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La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

jueves, 26 de abril de 2018

Relatos y novelas inmortales (1)



Guerra y Paz, de León Tolstoi

    Hay novelas inmortales, que aunque pasen los años, incluso los siglos, se seguirán leyendo con el mismo entusiasmo. Son novelas que no envejecen, porque tocan los grandes temas, los de siempre. La vida y la muerte, el amor y su ausencia,  el dolor y la alegría, Dios y los seres humanos.  
   Guerra y Paz, del gran Tolstoi, es una de ellas. Y vuelvo con este post a uno de mis grandes amores literarios, cuya obra entera, por su profundidad y alcance, nos lleva siempre, ineludiblemente, a la reflexión. 
   La volví a leer hace poco, por segunda o tercera vez en mi vida, y volvió a entusiasmarme y a conmoverme. En ella se narran varios años en la vida de algunos personajes, todos pertenecientes a la nobleza rusa, durante el período de las guerras napoleónicas, a principios del siglo XIX. Los momentos de guerra se alternan con los momentos de paz, la felicidad con la pena, la esperanza con la amargura…, como en la vida misma. 
    Como en todas sus narraciones, Tolstoi es profundo, profundísimo. Se mete dentro de sus personajes, nos muestra como sienten, como piensan, como evolucionan. Y aunque sean personas de la nobleza rusa, de hace dos siglos, sus pensamientos, sentimientos, contradicciones, grandezas y miserias, no son demasiado distintos de los que podríamos experimentar nosotros mismos, seres humanos del siglo XXI. 
   Entre los escenarios principales están los de la guerra. Y esto no ha perdido su vigencia, porque en este planeta sigue habiendo guerras. He aquí un fragmento magistral, donde Tolstoi narra el final de una batalla entre los ejércitos rusos y los de Napoleón: 
   Los hombres de uno y otro ejército, fatigados, hambrientos, empezaron a dudar igualmente de si era preciso continuar matándose los unos a los otros; en todos los rostros se observaba la vacilación, y cada uno se planteaba la pregunta: «¿Para qué? ¿Por qué he de matar o ser matado? ¡Matad si queréis, haced lo que queráis, yo ya estoy harto!» Hacia la tarde, este pensamiento maduraba por igual en el alma de cada uno. Todos aquellos hombres podían, en cualquier momento, horrorizarse de lo que estaban haciendo, abandonarlo todo y huir. Pero, a pesar de que al final de la batalla los hombres sintieran ya todo el horror de sus actos, con todo y que se hubieran sentido muy contentos deteniéndose, una fuerza incomprensible, misteriosa, continuaba reteniéndolos, y los artilleros, sudando a chorro, sucios de pólvora y de sangre, reducidos a una tercera parte, sin poderse tener en pie, ahogándose de fatiga, continuaban conduciendo cargas, cargando, apuntando, encendiendo la mecha y las balas, que, con la misma rapidez y la misma crueldad, continuaban volando de una parte a otra y destrozaban cuerpos humanos.
     No dudaría en poner a esta gran novela en la categoría de novela espiritual, porque la presencia de Dios, del Espíritu, de nuestras almas inmortales, se renueva a lo largo de sus muchas páginas. Y también se renueva lo que Tolstoi nos muestra. Por ejemplo, la ligereza y superficialidad, la vida vacía, solamente volcada a los placeres, de algunos personajes, en contraste con la permanente inquietud y búsqueda de sentido en otros. O la inocente alegría de los enamorados junto a la volatilidad de esos sentimientos. O lo que sienten los personajes ante momentos claves de la vida, como la muerte de un ser querido. 
   En el siguiente fragmento, uno de los personajes asiste a la muerte de su padre:
    Pedro conocía perfectamente aquella gran alcoba dividida por arcos y columnas y cubierta de tapices persas. Más allá de las columnas, a un lado, hallábase un gran lecho de caoba con dosel y cortinas de seda, y en el otro un enorme altar lleno de iconos. Todo este lado estaba iluminado a diario, como las iglesias durante el oficio vespertino. Dentro del cuadro de luz del altar veíase una especie de asiento muy largo, con la cabecera llena de almohadas blancas como la nieve, no arrugadas aún, que, evidentemente, habían sido colocadas hacía poco. En él yacía, envuelta hasta la cintura en un cubrecama verde claro, aquella vieja figura que Pedro conocía tan bien: su padre, el conde Bezukhov…   Cuando Pedro se acercó a él, el Conde le miró fijamente, pero con aquella mirada de la cual el hombre no puede comprender ni el sentido ni la importancia; o aquella mirada no significaba absolutamente nada, a excepción de que un hombre cuando tiene ojos necesita mirar a un lado o a otro, o significaba demasiadas cosas…  Pronto, en los músculos salientes y las profundas arrugas de la cara del Conde apareció un temblor. Aumentó éste y se le desvió la boca. Hasta entonces, Pedro no comprendió bien que su padre se encontraba a las puertas de la muerte. De la deformada boca salió un estertor…  Pedro sintió en el pecho un estremecimiento, un escozor en la nariz y las lágrimas le velaron los ojos...       
   O las reflexiones acerca del amor humano y el Amor Divino, por parte de un personaje en su lecho de muerte:
   Y siguió pasando revista a todo lo que le había sucedido. Se representaba con singular clarividencia la ambulancia…  Pero su alma no se hallaba en estado normal…  De improviso, las ideas y los sentimientos renacieron en él con una claridad, con una intensidad sorprendente.”Sí, el amor -pensó-, pero no ese amor que se siente por cualquier cosa, sino el que sentí por vez primera cuando vi y amé a un enemigo moribundo. Yo he experimentado ese amor, que es esencia misma del alma que no necesita objetivos. Ahora mismo tengo una sensación de beatitud: deseo amar al prójimo, a los enemigos; deseo amarlo todo, amar a Dios en todas sus manifestaciones. Se puede amar con amor humano a una persona querida; sólo a un enemigo se le puede amar con un amor divino. Por eso experimenté tanta dicha cuando me di cuenta de que amaba a aquel hombre. ¿Qué habrá sido de él? ¿Vivirá todavía? El amor humano puede convertirse en odio, el amor divino no puede modificarse: nada, ni siquiera la muerte, es capaz de destruirlo. Es el sentido del alma...” 
   
Nota: todas las citas de este post están extraídas de la versión en castellano de la novela que se encuentra en Internet, la cual –lamentablemente- es una versión reducida, pero cuya descarga es legal, libre y gratuita.  

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