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La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

jueves, 11 de septiembre de 2014

Nueva Traducción de un cuento de León Tolstoi - primera parte

Aquello por lo que viven los seres humanos (1)
Relato de León Tolstoi

Traducción y adaptación
Savitri Ingrid Mayer
1.
   Había una vez un zapatero muy pobre, quien tenía un solo abrigo para el invierno. Dicho abrigo, que compartía con su mujer, estaba muy gastado y ya era el segundo año que deseaban comprar una piel de oveja para hacerse un nuevo abrigo. Hacia el invierno habían ahorrado algún dinero y el zapatero pensaba conseguir más si le pagaban lo adeudado unos clientes.
   Una mañana muy fría se dirigió al pueblo para cobrar las deudas, y con eso más lo ahorrado comprar la piel. Pero no hubo suerte… Solo consiguió que le dieran un par de botas para arreglar, pero no dinero.
   Amargado, gastó parte de lo que llevaba en bebida e inició el regreso a su casa, lamentándose por su pobreza y preocupado por lo que diría su mujer, aunque intentando convencerse a sí mismo de que estarían bien  a pesar de eso y de que no necesitaban un nuevo abrigo.
   Al acercarse a una capilla, empezó a ver algo raro, aunque no pudo distinguirlo bien hasta que estuvo cerca. Se trataba de un hombre desnudo e inmóvil... El zapatero se asustó y pensó: “Alguien debe haberlo asesinado, le quitó sus ropas y lo arrojó allí… Si me acerco tendré problemas”.
   Y siguió de largo… Pero después de alejarse un poco, miró hacia atrás y vio al hombre que se movía y parecía observarlo. El zapatero estaba más asustado que antes, y reflexionaba acerca de lo que debía hacer. Su impulso era alejarse, pero su conciencia se lo impidió.
   Se detuvo y se dijo: “¿Qué estás haciendo, Simeón? Un hombre está muriendo en la miseria y tú pasas de largo y pierdes el coraje… ¿Te has vuelto rico, temes que te robe? ¡Oh, Simeón, esto no está bien!”
   Entonces dio la vuelta y se acercó al hombre… Lo miró y vio que era joven y no tenía heridas en su cuerpo, aunque estaba helado y asustado. Yacía reclinado y no miraba a Simeón, como si estuviera debilitado y no pudiera levantar los ojos.
   Simeón se acercó más a él y el joven pareció reaccionar: levantó la cabeza, abrió los ojos y miró al zapatero… Esta sola mirada hizo que Simeón opinara bien de él…
   Agarró al joven por los brazos, comenzando a levantarlo… El muchacho se levantó y el zapatero vio que su cuerpo era suave y limpio, sus manos y pies no tenían callosidades, y su rostro era gentil.  Se sacó su raído abrigo y lo arrojó sobre los hombros del joven, pero éste parecía no saber como ponérselo, así que Simeón tuvo que ayudarlo. Estuvo por darle también su sombrero, pero luego pensó que el joven tenía un largo cabello ondulado, que lo protegía del frío, mientras que él era calvo. En cambio, le puso las botas que le habían dado para arreglar en el pueblo.
   Luego lo invitó a seguirlo, preguntándole si podía caminar, y el muchacho –que lo miraba mansamente- no dijo nada, pero lo siguió. Mientras caminaban, Simeón le preguntó quién era.
―Soy un extranjero ―fue la respuesta.
—Conozco a todo el mundo… ¿Cómo llegaste a ese lugar cerca de la capilla?
— No puedo decirlo.
—¿Te han insultado?
—Nadie lo ha hecho… Dios me ha castigado.
—Por supuesto, Dios hace todo… Pero aun así, deberías encontrar un lugar para quedarte. ¿Adónde quieres dirigirte?
—Me da lo mismo…
    Simeón estaba sorprendido: el joven no parecía un delincuente, su forma de hablar era amable, pero no decía nada sobre sí mismo. El zapatero pensó que toda clase de cosas suceden, y le dijo:
—Bueno, ven a mi casa, así entras en calor durante un rato.
   Mientras caminaban, Simeón sentía frío, e iba diciéndose que no solamente volvía sin la piel, sino que llevaba a un hombre desnudo con él, y su mujer no lo elogiaría por eso... Pero mientras observaba al forastero y recordaba como lo había mirado en la capilla, la sangre empezó a juguetear en su corazón.

   Matriona, la esposa de Simeón, había tenido las cosas hechas desde temprano. Había cortado la leña, acarreado el agua, alimentado a los niños, y estaba calculando si alcanzaría el pan que le quedaba. Todavía quedaba un buen pedazo, así que podría esperar para hacer más.
    Se sentó a la mesa y se puso a remendar una camisa de su marido, mientras se preguntaba cómo le habría ido a él en el pueblo, esperando que regresara con la piel y recordando cómo habían sufrido el invierno anterior por no tener un buen abrigo.
   Al oír pasos salió afuera y vio que venían dos: su marido y un hombre sin sombrero. Olió el licor en el aliento de Simeón y vio que no traía nada, ni siquiera su viejo abrigo. Se lamentó para sus adentros, imaginando lo que habría ocurrido…
   Cuando los hombres entraron en la vivienda, vio al muchacho llevando su abrigo… Él permanecía quieto, sin levantar los ojos… Y ella pensó que no debía ser bueno y que estaba asustado.
   Simeón se sacó el sombrero, y sentándose le preguntó a su mujer si les iba a dar algo para cenar. Matriona gruñó por lo bajo, mirando a uno y a otro, mientras movía la cabeza… Simeón vio que su mujer no estaba de buen humor, pero como no podía hacer nada, hizo como si no se diera cuenta. Tomó al extraño por el brazo y lo invitó a sentarse, mientras le preguntaba a Matriona si había cocinado.
   Entonces, ella estalló:
—¡Sí, he cocinado, pero no para ti! Fuiste a conseguir una piel, y has vuelto sin ella,  y trayendo contigo a un vagabundo desnudo… ¡No tengo cena para ustedes, borrachos!
  Matriona y Simeón empezaron a discutir.  El quería explicarle lo sucedido, pero ella no lo dejaba, metiendo en la discusión toda clase de cosas, incluso las sucedidas diez años antes. Ella hablaba y hablaba, mientras Simeón trataba de contarle cómo había encontrado al joven casi helado, y que Dios lo había enviado a él  porque sino el chico habría muerto. Y le pidió que se calmara.
   Matriona quería seguir rezongando, pero al mirar al joven se calló… El forastero estaba sentado, no se movía… Sus manos estaban plegadas sobre sus rodillas, su cabeza caída sobre el pecho, los ojos cerrados, y fruncía el rostro como si algo lo asfixiara.
  Simeón le preguntó a su mujer si se había olvidado de Dios…
  Al oírlo, Matriona miró al joven… y súbitamente su corazón se ablandó…
  Se acercó al horno y sacó la cena, que estaba lista. Y organizó todo sobre la mesa, ubicando el trozo de pan que le quedaba. Luego, les alcanzó los cubiertos y los invitó a comer.

   Ellos empezaron a cenar, mientras Matriona miraba al forastero… Sintió pena por él y se dio cuenta que el joven le agradaba.
   Entonces, el forastero pareció alegrarse: su expresión de ahogo desapareció y abriendo los ojos, sonrió a Matriona.
   Una vez terminada la cena, Matriona empezó a interrogarlo… El chico respondió lo mismo que había respondido a Simeón, diciendo que Dios lo había castigado, y que Simeón había tenido piedad de él, y que ella también había tenido piedad al darle de comer, y que por eso serían bendecidos.
   Matriona agarró la vieja camisa de su marido, la que había estado remendando, y se la dio al joven. Y también encontró unos pantalones para darle.
   Luego lo invitó a acostarse: en una hamaca o cerca del horno.
   El forastero se vistió y se recostó en la hamaca.
   Matriona apagó la luz y se acomodó para dormir junto a su marido. Pero no podía dejar de pensar en el extraño joven, quien se había comido el último pedazo de pan, y por eso no tendrían pan a la mañana siguiente…, y además le había dado ropa…, y todo eso la ponía mal… 
   Pero al recordar la sonrisa que el chico le había dirigido, su corazón se alegró.

(Continúa)








Nueva traducción de un cuento de León Tolstoi - segunda parte

Aquello por lo que viven los seres humanos (2)
Relato de León Tolstoi

Traducción y adaptación
Savitri Ingrid Mayer

2.

   Al despertar por la mañana, Simeón vio que los niños aun dormían, y que su mujer había ido a lo de los vecinos a pedir pan prestado. El forastero estaba sentado en un banco y miraba hacia arriba: su rostro brillaba más que el día anterior.
   Simeón le dijo:
—Bueno, mi amigo: la barriga pide pan y el cuerpo desnudo pide ropa… Debemos ganarnos la vida… ¿Puedes trabajar?
—No sé hacer nada.
—Es solamente desearlo, la gente puede aprender…
—Si la gente trabaja, yo también trabajaré.
—¿Cuál es tu nombre?
—Miguel
—Bueno, Miguel…, no quieres hablar acerca de ti mismo… Es tu asunto…, pero un hombre tiene que vivir… Si trabajas como yo te lo ordene, te alimentaré.
—Dios te salve…, aprenderé… Muéstrame lo que tengo que hacer.
—No es difícil, ya lo verás…
  Y Simeón empezó a enseñarle su oficio. Miguel comprendía todo enseguida, y al tercer día estaba ayudando al zapatero como si no hubiera hecho otra cosa en la vida. Trabajaba sin descanso, comía poco, era silencioso, y todo el tiempo miraba en dirección al cielo. No salía a la calle, no decía nada superfluo, y no bromeaba ni reía.
   Solo una vez había sonreído, la primera noche, cuando Matriona le había dado la cena.

  Un día siguió al otro, una semana a la otra, hasta que pasó un año. Miguel seguía trabajando y viviendo con ellos. Y se corrió la voz de que nadie cosía una bota de un modo tan resistente y prolijo como el ayudante de Simeón. Y la gente de todos los pueblos vecinos empezó a acudir para que les hicieran las botas, y los ingresos del zapatero empezaron a aumentar.
  Un día, durante el invierno, Simeón estaba sentado junto a Miguel, ambos trabajando, cuando un vehículo se detuvo a la puerta.
   Miraron por la ventana: un carruaje se había detenido frente a la casa, y un muchacho estaba saltando del pescante para abrir la puerta del mismo. Descendió un caballero con abrigo de pieles, quien se dirigió a la vivienda… Matriona le abrió la puerta y el caballero entró.
  Simeón se inclinó ante el caballero, nunca había visto un hombre así: su rostro era colorado, su cuello parecía el de un toro.
   El hombre resopló, se sacó el abrigo, se sentó, y preguntó quien era el maestro zapatero. Simeón se presentó, mientras el hombre le gritaba a su sirviente que le trajera el cuero.
   El chico vino corriendo con un paquete, que el caballero colocó sobre la mesa. Y le dijo a Simeón:
—¡Escúcheme, zapatero! ¿Está viendo el cuero?
—Lo veo, respetable señor.
—¿Usted comprende qué clase de cuero es éste?
Simeón lo tocó y dijo:
—Es muy bueno.
—¡Seguro que lo es! No creo que usted haya visto algo así antes. Es importado, me costó una fortuna.
  Simeón aseguró no haber visto nunca algo así, y estaba atemorizado. El caballero le preguntó si le podía hacer botas con ese material. Y al responder Simeón que sí, el caballero exclamó:
—¡Eso es, usted puede!  Pero debe comprender para quien va a trabajar, y con qué material… Hágame un par de botas que duren un año sin romperse. Si puede hacerlo, tome el trabajo y corte el cuero. Si no puede, no tome el trabajo y no corte… Y se lo digo ya: si las botas se gastan demasiado o se rompen antes que se cumpla un año, lo haré encarcelar. En cambio, si no se gastan ni se rompen, le daré una buena suma por el trabajo.
  Simeón estaba asustado y no sabía qué decir… Le pidió su opinión a Miguel… Y Miguel asintió, diciéndole que aceptara el encargo.

  Luego, diciéndole a Miguel que su vista era más aguda y sus manos más ágiles, Simeón le pidió que cortara el cuero.
  Miguel extendió el material sobre la mesa y empezó a cortar… Matriona  entendía un poco del oficio y se puso a mirar al ayudante mientras cortaba, y vio que no lo estaba haciendo como lo hacía su marido, sino dándole una forma distinta. Pero no dijo nada.
   Y Miguel hizo su trabajo, y el calzado estuvo listo.
   Pero no eran botas sino unas zapatillas.
   Por la noche, Simeón vio lo que había hecho Miguel. Y se preguntó: “¿Cómo puede ser? ¡Ha estado conmigo por un año, nunca cometió un error, y ahora me ha creado semejante problema!… El caballero encargó botas y Miguel ha hecho zapatillas, arruinando el material. ¿Cómo voy a resolver esto ahora?”
  Y se lo dijo a Miguel, quejándose y recriminándole…
  En ese mismo momento se oyó un golpe en la puerta. Miraron por la ventana. Vieron a un hombre atando su caballo. Abrieron la puerta y descubrieron que era el sirviente del caballero.
   El muchacho dijo que lo enviaba su señora, y que su patrón ya no necesitaba las botas, porque había muerto al llegar a su casa. Y su patrona lo había enviado con el encargo de que no hicieran las botas y usaran el cuero para un par de zapatillas.
  Miguel tomó las zapatillas ya terminadas y el material que había sobrado, y se lo entregó al emisario.

   Pasó otro año, y otro, hasta que se cumplieron seis años de la llegada de Miguel.
   Él seguía como siempre. No iba a ningún lado, no decía ni una palabra innecesaria, y en todo ese tiempo había sonreído solamente dos veces: una la primera noche, cuando le dieron la cena, y la segunda vez cuando vino el caballero.
  Semión no se cansaba de admirar a su ayudante. Y ya no le preguntaba de dónde había venido…, su único temor era que se fuera algún día. 

(continúa)








Nueva traducción de un cuento de León Tolstoi - tercera parte

Aquello por lo que viven los seres humanos (3)
Relato de León Tolstoi

Traducción y adaptación
Savitri Ingrid Mayer


3.

   Una mañana (Matriona estaba poniendo la comida en el horno, los niños jugaban y corrían, Semión afilaba sus cuchillos y Miguel se ocupaba con unos zapatos) uno de los niños se arrimó a Miguel, mientras miraba por la ventana, y le dijo:
-Tío Miguel, mira… Se acerca una mujer con unas niñas pequeñas. Una de las niñas es renga.
   Cuando el chico dijo eso, Miguel dejó su trabajo, se acercó a la ventana y miró hacia la calle.
   Simeón se asombró:  Miguel nunca miraba a la calle, y ahora se había precipitado a la ventana y estaba observando algo…
   Simeón también miró por la ventana. Vio una mujer bien vestida, acompañada por dos niñas pequeñas. Las dos eran muy parecidas, pero una de ellas tenía una cojera en la pierna izquierda.
  La mujer entró en la casa, saludó y se sentó junto a la mesa, mientras las niñas se apretujaban contra ella. Parecían tímidas.
—Quiero que me hagan unas botas de cuero para las niñas.
  Simeón aclaró que nunca habían hecho un calzado tan pequeño, pero que podía hacerse… Y miró a su asistente, quien había dejado de trabajar y observaba a las niñas.
   Simeón volvió a asombrarse. Sin duda las niñas eran hermosas, pero incluso así no podía entender por qué Miguel las miraba como si fueran sus amigas.
  Discutió los detalles con la señora, llegaron a un acuerdo, y empezó a tomar las medidas. La mujer puso a la niña renga sobre sus rodillas y dijo:
—Tome dos medidas de esta niña, y haga una bota para el pie cojo y tres para el sano. Ellas tienen exactamente la misma medida en sus pies, son mellizas.
   El zapatero tomó las medidas y preguntó por qué la niña era coja, y si había nacido así.
—No, su madre la aplastó –respondió la mujer.
  Enseguida apareció Matriona, y le preguntó si ella no era la madre.
  La señora respondió que no, aclarando que las había adoptado.
—¡No son sus hijas, y sin embargo cómo se ocupa de ellas! –se asombró Matriona.
—¿Por qué no lo haría? Las alimenté con mis propios pechos… Yo tenía un hijo de mi vientre, pero Dios se lo llevó.
  Matriona preguntó de quién eran las niñas.
—Hace seis años, estas huérfanas perdieron a sus padres, en el lapso de una semana. Su padre fue enterrado un martes y su madre murió el viernes. Ellas nacieron tres días después de la muerte del padre y la madre no duró ni un día…  Por esa época yo estaba viviendo con mi marido en el mismo pueblo, éramos vecinos de ellos… El padre era un hombre solitario que trabajaba en el bosque. Un árbol cayó sobre él, matándolo…  La madre dio a luz tres días después, a solas, porque era pobre y no disponía de partera…
   Sola las dio a luz y sola murió…
   Yo fui por la mañana a verla, pero la pobrecita ya estaba fría… Al morir, cayó sobre esta niña, lastimándola…  La gente vino, la lavaron y vistieron, la pusieron en un cajón y la enterraron… ¿Qué hacer con las niñas?...  De todas las mujeres que aparecieron, solamente yo tenía un bebé. Era mi primer niño, y lo había estado alimentando durante ocho semanas… Me llevé a las niñas a mi casa hasta que se decidiera qué hacer…  Los paisanos se reunieron para decidirlo, y  me pidieron que las cuidara por algún tiempo, hasta que supieran qué hacer con ellas… Y yo amamanté a la niña que estaba sana,  no quería hacerlo con la niña lastimada, pero me dio pena y la alimenté a ella también… Así, las alimenté a las dos y al mío, todo con mis pechos… Era joven y fuerte, y Dios me proveyó de tanta leche, que a veces se derramaba… Yo alimentaba a dos a la vez, mientras el tercero esperaba… A mi propio niño lo perdí al segundo año y Dios no me ha dado más hijos… Nuestras cosas empezaron a marchar muy bien: ahora ganamos más, tenemos un buen pasar… Y no tengo más hijos… ¿Cómo viviría si no fuera por estas niñas?...  ¿Cómo no voy a amarlas?
  Con  una mano la mujer apretaba a la niña coja, y con la otra se secaba las lágrimas…
  Matriona suspiró y dijo:
—Como dice el proverbio: “Se puede vivir sin padres, pero no sin Dios.”

  Y así estaban conversando, cuando de pronto la habitación se iluminó y pareció que un resplandor venía desde el rincón donde estaba Miguel. Todos miraron y lo vieron sentado, con las manos plegadas sobre sus rodillas, mirando hacia arriba y sonriendo.
(continúa)









Nueva traducción de cuento de Tolstoi . cuarta parte

Aquello por lo que viven los seres humanos (4)

Relato de León Tolstoy

Traducción y adaptación
Savitri Ingrid Mayer


4.

  La mujer se fue con las niñas y Miguel se levantó del banco.
  Se sacó el delantal, lo dobló, se inclinó frente al zapatero y su mujer, y les dijo:
—Dios me ha perdonado… Ustedes también deben perdonarme…
  El maestro zapatero y su esposa vieron una luz que brotaba de Miguel…
   Semión se levantó, se inclinó ante él y declaró:
—Ya vi, Miguel, que no eres un hombre común, y no puedo pedirte que te quedes. Pero dime: ¿por qué, cuando te encontré y te traje aquí, estabas triste, y cuando mi esposa te dio de comer, le sonreíste y pareció que resplandecías?... Después, cuando el caballero ordenó las botas, sonreíste por segunda vez, y resplandeciste más aun… Y ahora, cuando la mujer trajo a las niñas, sonreíste por tercera vez, y tu resplandor fue mayor que nunca…  Dime, Miguel, ¿por qué esa luz viene de ti y por qué sonreíste tres veces?
   Y Miguel respondió:
—La luz sale de mí, porque había sido castigado pero ahora Dios me ha perdonado. Y sonreí tres veces, porque tenía que aprender tres verdades de Dios, y ya las he aprendido... Una verdad la aprendí cuando tu esposa se apiadó de mí…, por eso sonreí la primera vez. La segunda verdad la aprendí cuando el hombre rico ordenó las botas, y entonces sonreí por segunda vez. Y ahora, cuando vi a las niñas, aprendí la tercera verdad, y sonreí por tercera vez.
  Semión siguió preguntando:
—Dime, Miguel, por qué Dios te castigó, y cuáles son esas verdades de Dios, para que yo las conozca.
   Y Miguel respondió:
—Dios me castigó porque no obedecí… Yo era un ángel en el cielo y desobedecí a Dios… Dios me había enviado abajo para buscar el alma de una mujer… Volé a la tierra, y vi que la mujer yacía enferma, y que había dado a luz a dos niñas gemelas. Las niñas se movían cerca de la madre, pero ella no podía acercarlas a sus pechos… La mujer me vio y supo que Dios me había enviado para buscar su alma. Se puso a llorar y dijo: “Angel de Dios: mi esposo acaba de ser enterrado, lo mató un árbol en el bosque. No tengo hermana ni madre ni tía, no hay nadie para criar a mis huérfanas, ¡no te lleves mi alma! Permíteme criar a mis niñas, hasta que se sostengan sobre sus propios pies… Los niños no pueden vivir sin un padre, sin una madre.”
   Yo escuché a la madre, y puse una de las niñas contra su pecho y la otra entre sus manos, y me elevé hacia el Señor. Y cuando estuve delante de Él, le dije que no podía llevarme el alma de esa madre… Y el Señor me dijo: “¡Ve y toma el alma de esa mujer!... Y aprenderás tres verdades.... Aprenderás: qué hay en los seres humanos, y lo que no es dado a los seres humanos, y  aquello por lo que viven los seres humanos… Cuando las hayas aprendido, volverás al cielo”.
   Volví a la tierra y tomé el alma de la mujer… Las pequeñas cayeron de los pechos y el cuerpo muerto aplastó a una de ellas, lastimando su pierna… Intenté llevar el alma a Dios, pero un viento me atrapó, mis alas cayeron, el alma fue por sí misma hacia Dios y yo caí sobre la tierra.

    Semión y Matriona comprendieron a quien habían vestido y alimentado, comprendieron quien era el que había vivido con ellos, y lloraron… con temor,  asombro, embeleso y  alegría.
   Y dijo el ángel:
 —Estaba solo y desnudo… Nunca había conocido las necesidades humanas, ni el frío ni el hambre, y me convertí en un hombre… Y no sabía qué hacer… Vi la capilla del Señor y fui hacia allí para esconderme. Pero la capilla estaba cerrada y no pude entrar… Y se acercó la noche…, estaba helado y hambriento y con dolor…  De pronto escuché a un hombre que venía por el camino. Traía un par de botas y hablaba consigo mismo… Vi un rostro humano, por primera vez desde que me volviera hombre: ese rostro me pareció terrible y pensé que él no iba a ayudarme… El hombre siguió de largo y sentí desesperación, hasta que oí que regresaba… Lo miré y no lo reconocí:  antes, la muerte había estado en su rostro, ahora él había revivido,  y en su rostro vi a Dios… El vino hacia mí, me vistió y me llevó a su casa… Y una mujer estaba en la casa: ella era aun más terrible. Quería enviarme afuera, al frío, hasta que su marido le hizo recordar a Dios… Y ella, repentinamente cambió… Y cuando nos dio de comer y nos miró, la observé:  ahora estaba viva y reconocí a Dios en ella.
   Y supe la primera verdad:  lo que hay en los seres humanos.
    Supe que hay amor en los seres humanos… Y me regocijé, porque Dios había comenzado a revelarme lo que había prometido… Entonces sonreí por primera vez.
    Empecé a vivir con ustedes… Y al cabo de un año vino ese hombre, para encargar un par de botas que duraran un año sin gastarse ni romperse. Yo lo miraba, y de pronto vi detrás de su hombro a mi compañero, el ángel de la muerte… Solamente yo lo vi, dándome cuenta que antes que el sol se pusiera el alma de ese hombre sería llevada. Y pensé: este hombre quiere proveerse por un año y no sabe que no vivirá hasta la noche…
   Entonces conocí la segunda verdad: lo que no es dado a los seres humanos...
   No les es dado saber lo que realmente necesitan
   Y sonreí por segunda vez… Y esperé hasta que Dios quisiera revelarme la tercera verdad.
   Al sexto año vino la mujer con las gemelas. Las reconocí y supe cómo habían podido sobrevivir… Y cuando la mujer se emocionó, vi en ella al Dios vivo, y comprendí aquello por lo que viven los seres humanos. Y supe que Dios me había revelado la tercera verdad y me había perdonado… Y sonreí por tercera vez.
    El cuerpo del ángel se vistió de luz, para que los ojos no pudieran contemplarlo, y habló con más fuerza, como si la voz no viniera de él sino del cielo.
   Y dijo:
He comprendido que cada ser humano vive no por sí mismo, sino por amor. No fue dado a la madre saber lo que sus niñas necesitaban para vivir, ni al hombre rico saber lo que necesitaba para sí mismo. Y no le es dado a ningún ser humano saber si antes de la noche necesitará botas o zapatillas de muerto…
   Y me mantuve vivo cuando era un hombre, no por lo que hice para mí mismo, sino porque había amor en alguien que pasó y en su esposa…, porque tuvieron piedad de mí y me amaron…
   Y las huérfanas vivieron porque había amor en el corazón de esa mujer, quien se apiadó de ellas y las amó…
   El que tiene amor está en Dios y Dios está en él, porque Dios es amor.
   Y el ángel comenzó a cantar loas a Dios…, y debido a su voz la casa tembló. El techo se abrió, y apareció una columna de fuego elevándose…
   Semión, Matriona y los niños cayeron por tierra…
   Las alas del ángel se desplegaron… y se elevó hacia el cielo…

    Cuando Semión despertó, la casa estaba como antes, y solo estaban él y su familia.
 


Fin




Violeta y el Camino de los 22 Arcanos, casi tres años en este blog

      Cuando publiqué tres de mis novelas en forma de blog, varias personas me aconsejaron que no lo hiciera. Sin embargo, no estoy arrepent...