrid, tiene diversos encuentros, entre otros con la incendiaria Andara, quien lo sigue y le ruega que la deje ir con él. Llegan a un pueblo donde una amiga de ella tiene a su pequeña hija enferma, casi moribunda. Andara le pide a Nazarín que vaya a sanar a la niña. Él rechaza con enojo la fe de la mujer en su santidad, pero accede a llevar consuelo a la madre. En la humilde vivienda, las mujeres lo reciben con la esperanza de que sane a la pequeña enferma. La fe de las mujeres en Nazarín corre pareja con su negativa a asumir lo que ellas esperan de él. Sin embargo, las invita a rezar y pone su mano en la frente de la niña. La profunda religiosidad de Nazarín, su compasión por los demás, corre pareja con su modestia. Lo que despierta en las mujeres es algo que solamente despiertan los santos. Ellas ven y perciben algo en el peregrino, que él mismo todavía no ve. A la mañana siguiente le comunican que la niña está mejorando y Nazarín decide continuar el viaje. Pero ahora, además de Andara, también lo sigue la tía de la niña, de nombre Beatriz. Y esa misma noche, refugiados los tres en una cabaña en ruinas, empieza a impartirles enseñanzas religiosas.
La novela continúa mostrando las distintas peripecias y encuentros del santo y sus dos discípulas. Y aunque a veces hay humor en las descripciones, o cierta ironía, en ningún momento decae el respeto del narrador por la grandeza de su personaje.
Frente a cada situación, Nazarín imparte enseñanzas, da consejos…
.La ira es daño gravísimo que sirve de cebo a los demás pecados,
y priva al alma de la serenidad que necesita para vencer
el mal en otras esferas… .Para ser buenos, para llegar a lo que
vulgarmente llamamos perfección, debe empezarse por lo más fácil.
Antes de atacar los vicios gordos, combatamos los menudos…
. Y añadió que no había por qué ponerse a imaginar los
sucesos futuros, fingiéndolos en nuestra mente favorables
o adversos, porque nunca sabemos, ni aun aplicando las regla
de la lógica, lo que pasará en las horas venideras. Caminamos por
la vida, palpando en las tinieblas, como ciegos, y sólo Dios
sabe lo que nos sucederá mañana.
No seguiré contando la historia, porque sería una anticipación de la trama, y creo que vale la pena leerla. Pero continuaré mencionando algunos fragmentos reveladores.
Como en todo místico, en Nazarín hay ciertos poderes psíquicos. Y el autor lo muestra cuando Beatriz va a confesarle algo a su maestro y éste le dice que ya lo sabía:
—¿Acaso lo adivinó? ¿Usted sabe lo que no ha visto, lo que
no han dicho?
—A veces sí... Según quien sea la persona a quien le pasa
lo que no veo.
—¿Pero de veras, adivina?...
—Esto no es adivinar..., es... saber...
Es muy interesante que lo que dice Nazarin acerca de los males de la sociedad, en el siglo XIX, sigue vigente ahora, en el siglo XXI:
Los pueblos tienen la misma hambre que antes tenían. Mucho
progreso político y poco pan. Mucho adelanto material, y cada día
menos trabajo y una infinidad de manos desocupadas. De la política
no esperemos ya nada bueno, pues dio de sí todo lo que tenía que dar….
En la Humanidad se notan la fatiga y el desengaño de
las especulaciones científicas, y una feliz reversión hacia
lo espiritual… Todo clama por la vuelta a los abandonados caminos
que conducen a la única fuente de la verdad: la idea religiosa…
Y a veces, Nazarín se convierte en filósofo y poeta:
Dos cosas hay en este bajo mundo por donde nos pueda ser
comprensible lo infinito: el amor y la muerte…
La influencia del santo sobre las dos mujeres, las va transformando.
Así, dice el narrador sobre Beatriz:
Su espíritu se iba encendiendo en el místico fuego,
con las chispas que el otro lanzaba del rescoldo de su santidad.
Habría ella querido llegar al caso absurdo de no comer
absolutamente nada; pero como esto era imposible, se resignaba
a transigir con la vil materia… De madrugada tuvo frío, y bien
envuelta en su manta se tendió de largo, para descansar
más que dormir, y con la conciencia de hallarse despierta,
vio cosas …¿Era Dios, eran los ángeles, el alma de algún santo,
o un purísimo espíritu que quería tornar forma sin poder conseguirlo...?
La protección divina se manifiesta en milagros, como cuando, refugiados los tres peregrinos en lo alto de un cerro y en peligro, debido a unos individuos que amenazaron subir con malas intenciones, una súbita e inesperada neblina los oculta de los que suben.
Nazarín es acusado por un alcalde bastante ilustrado de dárselas de apóstol y él dice:
Yo no soy apóstol, ni predico a nadie; tan sólo enseño la
doctrina cristiana, la más elemental y sencilla, a quien quiere
aprenderla. La enseño con la palabra y con el ejemplo. Todo
lo que digo, lo hago, y no veo en ello mérito alguno.
Entonces el alcalde replica:
¿Y cómo he de creer yo que un hombre de sentido, en
nuestros tiempos prácticos, esencialmente prácticos, o si se
quiere, de tanta ilustración, puede tomar en serio eso de
enseñar con el ejemplo todo lo que dice la doctrina?
¡Si no puede ser, hombre; si no puede ser!… Con el misticismo,
que es lo que usted practica; no tendrá más que hambre,
miseria pública y particular...
Y Nazarín le responde:
—Yo creo lo contrario. Tan puede ser, que es.
Más de un pasaje de la novela nos trae reminiscencias de la Pasión de Jesús y algunos críticos han dicho que Nazarín, de un modo quijotesco, intenta imitar fielmente a Cristo en una época materialista, por lo cual dicha imitación sólo puede verse como locura. Por mi parte, mientras leía las andanzas de Nazarín, no pude evitar la comparación con otra joya narrativa, un clásico de la literatura mística: “Memorias de un peregrino ruso”, de autor anónimo.
Es necesario, en nuestros días, superar el primer rechazo ante la prosa de Galdós, algo recargada, quizás adecuada para el siglo en que él escribía y muy del gusto de lectores con pasión literaria, pero que podría resultar un poco pesada para un lector actual y que no desea recurrir al diccionario para comprender un adjetivo o sustantivo inusual. Pero luego de superado ese primer rechazo, la novela atrapa, conmueve, despierta nuestros sentimientos más elevados.
En suma: una gran novela, espiritual e inspiradora.