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La tapa de siempre

La tapa de siempre
Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

domingo, 29 de diciembre de 2013

Somos co-creadores de las narraciones que leemos





   En otros tiempos, para entretenerse, la mayoría de la gente leía novelas y  cuentos. Hoy, los que lo hacemos somos una minoría. Con la invención del cine y la televisión las historias mediante imágenes fueron ganando espacio, y los lectores de historias fueron disminuyendo. Nadie duda que en nuestra época predomina lo visual.

   Sin embargo, ver una película no es lo mismo que leer una novela. Ambas  experiencias complacen, nutren, emocionan… y ambas son narraciones de una historia, pero de un modo muy diferente.

   Y aunque soy amante del cine, creo que la literatura lo supera como arte en algunos aspectos, porque hay placeres en la lectura que no tenemos al mirar un film.

   En los films somos espectadores pasivos de todo lo que el director y su equipo han ideado. No podemos modificar los paisajes, ni el aspecto de los personajes, ni sus gestos, ni la apariencia de una escena, ni los detalles de los movimientos.

   En cambio, en la literatura, somos co-creadores con el autor.

   ¿Por qué?

   Porque mientras leemos, recreamos (rehacemos) lo que el autor imaginó y puso en palabras, las cuales toman una forma particular en nuestro escenario interno.

   Veamos que ocurre con las descripciones con ejemplos tomados de cuentos de Jorge Luis Borges. En Ulrica leemos:
   “Por los cristales vi que había nevado; los páramos se perdían en la mañana”… Nos alejamos de la casa, sobre la nieve joven. No había un alma en los campos”.
   O en El otro:
   “Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles. A unos quinientos metros a mi derecha había un alto edificio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris acarreaba largos trozos de hielo.”
   Sin duda, estas descripciones tomarán formas diferentes en nuestra imaginación. El gris del agua no será el mismo, ni los trozos de hielo de igual forma y tamaño, ni el escenario nevado con páramos y sin un alma será el mismo escenario.

   Y los personajes se desarrollan en nuestra conciencia con una imagen que es solo nuestra, aunque el autor los describa con mayores o menores detalles.   
   En Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, la insondable riqueza de un personaje como la inolvidable Alejandra se viste de matices que tienen que ver con nosotros mismos. Y aunque Sábato la describe físicamente, esa descripción se manifiesta con una imagen única para cada uno de nosotros, sus lectores.

   Las escenas también son recreadas en nuestra imaginación mientras leemos, adquiriendo luces y sombras en nuestro escenario particular. Y mientras que una escena de acción está fijada para siempre en una película, esa misma escena será una escena distinta para cada uno de nosotros, porque cada uno la construirá imaginariamente de un modo único.

   Y aunque no podemos cambiar las palabras de un diálogo, incluso éste adquiere matices diferentes: ideamos particulares gestos y expresiones en los personajes que hablan -incluso cuando el escritor lo puntualiza-, mientras que los actores de un film marcan para siempre la gestualidad de sus personajes.

   No intento con en este post desmerecer los valores del cine, un arte con mayúsculas, sino señalar sus diferencias con la literatura, la cual espero que nunca desaparezca, aunque no tenga hoy en día el peso que tenía antaño.

   Las narraciones me han acompañado a lo largo de mi vida, me han emocionado y enseñado, me han permitido soñar e imaginar. Navegar durante varios días o semanas en la magia de una novela, bien escrita e inspirada, que nos sumerge en su mundo de ilusión hasta hacerlo tan real como nuestra vida cotidiana, es una experiencia única.


Violeta y el Camino de los 22 Arcanos, casi tres años en este blog

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