En otros tiempos, para entretenerse, la
mayoría de la gente leía novelas y
cuentos. Hoy, los que lo hacemos somos una minoría. Con la invención del
cine y la televisión las historias mediante imágenes fueron ganando espacio, y
los lectores de historias fueron disminuyendo. Nadie duda que en nuestra época
predomina lo visual.
Sin embargo, ver una película no es lo mismo
que leer una novela. Ambas experiencias
complacen, nutren, emocionan… y ambas son narraciones de una historia, pero de
un modo muy diferente.
Y aunque soy amante del cine, creo que la
literatura lo supera como arte en algunos aspectos, porque hay placeres en la
lectura que no tenemos al mirar un film.
En los films somos espectadores pasivos de
todo lo que el director y su equipo han ideado. No podemos modificar los
paisajes, ni el aspecto de los personajes, ni sus gestos, ni la apariencia de
una escena, ni los detalles de los movimientos.
En
cambio, en la literatura, somos co-creadores con el autor.
¿Por qué?
Porque mientras leemos, recreamos
(rehacemos) lo que el autor imaginó y puso en palabras, las cuales toman
una forma particular en nuestro escenario interno.
Veamos que ocurre con las descripciones con ejemplos tomados de
cuentos de Jorge Luis Borges. En Ulrica leemos:
“Por los cristales vi que había
nevado; los páramos se perdían en la mañana”… Nos alejamos de la casa, sobre la
nieve joven. No había un alma en los campos”.
O en El otro:
“Yo estaba
recostado en un banco, frente al río Charles. A unos quinientos metros a mi
derecha había un alto edificio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris
acarreaba largos trozos de hielo.”
Sin duda, estas descripciones tomarán formas diferentes en nuestra imaginación.
El gris del agua no será el mismo, ni los trozos de hielo de igual forma y
tamaño, ni el escenario nevado con páramos y sin un alma será el mismo
escenario.
Y los personajes se desarrollan en nuestra conciencia con una imagen que
es solo nuestra, aunque el autor los describa con mayores o menores
detalles.
En Sobre héroes y tumbas,
de Ernesto Sábato, la insondable riqueza de un personaje como la inolvidable
Alejandra se viste de matices que tienen que ver con nosotros mismos. Y aunque
Sábato la describe físicamente, esa descripción se manifiesta con una imagen
única para cada uno de nosotros, sus lectores.
Las escenas también son recreadas en nuestra imaginación mientras
leemos, adquiriendo luces y sombras en nuestro escenario particular. Y mientras
que una escena de acción está fijada para siempre en una película, esa misma
escena será una escena distinta para cada uno de nosotros, porque cada uno la
construirá imaginariamente de un modo único.
Y aunque no podemos cambiar las
palabras de un diálogo, incluso éste
adquiere matices diferentes: ideamos particulares gestos y expresiones en los
personajes que hablan -incluso cuando el escritor lo puntualiza-, mientras que
los actores de un film marcan para siempre la gestualidad de sus personajes.
No intento con en este post
desmerecer los valores del cine, un arte con mayúsculas, sino señalar sus
diferencias con la literatura, la cual espero que nunca desaparezca, aunque no
tenga hoy en día el peso que tenía antaño.
Las narraciones me han
acompañado a lo largo de mi vida, me han emocionado y enseñado, me han
permitido soñar e imaginar. Navegar durante varios días o semanas en la magia
de una novela, bien escrita e inspirada, que nos sumerge en su mundo de ilusión
hasta hacerlo tan real como nuestra vida cotidiana, es una experiencia única.