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La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

martes, 27 de junio de 2017

Maravilloso cuento de León Tolstoi (1)


Los dos ancianos peregrinos 



                        Traducción y adaptación: Savitri Ingrid Mayer


1.

   Dos ancianos estaban por ir a Jerusalem para rezarle a Dios. Uno de ellos era un paisano rico llamado Efim. El otro no era rico y su nombre era Elisey. 
   Efim no bebía ni fumaba ni maldecía, y era severo e inflexible. Tenía dos hijos y un nieto ya casado, y todos vivían juntos. En cuanto a su aspecto: era erguido, saludable, y tenía una barba a la que sólo en su séptima década le había aparecido un mechón gris.
   Elisey no era ni rico ni pobre. Había trabajado como carpintero en su juventud y ahora criaba abejas. Uno de sus hijos trabajaba lejos y el otro vivía en el hogar. Elisey era un hombre alegre, de buen carácter. Le gustaba beber y cantar, pero era tranquilo y amistoso con sus vecinos. Su aspecto: pequeño, moreno, con una barba rizada y al igual que su santo, el profeta Elías, su cabeza estaba pelada. 
   Los dos ancianos, desde mucho tiempo atrás, habían hecho la promesa de viajar juntos a Jerusalem. Pero Efim nunca tenía tiempo, siempre tenía cosas que atender. Cuando algo se terminaba, otra cosa comenzaba: o tenía que casar a su nieto, o estaba esperando a su hijo menor que volvía de la guerra, o tenía que construir una nueva cabaña. 
   Un día los dos ancianos se sentaron sobre unos troncos a conversar. 
—Bueno —dijo Elisey—, ¿cuándo vamos a cumplir con nuestra promesa?
   Efim frunció el ceño:
—Tenemos que aguardar, porque éste es un año difícil para mí. Empecé a construir una cabaña y aún no la he terminado, tendremos que esperar hasta el verano. Y entonces, Dios mediante, partiremos. 
—Tal como yo lo veo —dijo Elisey—, no tiene sentido postergarlo. Debemos irnos de una vez y la primavera es la mejor época. 
—Sí, la época es buena, pero mi trabajo está por la mitad, así que no puedo dejarlo.
—¿No tienes a nadie que se ocupe de eso?... Tu hijo puede hacerlo.
—¿Mi hijo mayor? No es confiable, le gusta la bebida. 
—Cuando estemos muertos, mi amigo, ellos tendrán que continuar sin nosotros. ¡Deja que tu hijo aprenda! 
—Será como tú dices, pero me gusta ver las cosas terminadas. 
—¡No es posible ocuparse de todo! 
—Gasté mucho dinero en esta construcción y no puedo irme a peregrinar con las manos vacías. 
   Elisey se rió.
—No cometas pecado, mi amigo. Tienes diez veces más que yo y sin embargo hablas de dinero. Solamente dime cuando partimos. Yo no tengo dinero, pero todo irá bien. 
   Efim sonrió.
—¿Y de dónde sacarás el dinero?
—Buscaré en mi casa y juntaré algo de esa manera, y si eso no es suficiente, le daré diez colmenas a mi vecino: me las ha estado pidiendo. 
—Entonces te procuparás debido a eso.
—¿Preocuparme? No, nunca me he preocupado acerca de algo en la vida, excepto acerca de mis pecados. No hay nada más precioso que el alma. 
—Sí, pero no es bueno si las cosas no marchan bien en el hogar. 
—Es peor si las cosas no marchan bien en nuestra alma… Hemos hecho una promesa, así que partamos. ¡De verdad, partamos!
   Elisey trató de convencer a su amigo… 
   Efim lo pensó mucho y la mañana siguiente vino a ver a Elisey. 
—Bueno, marchemos —dijo—. Haz dicho lo correcto. Dios controla la vida y la muerte, y debemos viajar mientras estamos vivos y aún tenemos fuerza. 

   Una semana después los dos ancianos se prepararon para partir. 
   Efim tenía dinero en su casa. Separó cien rublos y le dejó doscientos a su mujer. Elisey vendió a su vecino las diez colmenas y la ganancia de otras diez, por lo cual recibió setenta rublos. Los treinta restantes los consiguió de la gente de su casa. Su mujer le dio lo último que tenía, lo que había ahorrado para su funeral, y su nuera también le dio lo que tenía. 
   Efim dejó todos sus asuntos en manos de su hijo mayor, considerando cada detalle y dejando órdenes. Elisey en cambio no dijo a los suyos casi nada: “Las mismas necesidades les mostrarán lo que tienen que hacer y cómo hacerlo, y harán lo que les parezca mejor”.
   Finalmente los dos ancianos estuvieron listos. Y se fueron a peregrinar. 
   Elisey se despidió contento y apenas se alejó del pueblo se olvidó de todos sus asuntos. Todo lo que le importaba era estar bien con su compañero, evitar decir algo inconveniente a quien fuese, alcanzar la meta pacíficamente y con amor, y regresar a casa nuevamente. Y mientras marchaba recitaba alguna plegaria o recordaba las vidas de los santos que conocía. Cuando se encontraba con alguien en el camino o cuando llegaba a una posada, trataba de pronunciar palabras piadosas y de ser tan amable como podía.  Elisey caminaba y era feliz. 
   Efim caminaba con empeño, no hacía nada equivocado y no hablaba en vano, pero no había ligereza en su corazón. Las preocupaciones respecto a su casa no abandonaban su mente y estaba todo el tiempo pensando acerca de lo que sucedería allí. 
   Los dos ancianos caminaron durante cinco semanas. Todo ese tiempo pagaron por su alojamiento y sus comidas, hasta que llegaron a una región donde la gente empezó a invitarlos a sus casas. Los alimentaban y no recibían dinero de ellos, e incluso llenaban sus bolsos con pan, y a veces con pasteles. Así viajaron sin gastos durante un buen trecho. 
   Entonces llegaron a otra región, donde había ocurrido una gran pérdida en las cosechas. Allí fueron recibidos en las casas y nadie les pidió dinero por alojarlos, pero no los alimentaron ni les dieron pan, incluso si ofrecían pagar por ello. El año previo, decía la gente, no había crecido nada. Los ricos estaban arruinados, y los pobres habían emigrado, o se habían convertido en mendigos, o se las habían arreglado para subsistir en sus casas. 
   Un día llegaron a un pueblo grande. Elisey estaba cansado, quería detenerse y conseguir algo para beber, pero Efim no quería detenerse. Entonces Elisey le dijo:
—No me esperes. Me acercaré a alguna casa y pediré agua. Y enseguida te alcanzaré.
   Efim aceptó y siguió solo, mientras Elisey iba en busca de alguna casa. 

                                                             
(Continúa)

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